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John Lucas, el hombre tranquilo del Sitio Litre

Autor: Juan Cruz Ruiz
Publicado en El Día el 19 de mayo de 2025

De su pasión por el Puerto y por Inglaterra, y por la vida, hizo uno de sus grandes altares en la que nosotros, los portuenses, nos empeñamos en llamar La Ciudad Turística

 

          Es un vacío tremendo el que deja John Lucas, muerto hace nada en el Puerto de la Cruz, donde amarró su vida después de años de delicada bohemia por esos mundos. Nació en Gran Canaria, y lo tenía a gala, igual que tenía a gala ser del Puerto de la Cruz. En este pueblo ambientó su vida como si aquello fuera Inglaterra, de donde venían sus padres, de donde venía su lengua y de donde vino una de sus grandes pasiones, la cultura, saber, saber con otros, escuchar, oír hablar, pues era el hombre que escuchaba.
De su pasión por el Puerto y por Inglaterra, y por la vida, hizo uno de sus grandes altares en la que nosotros, los portuenses, nos empeñamos en llamar La Ciudad Turística. Ajeno a las manías que nos llevaron a hacer del Puerto el centro del mundo, él se dedicó de veras a la esencia de la ciudad, o del pueblo, del que venimos y al que él se adhirió con entusiasmo y generosidad.

         Gracias a él, y a su mujer, Martirio Sánchez-Ortiz, se consolidó entre nosotros un proyecto extraordinario, el Sitio Litre, que se llama así porque los lugareños no sabían decir (o no querían hacerlo) Little, que era el apellido inglés de los que construyeron allí, a medio camino entre el mar y los caminos, un centro cultural, y no tan solo, que ya para siempre se llamó como decía la gente: el Sitio Litre, es decir, el lugar donde vivían los señores Little, que vinieron, se quedaron y aquí recibieron, en su casa de tanto sabor y tanta historia, a gente como Humboldt o Agatha Christie.

         El Sitio Litre, además, sirvió de recepción de uno de los más extraordinarios regalos que la naturaleza y la vida le dieron al lugar en el que nacimos. Cuando dejó de cultivarse aquí la cochinilla, gracias a la cual Canarias tuvo industria o plantaciones, se recibió en el Sitio Litre de los señores Little un don del cielo que en realidad venía de Vietnam. Resulta que los dueños del sitio tenían para su bellísimo jardín un ayudante experto en todo tipo de plantas, de la isla y de las afueras del mundo.

         Un amigo de este anglosajón que allí vigilaba las posesiones de los Little recibió de un amigo que vivía en Vietnam unas muestras que de pronto se convirtieron en una salvación para la tierra que se había quedado sin cochinilla. Es curioso que eso pasara y que, a lo largo de los años, muy pocos años, la gente se olvidara de ese origen de nuestra riqueza, o de nuestra salvación, de modo que todo el mundo, aun hoy, piensa que los plátanos, que vinieron en realidad del Vietnam lejano, son una riqueza autóctona gracias a la cual mis padres y las Canarias enteras salieron de la indigencia o la pobreza en la que hubiéramos quedado añorando la cochinilla.

         Es curioso que esa historia, que es tan fácil de contar, fuera pronto parte del olvido, de modo que el Sitio Litre, que fue la raíz de esta recuperación económica, modesta pero decisiva, se haya quedado como si Canarias se hubiera salvado gracias a algún milagro del Espíritu Santo. Supe de este hecho, y de muchísimos más, gracias a John Lucas, igual que supe de él y de su familia (su padre fue un enviado inglés para vigilar que los nazis no hicieran aquí lo que les diera la gana en la guerra mundial) gracias al archivo mental, y físico, que fue John Lucas.

         Y John, el querido John, el admirado anglosajón canario, se murió poco a poco hace nada cuando los que lo queríamos y lo necesitábamos creíamos que se estaba recuperando para seguir, en el Sitio Litre, que él y su mujer adquirieron y mantienen, haciendo que los que venían de fuera a conocer ese lugar impresionante y casi secreto, encontraran aquí parte de los secretos, y las alegrías, del Puerto de la Cruz.

          Me pareció siempre un hombre fantástico, es decir, lleno de fantasías, todas ellas marcadas por la realidad y por las virtudes de su memoria. Atento como está siempre a lo que pasa, y a lo que no se debe olvidar, el cronista general de Canarias que es Salvador García Llanos, contó, a raíz de la amarga noticia de la pérdida de John, un suceso que a su vez le recordó la paisana Milagros Brito, también historiadora.

         En noviembre de 2016 Lucas presentó su libro La pirámide olvidada, que abrazaba leyenda y realidad para recordar cómo los bereberes hallaron la luz y la niebla que los esperaba, como una leyenda, en los altos del Teide. Esa pasión, que fue glosada en la presentación del libro por el profesor José Carlos Guerra, fue uno de los hallazgos y de las pasiones de este isleño de origen inglés al que siempre imagino, en el Sitio Litre o en cualquier sitio, indagando, preguntando, haciendo, sin darse otra importancia que la que necesitaba para contar.

          Contando y contando, explicando el sitio en el que vivía y los ancestros cuya vida se sabía de memoria me encandiló una de las últimas veces que lo vi. Sentado en su hermosa casa, el Sitio Litre, me dejó ver sus cuadros y sus libros y su pasado, y una amiga muy querida luego supo de ello y estuvo con él, hablando, como si el tiempo no tuviera otro lugar que la memoria. Seguro que de esa conversación, que sería como el testamento civil de tan gran hombre, dará buena cuenta ahora que ya no puede haber olvido y cuando todo es bendita memoria.

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