En la ruta atlántica (Puerto y puerta - 101)

Por Rafael Zurita Molina  (Publicado en el Diario de Avisos el 17 de marzo de 2013).

 

          El historiador Leopoldo de la Rosa Olivera (1905-1983) escribió un artículo publicado en la revista Blanco y Negro, el 16 de enero de 1960, con el sugerente título “El puerto de Santa Cruz de Tenerife en la historia”. Y así lo define: “Escala obligada de la navegación, tanto hacia las Indias Occidentales como hacía el Oriente, las duras aristas de sus altas montañas, el verdor de sus valles, anticipo de floración tropical, han sido desde que la Isla se incorporó a la corona de Castilla en 1496, inicio de aventuras o último asidero a la vieja Europa antes de emprenderlas”.

          Esta lírica referencia responde a la reiterada idea de colocar en el recinto portuario sendas placas, o hitos, que recuerden aquellas escalas que bien pueden considerarse históricas en razón a la nombradía de sus pasajeros. Hombres de ciencia, sabios y estudiosos que accedieron a la Isla -contrapunto de colonizadores y guerreros- en naves equipadas para la exploración de la naturaleza, la geografía, la astrología,...; punto de escala de avituallamiento, o destino, en su ruta oceánica, guiados por su interés geológico y peculiar vegetación.

          Tal planteamiento guarda relación con lo que comentábamos al poco tiempo de iniciarse este  espacio. Afirmaba entonces que hasta el año 1926, cuando entró en servicio el aeropuerto de Los Rodeos, fueron los caminos del mar la exclusiva vía de acceso a la Isla. Y a medida que se fueron acrecentando las líneas aéreas, con igual ritmo se producía el declive de las marítimas, que conllevó la desaparición de muchas navieras históricas y, en el mejor de los casos, adaptar los buques para cruceros de turismo.

          Los tiempos son otros; las cifras estadísticas aúnan los puertos y aeropuertos insulares. En este paisaje, la rentabilidad del puerto exige su adecuación a lo que demanda la sociedad actual, ofertando, con los otros importantes tráficos, la exclusiva diversidad de la Isla. Se impone planear y llevar a la práctica el Museo Marítimo, tan vinculado al correíllo La Palma; y desarrollar el proyecto de marina para megayates, en la dársena de Los Llanos.

          Y también que se sepa lo que dice el amigo José Manuel Ledesma en la Introducción de su libro Viajeros ilustres (Siglos XVIII y XIX): “La recalada de las expediciones marítimas en el puerto de Santa Cruz de Tenerife estaba obligada; además de su posición geográfica, por las exigencias de avituallarse de agua, frutas frescas, animales vivos, pescado, carne salada, quesos y leña. Este hecho hizo que Tenerife fuese también considerada como una atractiva escala científica, por su peculiar vegetación y su naturaleza volcánica”. Es otro tiempo, sí; pero es posible.

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