Fray Bartolomé de las Casas y ¿la destrucción de Canarias? (II)

 

Por Luis Cola Benítez   (Publicado en El Día el 18 de diciembre de 1994)

 

          Continuando con los comentarios sobre el último libro de Pérez Ortega, hace hincapié este autor en el reducido número de habitantes de Canarias antes de que comenzara la conquista, y en la tremenda mortandad sufrida por lo aborígenes a raíz de la misma, más por enfermedades y causas naturales, que por la venta de esclavos y la fuerza de las armas conquistadoras. Veamos.

           En cuanto al número de habitantes, sólo pueden hacerse cálculos aproximados, pues no hay fuentes documentales que los contengan. Algunos autores, como Rumeu de Armas, asignan para Tenerife unos diez o doce mil habitantes guanches hacia 1494, fecha del desembarco de Alonso de Lugo, lo que nos daría una densidad aproximada de unos cinco o seis habitantes por kilómetro cuadrado. Esta cifra puede considerarse mucho o poco, según las zonas de la Isla, pero no parece exagerada. Sin embargo, el autor la considera excesiva, y estima la población de Tenerife en no más de tres o cuatro mil aborígenes, lo que casi equivale a los que les asigna en 1508, es decir, unos 800 vecinos. Para este cálculo se basa principalmente en la pobreza general del territorio, por lo que según él la escasez de subsistencias haría imposible una mayor densidad demográfica. Esto puede ser cierto para algunas Islas, pero pienso que no para todas, y menos para Tenerife, La Palma y alguna otra.

           Centrándonos en la primera, y salvando algunos períodos de sequías extremas o de plagas, hoy está demostrado que los recursos eran suficientes para la población guanche. Las recientes investigaciones paleopatológicas de Carlos García sobre una gran cantidad de restos óseos, evidencian la ausencia total de enfermedades carenciales, tales como raquitismo, escorbuto, etc., que de haber existido habrían dejado su huella. Según este investigador, la dieta guanche parece ser que era más que suficiente para mantener un nivel alimentario adecuado para una población de relativa entidad.

          Otra cosa bien distinta fue el impacto sufrido por el aborigen, carente de las defensas inmunológicas necesarias, ante las enfermedades que portaban los españoles. Aquí sí que hubo una evidente similitud con lo ocurrido en América, donde reconocen la tremenda mortandad producida por este motivo todos los autores, incluso extranjeros. Las enfermedades del Viejo Mundo lo fueron especialmente mortíferas para los indios y, según los investigadores, causaron más estragos que las armas europeas. En la región de Paria había antes del descubrimiento cerca de dos millones de indios, pero al poco tiempo, según varios autores, y debido principalmente a estas enfermedades, la despoblación fue tremenda. Algo similar ocurrió en Las Antillas, donde de más de tres millones de habitantes, a los veintiséis años del Descubrimiento se había llegado a los dieciséis mil, siendo en este caso el principal responsable el virus de la gripe del cerdo o “influenza suina”. Las cifras son escalofriantes y pueden parecer exageradas, pero responden a la realidad.

          En Canarias, especialmente en Tenerife, pero también hay constancia en otras Islas, fue una enfermedad desconocida, especie de peste que los cronistas llamaron “modorra”, la responsable de la gran mortandad sufrida por los guanches al poco tiempo de la llegada de los españoles y, según Espinosa, casi quedó la isla despoblada. También la Crónica Ovetense, entre otras, se hace eco de estas circunstancias al decir que “en dos días murió gran muchedumbre dellos” motivo por el que en la batalla decisiva frente a Alonso de Lugo, añade “peleaban desmayadamente, muy diferente a las veces antes, y al fin fueron muertos los más dellos”. Otros datos nos dicen que los guanches casi morían en pie por causa de esta enfermedad, calculando en más de cien las bajas diarias.

          ¿Debemos considerar entonces a las enfermedades como el único motivo de la despoblación aborigen de las Islas a partir de la conquista? Seguramente no. La conquista, especialmente de las Islas realengas, fue ante todo una operación militar, sin menoscabo del aspecto evangelizador propio de la época. En palabras exactas del propio Cioranescu, fueron ocupadas con mano militar. Por lo tanto, se mataba al enemigo cuando era necesario. Así es la ley de la guerra, y más en aquellos tiempos. A este respecto hay un matiz en la narración de Pérez Ortega que, aunque sólo sea a título anecdótico y sin darle mayor relevancia, no me resisto a señalar. Me refiero a las ocasiones en que, a lo largo del texto de su obra, cuando los españoles matan, quitan la vida o dan muerte a sus enemigos, pero cuando lo hacen los aborígenes, asesinan; cuando los primeros se apropian de de un rebaño de cabras, parece ser lícito botín de guerra, pero cuando lo hacen los guanches, roban ganado. Pero yo me pregunto con toda objetividad, y sin entrar en de quién eran en realidad las cabras, ¿cuál otra podía ser la reacción de los dominados por la fuerza ante sus dominadores?

          La esclavitud de los guanches es otro de los temas polémicos en la conquista de Canarias, y una de las banderas enarboladas por grupos obcecados en ver sólo una cara de la realidad. Y me refiero, naturalmente, a la realidad de la época en que se producían los acontecimientos. Esclavos existieron siempre, antes y después de la colonización de Canarias, hasta la segunda mitad del siglo XIX y más. Esclavos tenían las autoridades civiles y militares, los comerciantes acomodados, los agricultores, los obispos y clérigos. Hasta fray Bartolomé de las Casas tuvo esclavos. Pero, además, resultó que era el más valioso recurso natural de las Islas, al evidenciarse para los conquistadores su pobreza en otros aspectos, siempre apetecidos por los soldados de fortuna. Ahora bien, hasta qué punto incidió la esclavitud en la población guanche es hoy muy difícil de cuantificar, aunque sí está claro que la esclavitud aborigen como institución no duró demasiados años. 

         Desde antes de la conquista ya se hacían entradas en las Islas para buscar presas, lo mismo ganado que pieles o personas. Después de la llegada de los europeos, la escasez de datos para las Islas de señorío no permite hacer muchas cábalas. En cuanto a las realengas, es en Tenerife donde de más documentación se ha dispuesto, por lo que han sido posibles estudios sobre este tema. Aunque en los más importantes mercados esclavistas peninsulares -Sevilla, Sanlúcar, Valencia, Mallorca, Barcelona- hay noticias de ventas de canarios, es en Valencia, gracias a la conservación de los documentos de su Lonja, donde se encuentran datos más abundantes.

          Las noticias comienzan al año siguiente de la represión de Pedro de Vera en La Gomera, cuando se venden en el mercado valenciano 42 esclavos. A Ibiza llegó también una carabela con unos 90, que fueron “repatriados” al poco tiempo, al acceder la Corona a la petición del obispo de Canarias. Según los documentos estudiados por Vicenta Cortés, y a pesar de que Pérez Ortega afirma que en las Islas realengas no se daba el problema gracias al control de la Corona, en 1493 se vendían en Valencia 21 esclavos canarios; al año siguiente eran 130, algunos de los cuales declaraban que habían sido apresados por Alonso de Lugo; también se sabe en este año de dos lotes de 42 y 65 personas, pertenecientes o puestas a la venta, respectivamente, por un tal Benito Benavides, mercader, y por Alfonso Sancho, tesorero del Rey. En 1496 y 1497 se conocen las últimas ventas efectuadas en Valencia, una de 99 y otra de 26 guanches.

          Como puede apreciarse -y son datos de un solo mercado- las cifras son elocuentes. Pero aún hay más; el máximo de esclavos canarios vendidos en Valencia entre los años 1489 y 1497, se alcanza en el trienio del 93 al 96, coincidiendo con la conquista de La Palma y Tenerife. Cuando cesa el tráfico de esclavos canarios con la Península, continúa durante bastantes años en las Islas. Por las investigaciones realizadas por Manuela Marrero se sabe que, desde 1505 hasta 1525, cambian de mano sólo en Tenerife, según los documentos de compraventa, unos 52 esclavos, para los que expresamente se indica su naturaleza canaria (guanche, palmés, gomero), aunque hay 103 para los que, sin ser negros, ni berberiscos, ni mulatos, etc. -característica que generalmente se expresa- sólo se indica “esclavo blanco”. Cabe suponer que la mayoría de éstos también serían canarios. Naturalmente, no quedan reflejados aquí los que se adquieren por herencias, intercambios u otro tipo de transacciones.

          Que se producirían abusos en la conquista de Canarias, no puede negarse. Que muchos de ellos, sobre todo respecto a Tenerife, están documentados: los archivos hablan con toda claridad. Que las noticias mejor conservadas, y lógicamente las más escandalosas, fueron protagonizadas por el propio jefe de los conquistadores Alonso Fernández de Lugo: los juicios de residencia a que fue sometido son elocuentes. Pero en el caso de este personaje, está demostrado que lo mismo las cometía con los guanches de los bandos de paz, que con los de guerra, que con sus propios compañeros de conquista y colonización.

          Conclusión. Por muy difícil que nos resulte, hay que tratar de colocarse en el justo medio. Y, sobre todo, antes de exponer opiniones, hay que documentarlas, meditarlas y filtrar los datos disponibles, que muchas veces responden a intereses ocasionales. De las conclusiones de Isacio Pérez, y no lo digo yo, lo dice el Prof. Cioranescu, sólo se desprende su desconocimiento de la Historia. Si de algo peca Pérez Ortega, si es que ello es pecado, es de meditar detenidamente lo que expone y de elaborar concienzudamente sus opiniones, después de un riguroso estudio del material disponible.

          En el libro de Pérez Ortega se evidencia, además y sobre todo, su valentía y su honestidad, como estudioso de nuestro acontecer histórico, como escritor y como hombre. Por todo ello, no es de extrañar la falta de colaboración de algunos de los responsables actuales de nuestras instituciones, de lo que lógicamente se lamenta el autor. Se trata sin duda de una obra que tiene que resultar “incómoda” para ciertos sectores, porque en algunos aspectos nada contra la corriente, porque cuenta verdades o, al menos, intenta contarlas honestamente, lo que ya es mucho en los tiempos actuales.