El motín de 1827

Autor; Alastair F. Robertson
Traducido del inglés por Emilio Abad Ripoll y publicado en el Diario de Avisos el 9 de diciembre de 2025

          Durante la década de 1820, España, como iba siendo habitual, se encontraba en un estado de agitación, incertidumbre y violencia. El rey Fernando VII, “el deseado” de 1814, se había convertido en Fernando el odiado; al principio apoyó la Constitución de 1812 y luego la revocó con una dura represión, como recogería Goya. España había sido invadida por tropas francesas, las posesiones de Sudamérica habían logrado su independencia, mientras que los políticos absolutistas y liberales se enfrentaban constantemente. En 1827, fracasaba el primer levantamiento carlista, pero ese mismo año, y en Canarias, también ocurrían otros sucesos con el ejército como protagonista.

          El rey Fernando, temiendo una intervención británica a través de Portugal, y quizás recordando el ataque de Nelson treinta años antes, envió tropas a las Islas Canarias, únicamente, creían los británicos, con fines disuasorios. Aun así, Gran Bretaña desconfiaba y consideraba esos refuerzos como exponente de una postura belicista. Lo verdad era que las tropas se dirigirían a a América para intentar conservar los territorios que aún pertenecían a España.

          En febrero de 1827, el general Francisco Tomás Morales, que había alcanzado fama en las guerras de Sudamérica, fue nombrado Capitán General de Canarias. Se le ordenó dirigirse a Cádiz, donde embarcaría con 1.000 ó 1.200 soldados para tomar posesión de su nuevo mando. Se trataba de dos batallones de Ceuta (1), en la costa norteafricana más cercana a España. El Gobierno sospechaba que esas Unidades, compuestas mayoritariamente por veteranos, no eran del todo leales; cierto es que no estaban contentos con su inmediato cometido, y surgieron problemas.

          Los barcos alquilados para transportar a las tropas llevaban un mes listos; el retraso se debía a la falta de un convoy que los escoltara. Un bergantín corbeta, una goleta y una goleta de guerra ya llevaban algún tiempo anclados en Algeciras cuando, en la noche del domingo 11 de febrero, una balandra, una goleta y dos bergantines de guerra llegaron a Algeciras procedentes de Cádiz.

           Los problemas comenzaron en Ceuta al anunciar una de las Unidades destinadas a Canarias su intención de proclamar la Constitución de 1812. En Cádiz, el general Melchor Aymerich, gobernador de la Plaza, declaró que era necesario que el Gobierno tomara algunas precauciones.

          La “intención” de las Unidades pronto se convirtió en una insurrección, ya que se negaron rotundamente a obedecer las órdenes de embarcar hacia Canarias. La alarma pública se extendió por las provincias del sur de España. En Cádiz, se colocaron en las calles avisos policiales en los que se amenazaba con duras penas a quien recibiera cartas o documentos sediciosos y no informara inmediatamente a la policía.

          Sin embargo, la situación se tranquilizó; finalmente las tropas embarcaron y, con la escolta de varios buques de guerra, se dirigieron a su destino. El gobierno anunció públicamente que los soldados estaban bien provistos de vestuario y provisiones, que estaban perfectamente equipados y que la Hacienda pública disponía de fondos para sufragar varios meses de sueldo, anuncio que resultó ser falso.

         En abril, la prensa británica insistía en que el general Morales estaba reuniendo fuerzas en las Islas Canarias para invadir Colombia o México, pero se añadía que la historia era inverosímil.(2). Sin embargo, se rumoreaba que los buques españoles disponibles habían recibido órdenes de estar listos para, a la primera señal, zarpar rumbo a las Islas Canarias, donde embarcarían tropas y navegarían hasta la bahía de México para unirse al almirante Laborde; allí formarían una escuadra lo suficientemente fuerte como para desembarcar en el continente americano.

          Los problemas ya eran evidentes en Tenerife, y así, el 21 de marzo de 1827 el periódico inglés Public Ledger and Daily Advertiser informaba que en el otoño del año anterior y en La Laguna: 

                    “Don Fermín Martín Balmaseda, Intendente General de dichas Islas, acababa de ser vergonzosamente agredido en su propio domicilio y encarcelado por una docena de sectarios, que, desgraciadamente, disponiendo de las fuerzas armadas, cometen todo tipo de excesos. Es de esperar que ya el Gobierno español haya tomado medidas para poner fin a esta situación y restituir en su puesto al Sr. Balmaseda, uno de los más fervientes defensores de la Monarquía y la religión.”

           Tan pronto como las tropas procedentes de Ceuta llegaron a Tenerife se amotinaron. El 7.º Regimiento de Albuera se rebeló el 4 de abril, exigiendo sus salarios atrasados, pues no los habían recibido desde hacía 4 meses; pero no era posible satisfacer sus demandas porque la tesorería estaba vacía. Los soldados se negaron en dos ocasiones a obedecer las órdenes de su jefe, el teniente coronel Pierson, pero este oficial, demostrando que aún mantenía el mando de la Unidad, aisló las compañías y las colocó bajo custodia de la Milicia isleña.

          Sin embargo había mucha preocupación en todo Tenerife: mil doscientos hombres armados y sin alimentos suponían un riesgo aterrador; se temía que otros actos de insurrección ocurrieran, ya que no había posibilidad de reunir dinero para su alimentación y remuneración.

           Incluso se creía en Tenerife que existía un informe revelando que pronto la isla sería ocupada por tropas francesas, informe que había sido recibido por el cónsul francés con instrucciones de su gobierno para prepararse para tal medida. Por otra parte los comerciantes británicos estaban muy preocupados por la seguridad de sus propiedades. Se reconocía que el regimiento debía ser reemplazado por otras tropas, pero se temía que antes de que el gobierno pudiera hacerlo, se produjera una revuelta. Los tinerfeños consideraban que las autoridades locales debían tomar medidas.

           Los amotinados eran conscientes de que no podían permanecer en Canarias. Tropas que habían sido enviadas a La Gomera para obligar a los habitantes a pagar sus impuestos atrasados se amotinaron, saquearon la iglesia principal de San Sebastián, la Iglesia de la Asunción, y las casas de los habitantes más acomodados, quienes se defendieron con relativo éxito. Posteriormente, los soldados, una vez obtenido lo que pudieron, embarcaron en un navío inglés de contrabando con rumbo a Portugal, donde, dada la confusión que se vivía en ese país, suponían sería un paraíso para los desertores españoles. En agosto, una fuente oficial española reconocía que habían desertado cien hombres y que habían logrado escapar a bordo de un corsario colombiano que navegaba por las cercanías. O bien esto se sumaba a la información anterior, o era una variación de la misma.

           En la tarde del 20 de junio, un barco mercante portugués, procedente de Canarias, entró en el río Tajo con 140 suboficiales y soldados españoles a bordo. Los desertores venían con sus armas, por lo que al desembarcar fueron desarmados inmediatamente y enviados al fuerte de Belém.

           La guarnición de Tenerife se incrementó con Unidades más dispuestas a obedecer órdenes, y en el mes de agosto el general Morales se encontraba muy ocupado preparando la expedición a Méjico. El motín había terminado.

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NOTAS
(1) Del Regimiento de Infantería Ligero Albuera 7. (N. del T.)
(2) Sin embargo, era cierto que algunas compañías del Albuera embarcarían hacia Méjico, reforzando la expedición que, a las órdenes del general Barradas, tenia como misión sofocar la sublevación en tierras que aún pertenecían a España. (N. del T.)

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