Monumentos (41). A las lavanderas

Autor: José Manuel Ledesma Alonso
Publicado en el Diario de Avisos el 31 de agosto de 2025

 

          El monumento erigido a las lavanderas de Santa Cruz, en la plaza del barrio de los Lavaderos -trasera del Hotel Mencey- obra de Raquel Plans – está formado por dos esculturas de bronce, la madre torciendo la ropa y el hijo apoyándose en la cesta de la ropa, junto a la piedra de lavar.

          En los primeros siglos de la Villa de Santa Cruz, las vecinas que no disponían de pozos o aljibes en sus casas, que eran la mayoría, tenían que ir a lavar la ropa a los barrancos, donde previamente habían formado una charca, reteniendo el agua con un dique hecho de piedras, tierra, hierba y juncos, donde colocaban piedras en forma inclinada en las que frotaban la ropa con jabón “Lagarto”, aclarándola luego con añil.

          La costumbre de lavar la ropa en los barrancos continuó siendo una práctica habitual hasta 1842, en que los problemas de salubridad que se producían en las citadas charcas darían lugar a que el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife construyera unos lavaderos públicos fuera del casco de la ciudad.

          El lugar elegido para construir el edificio para los lavaderos públicos fue un solar situado en el barranco de Almeyda, al final de la calle Canales Bajas, actual Doctor Guigou, por donde pasaba la atarjea con el agua procedente de los nacientes del Monte Aguirre que abastecía la población.

          El inmueble, de forma cuadrada, conformado por cuatro crujías, poseía 60 piedras de lavar, de losa chasnera, con borde biselado y hendiduras transversales.

          El reglamento para su uso y la tarifa de precios en los que cada lavandera tenia que abonar cuatro cuartos por utilizar la pila y el agua que utilizaban fue aprobado por el Ayuntamiento en 1853.

          Este lugar, al que acudían las lavanderas cargadas con la ropa sucia y no regresaban a sus casas hasta llevarla limpia y seca, era el auténtico mentidero de la ciudad, donde estas mujeres se manifestaban con total libertad, pues a la vez que fumaban, cantaban o contaban chistes verdes, transmitían las noticias, cotilleos y chismes que habían ocurrido.

          Los lavaderos se cerrarían a principios del siglo XX, ante la infinidad de denuncias por restricciones de agua, falta de mantenimiento e higiene, y el mal estado de la instalación.

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