Blog

VISITANTES ILUSTRES EN SANTA CRUZ (8). Relato de La Pérouse

Autor: José Manuel Ledesma Alonso
Publicado en el Diario de Avisos el 26 de octubre de 2025.

 

Luis XVI y La Pérouse

 

De la obra Viaje de La Pérouse alrededor del mundo

          «Cuando el rey Luís XVI de Francia me encargó dirigir la expedición de circunnavegación con el objetivo de estudiar objetivos geográficos, científicos, etnológicos, políticos y económicos en el océano Pacifico, entre los 200 hombres que me acompañaba, iban tres naturalistas, un astrónomo, un médico y tres dibujantes.

          Partimos del puerto de Brest, en Francia, el 1 de agosto de 1785, a bordo de las fragatas, La Brújula y El Astrolabio, las cuales iban dotadas de los instrumentos más modernos, de manera que se convirtieron en observatorios y laboratorios flotantes.

          A Santa Cruz de Tenerife llegamos el 19 de agosto de 1785, después de hacer una breve escala en Madeira. Al llegar fuimos a visitar al Comandante General, marqués de Branciforte, mariscal de campo y gobernador general de las islas Canarias, quien durante nuestra estancia en la rada tinerfeña no cesaría de darnos vivas muestras de amistad.

          En la explanada del muelle instalamos un observatorio, con el fin de verificar el movimiento de los relojes marinos de las dos fragatas y regularlos con la marcha de nuestros relojes astronómicos, llevando a cabo observaciones relativas a la latitud y a la longitud.

          Durante la escala cargamos 60 pipas de vino en cada navío, pues su precio era de 600 libras el tonel de cuatro barricas, cuando en Madeira costaba 1300 libras. Como esta faena nos ocupó 10 días, nuestros naturalistas los aprovecharon para subir al Teide, acompañados de varios oficiales de los dos barcos.

          El señor de La Martinière, botánico de la expedición, herborizó por el camino y encontró varias plantas curiosas que podrían cultivarse en la región de Languedoc (Francia), tales como la retama, la cual consideró que podía suministrar leña y proporcionar un pasto excelente para la alimentación del ganado cabrío, tal como observó en este lugar.

        El señor Robert de Paul, caballero de Lamanon, médico, mineralogista y meteorólogo, hizo una medición barométrica del Teide sobre el nivel del mar, que le ofreció el resultado de 1.902 toesas (3.708 m).

        Lamanon describe el cráter del Pico como una auténtica azufrera de 50 toesas de longitud por 40 de ancho, y se alza empinadamente del Oeste al Este. En los bordes del cráter y, sobre todo, hacia la parte más baja, existen varios respiraderos o chimeneas de donde exhalan vapores acuosos y ácidos sulfurosos, cuyo calor hizo subir el termómetro desde 9º C. hasta 34º C. El interior del cráter está cubierto de una arcilla amarilla, roja y blanca, y de bloques de lavas descompuestas en parte; bajo estos bloques se encuentran soberbios cristales de azufre en forma de octaedro romboidal, de los que algunos tienen casi un dedo de altura; considerándolos los más hermosos cristales de azufre que había encontrado.

         El señor de Monneron, capitán del cuerpo de ingenieros, quien tuvo que contratar a ocho hombres y siete mulas para transportar su equipo, hizo el viaje al Pico para comparar la medida de su altura con la realizada en la orilla del mar, dado que era la única manera de medir esta montaña que aún no había sido intentada. Aunque tenía mucha práctica en este tipo de trabajo, sobre el terreno vio que los obstáculos eran mucho menores de lo que había imaginado, pues en una jornada había llegado a una especie de llanura muy elevada, pero de fácil acceso; pero, cuando ya creía que había logrado el éxito de la experiencia, los guías le plantearon dificultades que no pudo superar, dado que sus mulas no habían bebido agua desde hacía setenta y dos horas y, ni con ruegos ni dinero, pudo convencer a los muleros para quedarse más tiempo por lo que se vio obligado a dejar inconcluso su trabajo.

       A las tres de la tarde, del 30 de agosto, nos hicimos a la mar, íbamos atestados de carga para poder llegar a las islas de los mares del Sur.»

 

        Jean-François de Galaup, conde de La Pérouse (Francia, 1741-1788) ingresó en la Marina Real a los 15 años, demostrando su habilidad naval en los combates contra los británicos, durante la Guerra de Independencia de los Estados Unidos.

         Esto le valdría el reconocimiento del rey Luis XVI, quién le encomendó dirigir esta expedición, en 1785, destinada a cartografiar las costas desde Sudamérica hasta Alaska, explorar las islas del Pacífico y visitar China, Filipinas y Australia, aportando con sus descubrimientos datos claves sobre la geografía y la vida marina.

         Su desaparición, junto con los científicos que le acompañaban, supuso una conmoción en Francia, de manera que la Asamblea Constituyente francesa envió una misión en su búsqueda, que comenzaría en su última escala registrada en la Bahía de la Botánica, actual Sídney, el 10 de marzo de 1786, en que las fragatas pusieron rumbo hacia las islas de la Amistad o Tonga, aunque no sería hasta 1827, cuando se hallaron restos de sus barcos en la isla Vanikoro, actual isla Salomón, confirmando que naufragaron en un arrecife.

         La publicación del viaje de La Pérousse se realizaría a partir de los mapas y diarios que se trajeron de Australia, sirviendo de gran ayuda a futuras expediciones.

– – – – – – – – – – – – – –

Related Posts

Enter your keyword