El cañón "Tigre", máximo símbolo de la victoria

Por Juan Arencibia de Torres  (Publicado en el Diario de Avisos el 25 de julio de 1996).

 

          El fracaso de Horacio Nelson tiene su culminación la tarde del 27 de julio de 1797, en el instante en que los ocho buques que restan de su escuadra abandonan las aguas del bello Lugar de Santa Cruz, para nunca más volver como prometen en su capitulación. Atrás quedan la arrogancia del ultimátum redactado por Nelson para entregar al general Gutiérrez y los muertos  y heridos de uno y otro bando, para dar paso a la lógica alegría de los tinerfeños, que han doblegado la cabeza del tercer león británico que ha atacado la plaza.

          En el Museo Militar de Almeida, donde se exhiben los objetos y documentos más destacados de aquellas inolvidables jornadas de julio de 1797, ocupa un lugar de privilegio un hermoso cañón de bronce, fundido en Sevilla en el año 1768, de 134 milímetros de calibre y de un peso aproximado de dos toneladas (exactamente 44 quintales y 16 libras y media).

          En el cascabel (remate posterior de la pieza) tiene adornos florales, y en la lámpara lleva grabada la fecha de su fundición y el nombre del fundidor. También podemos ver en esta singular pieza, en la primera parte del cuerpo, esculpidas a cincel las armas de Carlos III, mientras en la segunda parte están los delfines y los muñones (los dos cilindros salientes con que el cañón se apoya y asegura al montaje); en uno de ellos está grabado el peso de la pieza y en el otro la especie de metales de que se compone.

          Finalmente, en el tercer cuerpo puede leerse sobre relieve la siguiente leyenda: “Violati fulmina regis”; y cerca del brocal (donde se encuentra el plano de la boca o espejo), lo que es más importante, el nombre del cañón: “Tigre”.

¿Hirió a Nelson?

          La tradición, la sabia tradición, le atribuye el disparo que causa la grave herida que deja manco a Horacio Nelson y el descalabro del cúter Fox, en el que se encuentran oficiales y soldados escogidos. Lo cierto es que, dedicada al Tigre, llega hasta nuestros días esta redondilla:

               “Maté a Bowen atrevido,  //   a Nelson le quité un brazo,  //  a veinte y dos de un balazo,  //  muertos; al inglés, vencido”.

          Como es natural, resulta imposible demostrar tal cosa. El disparo se realiza de noche, mientras otros cañones también hacen fuego al enemigo, que trata de desembarcar por el muelle o por la playa. Hay opiniones para todos los gustos, aunque ninguna merece ser tomada como la verdadera, ya que en los documentos no figura tal circunstancia.

          Nelson, como queda reflejado en su Diario, piensa que el disparo lo realiza una de las fortalezas más alejadas del lugar donde se encuentra el cúter, afirmación que no tiene ninguna consistencia, cuando él mismo reconoce la intensidad del fuego. Además, dudamos que un cañón de este tipo, emplazado en Paso Alto, pueda lanzar un proyectil capaz de alcanzar la zona del muelle con la velocidad de impacto necesaria para hundir al cúter Fox. Este modelo de cañones es realmente efectivo a distancias inferiores a los mil metros.

          Lo que nos parece más razonable es el comentario que hace el capitán de los artilleros provinciales, Francisco de Tolosa, al respecto, en su relación de los hechos, escrita unos días después, cuando en Santa Cruz y en todas las islas no se habla de otra cosa, y corren de boca en boca los más mínimos detalles, relatados por los verdaderos actores de la epopeya.

          Escribe este artillero que algunos de los comandantes de las baterías de Paso Alto, San Miguel, San Antonio y San Pedro se disputan la gloria del acierto de haber echado a pique al citado cúter. Afirma categóricamente que el castillo de San Pedro, el más inmediato al muelle, fue el primero que le avista y avisa con un cañonazo de a 24 que le dispara. Este dato es muy importante, y exacto porque nadie lo rectifica con posterioridad.

          Con esta noticia -continúa el capitán Tolosa-, “las cuatro referidas baterías empezaron a un tiempo un fuego tan vivo y tan unido, que al momento el mar se tragó al cúter y por consiguiente las cuatro baterías fueron las que le echaron a pique, porque un solo cañonazo, dos, tres o cuatro de una batería, no podían haberlo destruido con tanta prontitud".

          Esta autorizada opinión no descarta que uno de los cañones que dispara y acierta sea el Tigre, circunstancia que estamos dispuestos a admitir ayudados por la tradición que, ante la imposibilidad de conocer con certeza la verdad, cobra una gran importancia. Y no tenemos inconveniente en aceptar emocionalmente el que Nelson pierde su brazo derecho por causa de un disparo de metralla del cañón Tigre. Se trata sólo de un hecho simbólico.

¿Dónde estaba?

          Si está o no emplazado en el castillo principal de San Cristóbal, es imposible saberlo con certeza. Sí sabemos que en este castillo se habilita una tronera dos días antes, conscientes los defensores de la posibilidad de que los ingleses lleven a cabo el desembarco en la playa que está entre los castillos de San Pedro y San Cristóbal.

          De que en dicha tronera se sitúa un cañón, no hay duda alguna. El jefe del castillo de San Cristóbal, José Monteverde, lo relata en su ya célebre Relación Circunstanciada de la defensa de Santa Cruz de Tenerife: “El contraalmirante Nelson perdió el brazo derecho antes de poner el pie en tierra, lo que le obligó a regresar a su navío el Theseus con los demás oficiales que venían en su lancha, todos malheridos: el intrépido capitán Bowen, que mandaba la fragata Terpsícore, y su lugarteniente quedaron muertos con otros 19 ingleses a impulsos de un cañón de metralla, que el gobernador de San Cristóbal don José Monteverde había mandado colocar aquella misma noche en una nueva tronera que hizo abrir por un costado del baluarte con dirección a la inmediata playa, que por aquella parte estaba indefensa”.

          Este relato viene reforzado por el escrito que el teniente Francisco Grande Giraud, de la Primera Compañía de Artilleros Provinciales, dirige a Carlos IV, el 12 de diciembre de 1797, en el que solicita el título de oficial benemérito.

          Entre otras consideraciones respecto a lo sucedido explica que “observó que la playa intermedia del muelle al castillo de San Pedro, la más limpia y proporcionada para ejecutar un desembarco, no estaba defendida por ninguna artillería, lo que invitaba a los enemigos, muchos de los cuales la habían frecuentado, a introducirse por ella en el pueblo”. Y añade: “Estas consideraciones indujeron al exponente a solicitar permiso del Comandante General para abrir en el mismo castillo una tronera que flanquease aquel punto no defendido y obtenida su licencia colocó, en la noche del 23 de julio, un cañón que en la madrugada del 25 fue bien funesto a los enemigos, pues dirigiéndose con parte de sus lanchas a desembarcar por esta playa, según había temido el exponente, al fuego que este hizo en persona con aquella pieza, perdieron la vida, entre otros, el capitán Bowen, promotor de la expedición, su segundo y el práctico que los conducía, y fueron heridos cuantos allí desembarcaron, viéndose los que pudieron escapar a favor de la oscuridad, obligados a retirarse, llevándose consigo al contraalmirante Nelson, a quien el mismo cañón quitó el brazo”.

          Bien es verdad que Nelson puede haber sido herido por un arma distinta a la que mata a Bowen y distinta también a la que hunde al cúter Fox. Al final da lo mismo. Lo importante es el resultado. Nosotros preferimos creer que la “estrella” de aquella madrugada es un hermoso cañón de bronce, de nombre Tigre, desparado desde el castillo de San Cristóbal, la fortaleza principal de Tenerife, que se exhibe con mimo en el Museo Militar Regional de Canarias. Los símbolos tienen una gran importancia en la vida de los pueblos; por ellos se vive y muere si es necesario. Y el gran símbolo viviente de aquella jornada es el cañón Tigre, afortunadamente, perfectamente conservado.

          En abril de 1894, año en el que se concede a Santa Cruz el título de Muy Benéfica, el gobierno decide donar este simbólico cañón al Ayuntamiento de Santa Cruz, gracias a las gestiones del Capitán General de Canarias, teniente general Francisco Girón, Marqués de Ahumada. El general Girón dirige esta salutación a la ciudad, cuyo alcalde es José Sansón y Barrios, con motivo del cuarto centenario de su fundación: “Gran fortuna es para los pueblos el haber cumplido siempre sus deberes. El cañón “Tigre” que ya ostentáis orgullosos como vuestro, es reliquia de una gloria imperecedera”.

          El próximo año celebraremos, no sé si bien, mal o regular, el segundo centenario de este acontecimiento. Si no lo hacemos con la debida brillantez, con la alegría y el respeto que la efemérides merece, es que no somos dignos de aquellos compatriotas que perdieron la vida en tan señaladas fechas.

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