Presentación de su libro «Memorias de la Gente»
A cargo de Daniel García Pulido
Fecha y lugar: 30 de junio de 2025 en la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife (La Laguna)
Saludos
Gracias por asistir a esta presentación, emociona ver tantas caras conocidas. Por un lado, es obvio que tengo que empezar agradeciendo de corazón a Zenaido sus palabras, tanto a mí como a esta obra. Lo que ha afirmado es prueba palpable de su bonhomía y, desde luego, es un seguro a todo riesgo contar con él para avalar la calidad de cualquier evento. Por otro lado, estarán conmigo en que es todo un atrevimiento por mi parte tomar la palabra después de haberlo hecho un maestro del periodismo, que domina el lenguaje, los tiempos, la cadencia. Es por ello que apelo fervientemente a la comprensión de todos y todas en esta sala para que disculpen a este bibliotecario que adora el diálogo y la comunicación (quienes me conocen lo saben), pero un diálogo de uno en uno, o en pequeños grupos, pero cuando se juntan todos la verdad es que intimidan. Seguro que me entienden.
Quisiera comenzar explicándoles mis particulares circunstancias, desde que era casi un renacuajo investigador con apenas 15 años, y lo hago porque así entenderán muchísimo mejor los frutos, las criaturas editoriales que han ido naciendo a lo largo de mi vida. En primer lugar, no puedo negar, porque es una verdad latente y revisable, que he tenido el inmenso privilegio, usando los términos del famoso científico Isaac Newton, de investigar “a hombros de gigantes”, y me explico. El que abrió la “ventana” y me hice asomarme a este increíble mundo de la curiosidad, del conocimiento y del patrimonio, fue mi padre, José Luis García Pérez. Es el primer “gigante” que me aupó en sus hombros y, allí encaramado, mientras él hacía su tesis doctoral sobre viajeros ingleses en Canarias en el siglo XIX (mi padre me dejaba ayudarle con la revisión de fichas y diccionarios, con la lectura de textos secundarios, etc.) yo fui conociendo y aprendiendo de infinidad de personas de primer nivel en el ámbito académico. No quiero nombrar a unos y caer en el delito de no citar a otros pero me ceñiré a traerles aquí nombres de auténticos “gigantes” que por desgracia ya no se encuentran entre nosotros y con quienes he tenido la suerte de coincidir, de dialogar y, en ocasiones, hasta de escribir: Juan Antonio Padrón Albornoz, Alejandro Cioranescu, María Rosa Alonso, Antonio Rumeu de Armas, Luis Cola Benítez, Pedro Ontoria Oquillas, Marcos Guimerá Peraza, entre otros… De ellos fui aprendiendo y perfilando ese pequeño arte que supone la investigación documental. Gracias a Dios sigo viviendo esa suerte de “encantamiento” y un ejemplo palpable de lo que digo lo tenemos hoy, en esta mesa, porque tanto nuestro director, José Gómez Soliño, como Zenaido Hernández Cabrera, han sido entrañables amigos de mi padre, esos “gigantes” de los que hablo, a quienes conocí con el paso de los años y que me han hecho ver el mundo de la cultura y de la investigación desde otro horizonte.
Una vez establecido ese primer axioma, esa verdad revestida de auténtico privilegio que es haberme rodeado y seguir viviendo “entre gigantes”, todos saben que la labor del estudioso es una combinación, a ser posible equilibrada, entre método, paciencia y lógica. Incluso puedes excederte en cualquiera de estos tres ingredientes sin que afecte el resultado, pero todos saben que faltan otras dos pautas que no las controla el que investiga: una es la pasión, esa ilusión por conocer, esa curiosidad innata. No viene en ningún manual. Es como la definición de amor en la famosa Encyclopedie francesa, donde puede leerse algo así como “Si no has estado nunca enamorado, no busques aquí la explicación de ese sentimiento porque no sabrás lo que es”.
Luego otra de las pautas que escapan a quien estudia es ese factor de “suerte”, de oportunidad. Yo personalmente creo que es parte de ese “sexto sentido” que aún el estamento científico se niega a aceptar pero que explica todo ese cúmulo de casualidades, de sorpresas, de fortuitos encuentros… Cuando tienes esa “suerte”, cuando encuentras el dato o el papel que estabas buscando, se te eriza la piel, te aumentan los latidos, te dan ganas como de compartirlo a los cuatro vientos… Sí, tienen razón y suena como extraño pero es la auténtica “gasolina” o batería que alimenta el proceso.
Y ese momento, para ceñirnos a la obra que hoy presentamos, ocurrió hace un par de años. Voy a contarles la intrahistoria, o como se dice ahora, los metadatos, del proceso de creación y edición de este libro. Gracias al trabajo siempre silencioso y en apariencia lento (que les aseguro que no lo es) de los técnicos del Archivo Histórico Diocesano de Tenerife, se puso a disposición de la comunidad investigadora otro nuevo fondo documental, en este caso, el perteneciente a la Catedral de La Laguna. Imagínense lo que supone para un investigador que le ofrezcan un nuevo fondo o un nuevo catálogo. No sé, se me ocurre que el equivalente más cercano en sensaciones podría ser cuando se abre la temporada de rebajas en tu tienda preferida de ropa. Te entra hasta vértigo.
Bueno, consultando ese nuevo inventario del fondo de la Catedral mi mirada se detiene en un documento identificado bajo el nombre de “Libro de necrológicas de D. Marcelino Martínez Rivero”. Yo les aseguro que no hay nadie más enamorado de la vida que yo pero no puedo negar que parte de mis trabajos se han centrado en aspectos relacionados con la muerte, como los libros que he dedicado al cementerio antiguo de Santa Cruz de Tenerife, el de San Rafael y San Roque, o la guía de camposantos de Canarias. Hasta hay algún amigo que me ha puesto el temible apodo de “necrófilo”, que me horripila claro, pero me consuela sentir siempre que mi única misión es rescatar todas esas vidas pasadas y volverlas a traer al presente, para que no caigan en esa muerte definitiva que es el olvido.
Retomo el hilo y vuelvo al momento en que veo aquel apunte de “Libro de necrológicas”. Consulto a Vilehaldo Hernández, el archivero del Diocesano que se encargó de este inventario, para saber si podía orientarme sobre tan curiosa descripción, totalmente inusual a mi entender en los catálogos. Hago un inciso aquí al papel que tienen en todo proceso de investigación esos bibliotecarios, documentalistas y archiveros que dedican su trabajo en la descripción de esos tesoros que llegan a sus manos en el transcurso de los años. Su misión es clave y lo digo por propia experiencia. En el fondo de Canarias de la biblioteca de la Universidad he tenido la inmensa suerte de colaborar en el inventario de fondos personales como el de Dacio Victoriano Darias y Padrón o el de Miguel Tarquis Rodríguez, y he comprobado cómo esa labor de años y años ha calado en estudiosos que han aprovechado esas herramientas de descripción para publicar fantásticos trabajos. Ejemplos como los de Ana Ávila o el buen amigo Francisco Cejas sirven de confirmación de lo que llevo expuesto.
Todo este engranaje es algo parecido a una cadena alimentaria o de proceso, a la que llega el investigador, rescata un fruto de ese catálogo y lo convierte en un producto para el consumo de la comunidad. Por eso desde aquí quiero ensalzar la labor y la relevancia (que siempre queda oculta) de los archiveros y archiveras, de los técnicos que se pasan media vida en esos “espacios sagrados”, custodios de nuestra memoria, encargados de ese primer paso de rescate. Como dice esa famosa frase, “con ellos empezó todo”.
Cuando tuve en mis manos el manuscrito de Marcelino Martínez les confieso que aquello fue un “flechazo” a primera lectura, si me permiten la broma. Quienes conozcan el diario del regidor José de Anchieta y Alarcón, aquel personaje del siglo XVIII que tuve la suerte de trabajar hace unos años, saben de mi “debilidad” por los testimonios directos de los personajes del ayer. Pues precisamente este “Libro” de Marcelino iba en esa dirección, con mil y un pequeños relatos, a veces una simple frase, uno o dos párrafos, escritos siempre a colación de la muerte de algún vecino o vecina de La Laguna. Se trata, a fin de cuentas, de casi mil pequeñas “puertas” a la vida de otras tantos personajes y sucesos de La Laguna, que podemos atravesar para iniciar nuevas pesquisas.
Con el manuscrito revisado con cuidado, el siguiente paso era hacer uso de ese componente que comenté al principio de mi intervención, de “subirme de nuevo a esos hombros de gigantes”. Quería confirmar que el material obtenido cumplía con las expectativas que yo le había puesto. Como dicen que a veces uno se enamora y se le nubla el sentido, creo que tocaba poner los pies en el suelo y escuchar a los expertos, como digo, a uno de aquellos “gigantes” de Newton a los que me he referido antes. Al primero que acudí fue a Manuel de Paz. ¿Ustedes han conocido alguna vez a un genio, pero un genio de verdad? Ahora que no me escucha, porque a él no le gusta que lo esté diciendo, Manuel lo es. Y no lo digo por quedar bien: tienen que verlo trabajar, es así de sencillo. En apenas unos minutos de lectura transversal, fijándose en dos o tres detalles, revisando el texto de Marcelino, detectó que se trataba de un acercamiento inusual al vecindario de La Laguna en pleno siglo XIX y me brindó el título que tiene el libro: Memorias de la gente, y la oportunidad de publicarlo en la colección que él dirige, “Miscelánea canaria” en la editorial LeCanarien. Ya el trabajo tenía al mejor de los padrinos.
Le tocaría el turno luego al buen amigo Carlos Rodríguez Morales, a quien acudo siempre dentro de ese “reino de privilegio” en el que vivo, quien me animó igualmente a la edición de ese trabajo. Sus consejos, su opinión limpia, su poso de saber, son un aval de calidad y saben que no exagero nada. Y finalmente, pasando de “gigante en gigante”, llegué a Eliseo Izquierdo. El cronista que tiene esta bellísima ciudad es una suerte de científico-humanista, un poeta en esencia, que a sus envidiables 94 años nos ha regalado, a Marcelino y a mí, un prólogo de una hondura y calidad maravillosas. Ya sólo la primera frase de dicho prólogo lo patentiza. Dice Eliseo: “Podrá parecer contradictorio, pero este libro, siendo un libro sobre muertos, exhala vida, y no poca; vida vivida”.
En el proceso técnico, agradecer en el alma a LeCanarien, con Zebensuí López, Yurena Cabrera y Laura Rodríguez, que hicieron no sólo fácil la edición sino que convirtieron el producto en una joya editorial, porque no me negarán que ha quedado bonita la cubierta, la maquetación, el tacto del libro. Bueno, como “padre” de la criatura no puedo ser objetivo pero apelo a la opinión de quienes lo han visto y lo han tenido por primera vez en sus manos. Todos me han recalcado que es un libro atrayente, con una cubierta maravillosa basada en parte en uno de los cuadros que tengo a mis espaldas precisamente, pintado por Alejandro de Ossuna Saviñón.
No quiero terminar sin contar una anécdota dentro del proceso de esta libro. Marcelino Martínez, al finalizar su humilde cuaderno de necrológicas, le puso una sencilla dedicatoria en la que pedía un padrenuestro y un avemaría al lector que fuese a leer sus memorias. Quien les habla puede sincerarse diciendo que cada una de las treinta y tantas ocasiones en que pedí ese manuscrito, Marcelino tuvo su oración sentida. Me parecía, y me sigue pareciendo, la forma más íntima y entrañable de agradecerle su legado.
Para finalizar, cerrando ese círculo de “vivir entre personas especiales”, gigantes, tengo que agradecer a mi pareja Raquel, que vive todas esas vivencias que he comentado. Ella es la primera lectora o partícipe de los hallazgos cada vez que regreso de los archivos y siempre digo que menos mal que ella lleva con entusiasmo (espero) convivir con la memoria de tantos y tantos personajes en casa (Amaro Pargo, Anchieta y Alarcón, Antonio Gutiérrez, Horacio Nelson y, ahora, Marcelino Martínez Rivero…). En todos esos ámbitos, la clave, el barómetro de las vivencias, o si quieren, mi consejo como investigador es que se dejen cautivar por las musas, por ese desvelo que saben que va a resolver siquiera un pequeño misterio. Cuando llegué el hallazgo lo sabrás, como cuando estás enamorado, y todo porque lo que investigas, lo que vives, será mejor que lo que hasta entonces habías soñado.
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