Manneken – Pis
Autor: Antonio Salgado Pérez
Publicado en el Diario de Avisos el 19 de febrero de 2001
En 1978, el Comisariado General de Turismo de Bruselas, publicó un grueso volumen ilustrado bajo el título de Las Siete maravillas de Bélgica, donde se recogían siete obras maestras del arte conservadas en dicho país.
Son éstas: 1.- Pila Bautismal de Rainiero de Huy (1107-1118), en la iglesia de San Bartolomé, de Lieja. 2.- Caja (o cofre) de Notre-Dame, de Nicolás de Verdunt (1200 aproximadamente), en el tesoro de la catedral de Tournai. 3.- Tesoro de orfebrería, de Hugo d. Oignies (1230, aproximadamente), en la Maison des Souers de Notre-Dame, en Namur. 4.- Políptico del Cordero Místico, de los hermanos Van Eyck (1432), en la catedral de Sint Baafs, de Gante. 5.- Caja de Santa Úrsula, de Hans Memling (1489, aproximadamente), en el hospital de Sint Jan de Brujas. 6.- Paisaje con la caída de Ícaro, de Pieter Brueghel el Viejo (1550 aproximadamente), en el Musée d. Art Ancien, en Bruselas. 7.- Descendimiento de la Cruz, de Pedro Pablo Rubens (1612, aproximadamente), en la catedral de Amberes.
Pero a pesar de que una de estas siete maravillas belgas se encuentre en Bruselas, el monumento más querido de los bruselenses, el símbolo de la ciudad al que todos admiran y mantienen en la memoria colectiva, sigue siendo el Manneken-Pis.
¿Dónde está ubicado? Muy fácil su localización, Sitúese en la Grand Place, en pleno corazón de la ciudad. Y cuando vea enfilar por una de las calles que la circundan a muchos turistas, pues sígales. Van a ver, con toda seguridad, el Manneken-Pis.
Y allí, como escondido, en un rinconcito, situado en la esquina de la rue L´Etuve-Stoostraat con la rue du Chéne-Eikstraat, existe una fuente barroca, adornada por la célebre estatuilla de un niño desnudo, llamada también Petir Julien, de estilo renacentista, realizado por Jerome Duquesnoy (padre) en 1619. Allí, graciosamente, se encuentra el mito, de apenas medio metro, de incontenible micción.
Uno se convierte en ese niño que todos llevamos contemplando a esta metálica criatura.
Allí, siempre, numerosos turistas, todos ellos riéndose, con la intención de posar para cámaras fotográficas y de vídeos, ante este querubín “con grandes problemas urológicos”, según dictamen de un avispado andaluz, que no dejaba de escrutar aquella kinderaniana estampa, perpetuada en todas las tiendas de “souvenirs”, desde el frío metal hasta el más apetitoso chocolate, desde llaves hasta sacacorchos donde en éstos surge la inevitable zafiedad.
A pocos metros de este rincón, en el Museo Municipal, hay una sala especial dedicada a los 166 trajes –incluido el traje típico de mago tinerfeño– que a partir del siglo XVII han ofrecido al Manneken-Pis diferentes personalidades y asociaciones.
Los acontecimientos hicieron de esta figurita de Bruselas un héroe cuya fama se extendió en el extranjero.
La leyenda dice que un rico burgués perdió a su único hijo durante el desarrollo de una fiesta popular. Después de buscarle le encontró al cabo de cinco días en la esquina de la rue L´Etuve haciendo lo que nuestro hombrecito hace todavía, es decir, pis.
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