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VISITANTES ILUSTRES EN SANTA CRUZ. Siglo XIX. (12). Relato de André-Pierre Ledrú

Autor: José Manuel Ledesma Alonso
Publicado en el Diario de Avisos el 23 de noviembre de 2025.

 

De Viaje a la Isla de Tenerife, por André-Pierre Ledrú

          «Santa Cruz está construida al borde del mar, en forma de arco de círculo. En su rada, situada al abrigo de los vientos Norte-Nordeste y del Oeste-Noroeste, los españoles han construido un muelle bastante cómodo, defendido por una batería de seis cañones de gran calibre. Allí conté cuatro barcos mercantes americanos, tres españoles, un danés y tres ingleses; estos últimos confiscados por orden de la Corte de Madrid, a partir de la declaración de guerra.

          Los navíos europeos que emprenden largos viajes suelen hacer escala en Santa Cruz, pues aquí se avituallan de agua, vino, frutas, legumbres, bueyes, corderos, cochinos, aves de corral y pescado salado, todo abundante, barato y de buena calidad.

          El cielo de Santa Cruz es hermoso y el aire tranquilo y seco, aunque el calor es muy fuerte en julio, agosto y septiembre. Las lluvias riegan sus tierras entre diciembre y abril. El termómetro nunca marca por debajo de 15º ni por encima de 27º.

          Esta ciudad, la más importante de Tenerife por su riqueza y población, mide unos 1.364 m de largo por 680 m de ancho. Las cuatro calles principales que la atraviesan de Norte a Sur, amplias, limpias y bien aireadas, están cortadas en ángulo recto por otras diez calles pequeñas que se prolongan de Este a Oeste. El pavimento de las calles es bastante incómodo, ya que está hecho con guijarros planos de lava negra (callados), colocados en el suelo por su parte afilada; sin embargo, los de las aceras forman una especie de mosaico de variedad de colores, artísticamente combinados. En las calles apartadas se camina sobre piedras de lava sin pulir, muy desiguales, que hacen imposible transitarlas.

          Cuenta con 900 casas de dos plantas, pintadas de blanco con cal de conchas. La mayoría están construidas con piedras y sólo tienen una chimenea, la de la cocina. Las ventanas no tienen vidrieras y se cierran con postigos que las mujeres levantan con mucha frecuencia cuando la curiosidad o algún otro motivo las invita a dejarse ver. La gente rica suele tener en la parte superior de sus casas un mirador o belvedere, desde donde se divisa un amplio horizonte. La techumbre de las casas está formada por tejas acanaladas.

          Se estima que la población de Santa Cruz es de 8.390 habitantes, divididas en tres clases. La primera, la componen los magistrados, ricos propietarios y comerciantes, la mayoría de ellos extranjeros; la segunda está integrada por aquellos que poseen una fortuna mediana, como los comerciantes minoristas y los artesanos; en la tercera clase, más numerosa que las otras dos juntas, se incluyen los mendigos, cuya holgazanería no es menos indignante que su inoportunidad. La guarnición y el clero no se cuentan en ninguna de estas categorías.

          En esta ciudad reside el gobernador, los dos administradores generales de los ingresos públicos de todo el archipiélago, los miembros de la contaduría principal y del tribunal de comercio de las Indias y un subdelegado de la intendencia general de marina.

          Las iglesias de Santa Cruz son espaciosas y están decoradas con cuadros dorados, aunque estos ornamentos serían más agradables si fueran menos abundantes. La iglesia parroquial está enriquecida con vasos de oro incrustados de pedrerías, con un altar revestido de plata cincelada y doce lámparas del mismo metal, suspendidas desde la bóveda. Durante las misas, el clero, que es numeroso, lleva vestidos magníficos.

          Las fortificaciones de Santa Cruz, sin ser regulares y numerosas, están ventajosamente situadas, bien conservadas y provistas de artillería pesada. La ciudad está defendida por tres castillos, separados por una distancia de 2.720 metros, estando el Principal situado en el centro. Sería inútil que alguien se apoderara de uno de ellos, pues la posición de un fuerte no le aseguraría la de los otros, ya que sería acosado vivamente y obligado a retirarse por el fuego de sus baterías, las cuales forman una línea temible al borde del mar. El que está situado al Norte, el de Paso Alto, al estar construido al pie de una montaña muy alta que sobresale por encima de él, podría ser dañado por la caída de las rocas que el cañón enemigo derrumbaría fácilmente. La guarnición está compuesta por un regimiento de 500 hombres, infantería de línea, y una compañía de 100 artilleros.»

 

André-Pierre Ledrú (Francia, 1761 – 1825). Ordenado sacerdote en 1784, tuvo que dejar los hábitos diez años más tarde, obligado por la política antirreligiosa de Robespierre, entrando a trabajar en el Museo de Historia Natural de París.

          Ledrú ya había estado en Santa Cruz durante cuatro meses del año 1796, mientras reparaban La Belle Angelique, del capitán Baudin, tiempo en el que recolectó multitud de plantas para el Museo de Historia Natural de París.

         Al fallecer, en su testamento donó, a la ciudad de Le Mans, su grandiosa biblioteca, su jardín botánico y un herbario compuesto por 6.000 especies.

 

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