La Pila de la Plaza


  Por Luis Cola Benítez   (Publicado en El Día el 11 de marzo de 2000)

          La existencia de este primordial elemento de uso vecinal condicionó hasta tal punto su entorno inmediato, que no sólo cambió el nombre del lugar de su asentamiento, sino también el de la calle que hasta allí llevaba desde el barrio de la Iglesia, principal núcleo poblacional del lugar en aquellos años. Dicha calle, comenzó a llamarse entonces calle de la Pila, pues la fuente estaba situada exactamente frente a su desembocadura en la plaza, quedando poco a poco en desuso sus antiguos nombres de calle de las Lonjas o de los Malteses, hasta que comenzó a aplicársele su denominación actual de calle de la Candelaria.
 
          Fue más tarde, en 1759, cuando el capitán de milicias y síndico personero del lugar, Bartolomé Antonio Méndez Montañés, donó y colocó en la parte alta de la plaza una cruz de mármol que había encargado a Málaga. Esta cruz, que estuvo en aquel lugar durante siglo y medio, se encuentra hoy “enjaulada” en la plaza de la Iglesia, cerca de la torre de la Concepción. Poco después, hacia 1778, el mismo personaje regaló a la ciudad el triunfo de la Candelaria, de manufactura genovesa, que aún persiste, aunque presentando un serio deterioro por la acción de algunos actos incivilizados y, especialmente, por su exposición a la intemperie y su cercanía al mar durante muchos años (1).
         
Fue así cómo quedó configurada la más popular de nuestras plazas y cómo la conoció varias generaciones de santacruceros. Y, a pesar de la nobleza del material de los dos monumentos que la flanqueaban, la pila de humilde toba volcánica y tosca confección, tal vez por estar situada en su centro, continuó dándole su nombre. Era la Plaza de la Pila, entrañable y de nostálgicos recuerdos para muchos ciudadanos. Tal vez a ella se refiera una muy antigua copla popular de folías, de autor anónimo, que me ha llegado recientemente:
 
     En Tenerife no hay plaza, ----- la convertisteis en cielo, ----- a un lado la Candelaria, -----la Cruz al otro, y tú en medio (2).

           Tal vez en otra ocasión me ocupe de la Cruz de mármol de Bartolomé Montañés. Hoy es el momento de hacerlo de la Pila que recibió las primeras aguas para el abasto público de Santa Cruz, cuando se logró contar con una rudimentaria canalización que, desde Monte Aguirre y sus cercanías, conducían el preciado elemento hasta el mismo corazón de la población. Según nuestro imprescindible Cioranescu (3), la pila, tratando de alejar la algarabía de las aguadoras de tan céntrico emplazamiento, se colocó años más tarde junto al tambor occidental del castillo de San Cristóbal, y en la noche del 29 de septiembre de 1802 dio con sus huesos en tierra, sufriendo un considerable deterioro. La recompuso el maestro cantero Juan de Zerpa con piedra de las canteras de Pedro Álvarez y, en 1813, se trasladó al patio del mismo castillo.

         La pila de la plaza, si se toma en consideración el testimonio gráfico -sin duda algo idealizado- del científico y viajero francés Jacques-Gerard Milbert (4), no era como ha llegado hasta nosotros, pues disponía de coronamiento, fuste y basamento ornamentado que hacía de receptáculo del agua que manaba de sus surtidores. Tal vez fuera en el accidente sufrido en 1802, o en alguno de los posteriores traslados, cuando se perdieron estos elementos que le prestaban una cierta gracia y esbeltez, dentro de la tosquedad del material utilizado en su estructura.

          Cuando hacia mediados del XIX comenzaron a proliferar nuevos puntos de abasto público, tal vez los responsables consideraron que su presencia ya no era necesaria, y nuestra  ajetreada pila pasó a dormir, olvidada, rota y abandonada, a un solar que servía de depósito de desechos municipales. De allí fue rescatada a principios de este siglo por un ciudadano que supo reconocer su valor histórico, mientras que el ayuntamiento se vería aliviado al deshacerse de lo que consideraba un trasto inservible. Transcurridos más de ochenta años, los descendientes de aquel santacrucero la ofrecieron al municipio para que fuera colocada en su original emplazamiento. No se hizo así, porque alguien (?) decidió colocarla en la parte alta de la plaza, donde antiguamente se encontraba la cruz de mármol, pero, al menos, la ciudad pudo recuperar un valioso elemento de su historia urbana (5).

          El importante adelanto que representó, en 1706, el poder disponer de un punto de abastecimiento de agua al alcance de todos, sin duda constituiría un acontecimiento memorable para Santa Cruz. Se trata, por tanto, de una pila, de una fuente, con historia, que marcó un hito importantísimo en la calidad de vida de los sufridos habitantes del lugar y puerto, cuyo entorno vital cotidiano no sobresalía precisamente por dicha cualidad y calidad.

          Pero hay más: lo que en su origen fue un instrumento puramente utilitario, y a pesar de sus elementales pretensiones decorativas, actualmente ha pasado a ser un valioso elemento ornamental de nuestro entorno ciudadano. Mucho más: es el primero y el más antiguo ornamento urbano de que dispone Santa Cruz, y hemos tenido la fortuna de que haya llegado hasta nosotros con sus casi tres siglos de vida. Solamente por este motivo merece todo nuestro respeto, atención y cuidado. Y, lamentablemente, tan entrañable monumento histórico está sufriendo un deterioro alarmante.

          Por una parte, se ha hecho evidente que el empleo de resina, silicona o lo que sea, utilizado modernamente para unir la fractura que sufre el borde de la copa, no es el apropiado. La unión se resquebraja cada vez más, no sé si afectada por la humedad, o más bien porque no se adhiere o empasta debidamente con la naturaleza porosa de la piedra volcánica. Por otro lado, a los tubos que hacen de vertederos o rebosaderos de la citada copa les faltan unos pocos milímetros de longitud, los necesarios para que el agua que por ellos se vierte caiga directamente a la poceta inferior, sin deslizarse por la piedra del exterior de la copa. La humedad constante de estas partes, ha provocado una erosión y deterioro que salta a la vista de cualquier observador. Por último, y tal vez sea lo más grave, los constantes excrementos de la multitud de palomas que allí acuden, y que caen directamente en la piedra, o se disuelven en el agua, atacan químicamente todo el conjunto. Estimo urgente poner eficaz remedio a lo que está ocurriendo con la pila.

           Me atrevo a sugerir, como solución ideal, sustituirla por una reproducción exacta con material resistente a los agentes perjudiciales -conozco que existen moldes del monumento-, y conservar el original en algún local cerrado o museo, a cubierto de los elementos que están acabando con ella. Que nadie se escandalice, pues muchas de las más famosas esculturas y monumentos que podemos admirar en todo el mundo, no son otra cosa que reproducciones de los originales que se conservan a salvo en lugares apropiados. Cuando hay peligro de que se destruyan, así se procede en los pueblos cultos amantes de su historia.

          ¿Qué piensa de todo lo expuesto el responsable de nuestro patrimonio urbano? Ahora que el Cabildo colabora con los ayuntamientos para preservar este tipo de bienes históricos, es un buen momento para prestarle a esta pieza única la atención que se merece.
      
 
NOTAS

          (1) Los responsables municipales deberían de tomarse muy en serio el deterioro de este conjunto escultórico. Tenemos aquí artistas y técnicos cualificados en restauración de mármoles que, sin necesidad de convocar concursos –ahora tan en boga-, permitirían dignificar y salvar el monumento antes de que sea demasiado tarde.
         (2) Ante el deterioro que está sufriendo la aledaña Plaza de España, cuya degradación parece ignorarse con sorprendente permisividad, en relación con ella podría parodiarse la antigua copla, diciendo: 
         En Santa Cruz ya no hay plaza, ----- la convertisteis en cieno: -----  basuras, parafernalia, ----- ruinas, y la Cruz en medio.
         (3) Historia de Santa Cruz de Tenerife, 1ª edición (1976), T. I, p. 13.
         (4) A. Herrera Piqué: Las Islas canarias, escala científica en el Atlántico, 1987, p. 174; reproduce el dibujo de Milbert.
         (5) En la próxima remodelación de la plaza, que parece ser que no está muy lejana, debería de volverse a situar ambos elementos –la pila y la cruz- en sus emplazamientos originales, o sea, en aquellos para los que fueron concebidos.