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VISITANTES ILUSTRES EN SANTA CRUZ (2). Relato de George Glas

Autor: José Manuel Ledesma Alonso
Publicado en el Diario de Avisos el 14 de septiembre de 2025 y, con algunas variaciones, en El Día el 29 de octubre de 2023.

         

Grabado de la época

       

          De la Historia del Descubrimiento y Conquista de las Islas Canarias, por George Glas:

          “La bahía o puerto de Santa Cruz, el más frecuentado de todas las Islas Canarias, se encuentra a corta distancia de la punta nordeste de la isla, llamada Punta de Anaga, donde existen algunas rocas perpendiculares.

         El fondeadero está situado entre la mitad de la población y el castillo de Paso Alto, lugar donde anclan los barcos a la distancia de un cable de la playa (185 m), a seis o siete brazas de profundidad (10 a 11,70 m). Aquí, los barcos pueden quedar seguros contra todos los vientos si están amarrados con buenos cables y anclas, aunque la bahía está abierta y expuesta a aquellos que soplan del Nordeste, del Este y del Sudeste. Los barcos que permanecen mucho tiempo en la bahía tienen que señalar sus cables con boyas, para evitar ser rozados y estropeados. Hace unos años, casi todos los barcos que estaban fondeados fueron lanzados hacía la costa por un temporal, exceptuando algunos barcos ingleses que sus tripulaciones cortaron prudentemente las amarras. En aquella ocasión, algunos marineros españoles declararon públicamente que habían visto al diablo en lo más alto de la tormenta, muy atareado en ayudar a los heréticos.

          Para hacer más cómodo el desembarco existe un rompeolas que fue construido con grandes gastos. Se dirige hacia el Norte, y la parte más externa se vuelve hacía tierra. Con tiempo apacible, las mercancías se pueden desembarcar en la cala existente cerca de la casa de la Aduana, a distancia de un tiro de piedra hacía el Sur del rompeolas.

         Cuando se desembarca, la única entrada cómoda a la Villa es por el denominado boquete del muelle, al que defiende y vigila la fortaleza principal de San Cristóbal, que se encuentra a mano izquierda yendo desde el malecón hacia la ciudad.

         Hacia el norte del castillo Principal, hay algunos fuertes o baterías montadas con cañones; la más importante de ellas se llama Paso Alto y cerca de aquí desemboca un barranco que se adentra muchísimo en la tierra, lo cual haría muy difícil cualquier ataque del enemigo por este valle.

         En la parte sur de la ciudad hay algunas baterías y, más allá, pegado a la orilla del mar, está el fuerte llamado de San Juan. Toda la costa desde allí hacia el sur es inaccesible al estar defendida de forma natural por rocas, sobre las que el oleaje rompe continuamente.

         Todos estos fuertes están armados con cañones y unidos por un espeso muro de piedra y barro que sigue las sinuosidades de la costa desde el castillo de Paso Alto al de San Juan. Este muro defensivo, construido en 1656, sólo llega a la altura del pecho por la parte de tierra, siendo más alto por el lado que da al mar.

          Santa Cruz es una gran ciudad con varias iglesias, tres conventos de frailes, un hospital y las casas particulares mejor construidas de cualquiera de las Islas Canarias; de hecho, es la capital de todas ellas, donde reside el Gobernador General y siempre hay gran afluencia de extranjeros, ya que es el centro del comercio entre Europa y América. El número de habitantes supongo que es de seis a siete mil. La sede episcopal y los tribunales de justicia están en la ciudad de Las Palmas, en la isla de Canaria”

La pesca en Santa Cruz

           “Para ir a pescar en la costa de Berbería existen 30 barcos de 15 a 50 toneladas de capacidad, construidos en la Isla; el más pequeño tiene una tripulación de quince hombres y el mayor de cincuenta, todos nativos.

         Allí, las playas arenales del Gran Desierto han dejado de ser inhospitalarias para los pescadores de Santa Cruz, pues desde hace tres siglos se aventuran alegremente sobre aquellas costas que les proporcionan la subsistencia, pues la calidad del pescado del Banco Canario Sahariano hace que se pueda considerar como las mejores pesquerías del mundo, ya que abundan especies de interés comercial, unido a la temperatura, clima y buen tiempo.

         Cuando salen a pescar, los dueños le proporcionan el barco para el viaje y gran cantidad de sal para curar el pescado. Cada hombre lleva su propio aparejo, que consiste en unas cuantas liñas, anzuelos, un alambre de cobre, un cuchillo para abrir el pescado y una o dos cañas de pesca. Van vestidos a la ligera, con una camisa de algodón y un pantalón de tela ya que pueden trabajar sin que la temperatura sea un problema en aquellos parajes.

          El dueño del barco sólo les proporciona el gofio para su alimentación y la sal para conservar la pesa; por lo tanto la tripulación tiene que llevar vino, aguardiente, aceite, vinagre, pimientas, cebollas, etc.

         Su equipo de navegar está reducido a las piezas más indispensables, pues la mayoría ni siquiera tienen bitácora. El patrón se provee de una brújula de mala apariencia, que guarda en uno de los baúles de su camarote y por la noche el timonel se guía por las estrellas. Estos hombres de mar tienen un instinto providencial que los guía y los hace adivinar todos los cambios en la navegación.

         Una vez en tierra, descargada la pesca y vendido el pescado, el patrón hacía el siguiente reparto: La cantidad neta, una vez deducido el gasto de la sal y el gofio, se dividía en tres partes; una se entregaba al propietario del barco, otra al patrón o capitán, y la tercera parte se repartía entre la tripulación”.

 

        George Glas, nacido en Dundee (Escocia) en 1725, tras varios viajes a las Indias Occidentales, como guardiamarina de la Marina Real Británica, obtuvo el mando de un barco mercante que cubría la ruta comercial a Brasil, África Occidental y Canarias. En 1761, en uno de sus viajes, encontró un paraje en la costa africana, entre Cabo Verde y Senegal, que consideró idóneo para fundar un asentamiento comercial, poniéndolo en conocimiento de las autoridades de su país, las cuales le concedieron 15.000 libras a cambio de que obtuviera de los nativos la cesión de aquel territorio para la corona británica. Una vez logrado su objetivo, levantó un castillo y se estableció con su mujer e hija, y varios compatriotas, denominándolo Port Hillsborough, hoy Santa Cruz de la Mar Pequeña.

         En 1764, en un viaje que hizo a Lanzarote a comprar provisiones, con el fin de paliar la hambruna existente en su colonia, fue acusado de realizar contrabando, siendo trasladado a Santa Cruz de Tenerife, donde el Comandante General de Canarias, Juan de Urbina, lo encerró en el castillo de San Cristóbal. Al año siguiente llegaría su familia, junto con otros 12 ingleses que habían salido huyendo del citado asentamiento, al haber sido atacado por los nativos.

         Glas sería puesto en libertad por intermediación del gobierno británico, el 15 de noviembre de 1766, embarcando al día siguiente para Gran Bretaña en el velero Conde de Sándwich, al mando del capitán Cocheran. El barco llevaba una carga de vino, seda, cochinilla, además de oro molido y en barras.

         El 30 de noviembre, a las 11 de la noche, antes de llegar a la costa irlandesa, cuatro marineros de la tripulación, conscientes de que a bordo viajaba un buen botín, asesinaron y arrojaron al mar al capitán, la tripulación, a Glas y su familia, dejando a bordo al galopín o paje de escoba.

         El suceso sería publicado y difundido en panfletos por la ciudad de Dublín, donde los cuatro marineros fueron apresados y colgados. Esta historia inspiraría a Robert L. Stevenson a escribir su novela La Isla del Tesoro, aunque cambiaría nombres y localizaciones.

         Glas incluiría en su obra el manuscrito de Juan Abreu Galindo, Historia de la conquista de las siete islas Canarias, junto con una descripción de la geografía del Archipiélago y las costumbres de sus habitantes, sobre todo la azarosa vida de nuestros pescadores.

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