El Camino de Santiago: Primer Itinerario Cultural de Europa, Patrimonio de la Humanidad y Premio Príncipe de Asturias
Autor: Antonio Salgado Pérez
Publicado en el Diario de Avisos el 14 de julio de 2025
Madrugón, desayuno adecuado a lo que se avecina y, a continuación: “Padre nuestro que estás en los Cielos…”. Tras la preceptiva oración, José Ramón Mato, nuestro excepcional amigo, guía y tutor, y desde el interior del autobús que nos transporta, perfila nuestro primer objetivo que, en líneas generales, es la primera etapa a recorrer, de siete, a pie, en tierras gallegas. Nuestro cicerone nos recuerda, una vez más, que al Camino de Santiago, que requiere ciertas y determinadas dosis de sufrimiento y mortificación, “no se viene precisamente a través de una agencia de viajes…”
Con mucha o poca fe, por deporte, afán de aventura o simple turismo, el tránsito por el itinerario que lleva a Santiago de Compostela acaba siendo una experiencia personal que escruta y define cada uno de los veintiocho tramos establecidos, desde Roncesvalles hasta el mismísimo Pórtico de la Gloria, donde el peregrino viene enriquecido con lo que le ha ofrecido el Camino en estas últimas etapas, en la Galicia de los helechos y los maizales; de los pinos oscuros y los eucaliptos de plata; de los castaños con frutos espinosos como erizos; con aquellos ascensos y descensos pronunciados; altiplanos, regatos, retamales, veredas y muros de piedra, enlazado con valles, minas de caliza; generosos prados con ganado bovino, ovino y porcino ; montes, caminos de herraduras, calzadas y duros repechos; y las pallozas de O Cebreiro, desde donde el panorama es único e irrepetible; y la neblina, que tanto suaviza al caminante y convierte el entorno en bosque encantado.
En 2010 se conmemoró el Segundo Año Santo del siglo XXI; el primero tuvo lugar en 2004. El Año Jubilar Compostelano se celebra desde la Edad Media, cuando la festividad del Apóstol Santiago el Mayor, 25 de julio, coincide en domingo. Por lo tanto, no hubo otro Xacobeo hasta 2021.
Por este motivo, el Camino, según los expertos, estaría más concurrido que nunca. Y nosotros, particularmente, lo comprobamos a través de los diversos trechos que nos ofreció el Camino en aquella Galicia verde y rubia; celta y románica; de caseríos, miradores, corredoiras, calzadas, paseos peatonales a la vera de ríos transparentes y sinuosos que adornaban determinadas etapas: Miño, Ulla, Celeiro, Eireche, Pambre, Boente, Furelos Sarria; o arroyuelos como el de San Lázaro; había otros humildes, resignados, casi anónimos. Y entre el suave rumor de aquellas corrientes de agua, surgían pazos y castros; puentes y viaductos; embalses y cruceiros, donde el trino de los pájaros era un lujo de sonido y el croar de las ranas un extraño contrapunto.
Su declaración de Primer Itinerario Cultural Europeo( 1987) por parte del Consejo de Europa, y por la UNESCO, al declararlo Patrimonio de la Humanidad, y la concesión, en 2004, del Premio Príncipe de Asturias de la Concordia al Camino de Santiago, ahondaba, si cabía, en el mensaje más íntimo de la experiencia de la Ruta Jacobea: ofrecer un tiempo -lo que dure la peregrinación- y un lugar -el propio Camino, como espacio de peculiar significado- donde sea posible la solidaridad, la reflexión y el diálogo, a través de la riqueza histórica, monumental y paisajística que ambienta toda la Ruta, para recibir en la meta, muy satisfechos, la “Compostela” (“Campo de estrellas”) , el documento que se otorga cuando la peregrinación se hace con carácter religioso y se realiza, por lo menos, los últimos cien kilómetros, a pie o a caballo; o doscientos, en bicicleta.
Durante el peregrinaje se observa, y de una forma muy pronunciada, que los distintos lugareños llevan por bandera la amabilidad, la simpatía y el cariño, entre bosquecillos de espesa vegetación; entre sinfonías de colores con predominio del verde, que lucen aquellos frondosos abedules, hayas y acebos, en todo un banquete visual, donde las “flechas” no sólo amarillas sino azules y blancas, y las “conchas”, siguen siendo referencias y compañeras inseparables del caminante. Y en los sitios más insospechados, puedes proveerte de fresas, cerezas y bordones.
Después de siglos de trochas casi abandonadas, recorridas por pocos y muy fervorosos caminantes, la Ruta Jacobea retomó, a partir de 1993, Año Jubilar, el éxito y popularidad que durante los siglos medievales le convirtieron en una de las vías de fe más intensas de Europa. Aunque el fenómeno del resurgimiento, debido sobre todo a una reinterpretación más turística y deportiva del tránsito, ha llenado el recorrido de romeros muy diversos y a menudo poco inspirados espiritualmente, lo cierto es que casi todos acaban “tocados” por la dimensión filosófica de la experiencia, como le sucedió, por ejemplo, a los miembros de la Asociación Tinerfeña de Amigos del Camino de Santiago, cuando la presidía el entusiasta e infatigable Enrique García Melón, que ya llevan haciendo el Camino por espacio de varios años, habitualmente en épocas veraniegas. A todos ellos, obviamente, les ha captado no sólo la excelente convivencia, de salud mental y corporal, que se goza, sino la contemplación pormenorizada de lo que ofrece el caminar por estas tierras jacobeas: corredores arbolados, fuentes, hórreos de todos los estilos; casales, sendas, atajos y toboganes; reino de la piedra; losas de pizarra; iglesias, monasterios, templos, capillas, ermitas, con humedades en paredes y frescos, lugares donde se sellan las credenciales para la obtención de la aludida “Compostela”.
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