Así deben comportarse los ganadores, según el hombre que derrotó al almirante Nelson

Por Álvaro Van den Brule (Publicado en El Confidencial.com el 9 de marzo de 2013).

 

          Antonio Gutiérrez y Horacio Nelson parecían predestinados a escribir una de esas páginas donde la épica hace más interesante, aun si cabe, a la historia.

          Inglaterra durante su contencioso con España a lo largo de los tres siglos que van del XVI al XVIII, ambos inclusive, no respetó ni un solo tratado de paz de los que firmó con España. Cuando la confrontación no era abierta y declarada, intervenía una bien engrasada maquinaria de piratería con patentes de corso o, si era preciso, con carta blanca y amplia autonomía. Ninguno de los territorios de aquel vasto imperio donde nunca se ponía el sol escapaba a la acción depredadora de esta suerte de “marinos de fortuna” con licencia para saquear a su antojo. Eso sí, con licencia de su majestad.

          En Trafalgar Square, y a 50 metros de altura, se puede ver que al legendario almirante Nelson le falta su brazo derecho. A esa altura es difícil de apreciar este detalle. Quizás, porque a lo mejor habría que dar algunas explicaciones claramente inconvenientes para el orgullo local.

          El reconocimiento que le ha hecho su país a su memoria poco tiene que ver con el que todavía se le debe al general español que lo doblegó hace ya doscientos veinte años de manera tan rotunda. Un pequeño busto y una deteriorada placa conmemorativa en aquella ciudad que defendió con tanto denuedo, no hacen honor a tamaña gesta. Saturno devora a sus hijos.

Canarias en pie de guerra

          Cuando el general Antonio Gutiérrez ya apuntaba a un retiro tranquilo, un buen día un taimado almirante inglés llamado Jervis, decidió que la jubilación de este brillante soldado, podía demorarse un poco más. Las Islas Canarias eran por entonces un bocado muy apetecible estratégicamente. Antes que Jervis y Nelson, ya lo habían intentado Blake en 1656 y Jennings en 1706, infructuosamente.

          El 25 de julio de 1797, Santa Cruz de Tenerife se enfrentó en desigual batalla a una poderosa fuerza de invasión. En aquella época los ingleses veían a la capital como un eslabón logístico para el abastecimiento en la ruta hacia América. En la isla había en ese momento 300 soldados profesionales a los que se les sumaron un millar de campesinos que configuraban la milicia local. Estos campesinos habían sido armados a marchas forzadas y con un ligero entrenamiento. La idea del general Antonio Gutiérrez, que ya había conseguido batir a los ingleses en las Malvinas y en Menorca desalojándolos de ambas islas, era esencialmente no permitir a los británicos consolidar una cabeza de puente en la playa para que no pudieran desembarcar pertrechos ni sentirse cómodos.

          Toda la isla se puso en pie de guerra para atender solidariamente los requerimientos de este carismático general que había administrado con sabiduría y eficacia a los lugareños siendo siempre uno de ellos y atendiendo a sus necesidades. Era sin duda una rara relación entre un uniformado y los civiles. Pero funcionó y de que manera.

          Las claves que obraron el milagro de la resistencia y que más tarde condujeron el escandaloso desastre inglés posterior fueron, entre otras, el desconocimiento de las mareas, lo que convirtieron en un fiasco el desembarco. A esto hay que añadir el magistral plan de defensa urdido por el general Antonio Gutiérrez, gracias al sistema de atalayas que implementó y que permitió ver el día 19 de julio el reflejo en el agua de una vela inglesa, lo que puso en alerta a toda la isla.

          Otro factor que coadyuvó a esta histórica victoria fue el uso de los cañones llamados “tigre” que con sus botes de metralla apuntaban rasantes hacia la playa, en lugar de hacia el mar. Así se barría en sentido horizontal todos aquellos botes que tomaban tierra. Esta táctica causó muchísimas bajas, entre ellas la del almirante Nelson -que perdió su brazo en este lance- causando un efecto psicológico demoledor en las filas inglesas.

          Otro elemento que ha pasado desapercibido, pero que tuvo un tremendo impacto en los alucinados invasores, es la táctica que usó el general durante los tres días de la batalla. Consistía esta en hacer circular de manera constante sus escasas tropas por las medianías por donde andaban los ingleses con la idea de amedrentarlos haciéndoles creer que estaban expuestos a fuerzas muy superiores. Nada está perdido si tienes voluntad de triunfar, era el lema del aguerrido general.

Una rendición generosa

          Quedando sitiados los sajones en el convento de los dominicos -donde se habían puesto a cubierto de la airada población-, sin víveres ni agua, en medio de la canícula veraniega y con docenas de heridos que atender, los marinos de Nelson, bien entrenados en las lides del mar, habían fracasado rotundamente en sus aspiraciones de tierra adentro.

          Solo quedaba la honrosa salida de la rendición negociada y así llegó en estas el teniente Carlos Adam a acercarse a la nave capitana inglesa -la Theseus- en la cual estaba siendo intervenido Nelson de la amputación de su brazo. Después de algunos rifirrafes se firmó la capitulación y entrega de las banderas de la Unión Jack que actualmente se conservan en el museo local de la ciudad de Tenerife.

          El general Antonio Gutiérrez fue en extremo generoso. Después de un intercambio de cumplidos con Nelson, y tras ofrecerle la asistencia de los médicos de la guarnición española, entregó a la armada inglesa setecientos cincuenta litros de vino y fruta fresca en un acto de cortesía que los comandantes ingleses apreciaron por lo inusual.

          Si algo caracterizó siempre a Nelson era el cubrir de distinciones a aquellos que habían tenido un comportamiento honorable en tiempo de guerra por lo que procedió a agradecer a Antonio Gutiérrez  las atenciones y deferencias que había tenido para con los prisioneros y heridos ingleses.

          Cuando Nelson arribó a Londres pidió honores para el capitán Bowen, caído en la batalla, mas el Almirantazgo le respondió que no se hacían homenajes a los que habían protagonizado un hecho desafortunado a las armas británicas. Con comportamientos así, es fácil entender que en el histórico inglés sólo aparecen las hazañas de armas y no las derrotas.

          De idéntica manera en la propuesta de ascensos, enviada a la Secretaría de Guerra, el general Gutiérrez propuso a Carlos Adam como “acreedor al grado de alférez de navío” por los servicios prestados. Dicha propuesta fue rechazada. Extraño país.

Un personaje histórico olvidado

          Actualmente se puede ver que el escudo de armas de Santa cruz de Tenerife contiene tres cabezas de leones cortadas -animal muy común en la heráldica inglesa-. Tantas como derrotas infligieron los canarios a Blake, Jennings y Nelson.

          Este hecho de armas dio un mal entierro a su principal actor. El 22 de abril de 1799 fue llamado el médico de cabecera que le diagnosticó perlesía (parálisis en el brazo y en la pierna). Dejó su cuerpo el 14 de mayo de ese mismo año.

          Una enorme multitud de gente humilde y de la milicia desfiló delante de la casa durante tres días consecutivos. A día de hoy, su memoria no ha sido rehabilitada como corresponde a un grande de España, y el mantenimiento de su placa conmemorativa y del busto dejan bastante que desear.

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