1805: ¡Alarma! (Retales de la Historia - 73)

Por Luis Cola Benítez  (Publicado en La Opinión el 9 de septiembre de 2012).

 

          ¡Qué poco duró la tranquilidad después de la frustrada intentona de Nelson! Apenas habían transcurrido ocho años, aún estaban en la memoria del pueblo las trágicas jornadas vividas en aquel mes de julio de 1797 y muchos de sus protagonistas aún mantenían frescos los recuerdos de aquellos días. La historia podía repetirse al estar de nuevo en guerra con Inglaterra y encontrarse su poderosa escuadra merodeando por el golfo de Cádiz. Parecía que la situación era copia de la vivida años antes y, como había sucedido entonces, en 1804 el comandante general trasladó al alcalde de Santa Cruz la real cédula por la que de nuevo se imponían arbitrios para gastos de guerra.

          Malo era el momento para recabar impuestos cuando en una situación de pobreza generalizada los precios de los comestibles, especialmente de la harina, se habían disparado con motivo de la guerra, lo que llevó a exigir a los comerciantes "introductores de víveres" declaración de existencias, precios anteriores y a los que vendían ahora, nombres de los compradores y demás detalles que permitieran frenar la especulación y el encarecimiento injustificado.

          Ostentaba entonces el mando de las Islas el mariscal de campo marqués de Casa-Cagigal, quien desde el mes de enero pidió al Ayuntamiento un plan para la defensa de la plaza, mientras que ordenaba a una columna de Milicias de La Laguna que bajara al puerto a reforzar la guarnición. Las características de este plan de defensa estaban bien definidas, basándose en el previsto en la guerra con Francia, reactivado en 1797 cuando el asalto inglés y ahora actualizado y ampliado por la corporación que presidía el alcalde Nicolás González Sopranis. El número de rondas se aumentó a quince, nombrándose cabos de las mismas a muchos de los que habían participado frente a las tropas de Nelson, siendo los más conocidos Joseph Murphy, Antonio Carlos del Pozo, Félix Riverol, Pedro José de Mendizábal, Andrés Oliver, Félix de la Cruz, Thomás Cambreleng, Cristóbal Madan, Juan de Matos, Julián Cano Pablo, José Povía y Ulloa, Manuel Mendoza… Presentado el plan por el alcalde al comandante general, recibió la inmediata aprobación y se procedió a dotar las rondas del material necesario para la vigilancia del pueblo, previsión de incendios y de posibles pillajes, sin que faltara la petición hecha al vicario para que nombrara a tres confesores que estuvieran prestos a acudir a prestar los auxilios a posibles heridos en caso de invasión.

          No se olvidan otros importantes detalles, como la formación de un servicio de lanchas cañoneras para patrullar día y noche en evitación de posibles sorpresas en la bahía, como había ocurrido meses antes del ataque de Nelson. Las dotaciones estaban formadas mayormente por matriculados de mar, para los que el comandante general pidió al alcalde que los considerara acogidos al fuero militar. También se nombró comisario de víveres al alguacil mayor de la Villa, Enrique Casalon, que se encargó de agenciar barriles y cestas y de hacer acopio de comestibles, contando con el proveedor Juan Aguilar –que ya lo había sido de las tropas en 1797- para que entregara 1.000 fanegas de trigo y los barriles de harina necesarios.

          La situación se precipitó en febrero cuando Cagigal informó al alcalde Sopranis de tener noticias de la presencia de una escuadra inglesa de 150 embarcaciones a cuatro leguas de Madera, disponiendo que todas las fuerzas estuvieran dispuestas para la defensa y las rondas en permanente estado de alerta. Ordenó hacer acopio de pieles de cordero y sebo de vaca para las cureñas de artillería, indicando "que se pagarán a su precio", que en caso de ataque el cuerpo de reserva debía reunirse en el patio de la casa de Carta, que su dueño José Carta ponía a disposición de la defensa, y que el hospital de sangre se establecería en el almacén que mira a la calle San Francisco de la casa del administrador de Correos Jacinto Delgado, local que estaba alquilado a José Delgado Pérez, que inmediatamente entregó las llaves.

          Por su parte, el médico Joaquín Viejobueno informaba que había reunido a tres sangradores para el hospital militar y el de sangre, y que había tres más que prestaban servicio en las milicias de Artillería y que convendría cambiarles el destino para poder contar con ellos. Se instruía a las tropas con continuos ejercicios, cuando en mayo entró un corsario inglés con bandera parlamentaria, que a cambio de vino y carne devolvió dos barcos del tráfico de las islas con trigo y cebada. Así era entonces la guerra.

          Con variada intensidad la alarma y zozobra se prolongó en el tiempo, hasta el que el domingo 3 de julio de 1808 llegó la corbeta española Especulador, procedente de Cádiz, con pliegos en los que se anunciaba el advenimiento de Fernando VII, la paz con Inglaterra y, de nuevo, la guerra con Francia. No cesaban las preocupaciones.

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