El éxito creativo de Pochola, como alumna aventajada de la eximia actriz Mary Carrillo
Autor: Antonio Salgado Pérez
Publicado en El Día el 9 de noviembre de 1999.
Nos quedamos con aquel semblante de ¿perplejidad, asombro, admiración? que nos ofreció Mary Carrillo, nada más finalizar la interpretación de Pochola Pérez-Andreu en La muerte da un paso atrás. Y fue arriba, en el escenario del Teatro Guimerá, donde la eximia actriz mostró aquel arrobamiento ante la probada genialidad de su alumna, al que el numerosísimo público, puesto en pie, “se la comía a besos y abrazos”…
Mary Carrillo, que tantísimas veces nos ha encandilado con su grandeza interpretativa tanto en platós como bajo los telones, recogía, en el estreno, abrazando a su pupila, la admiración unánime del público isleño. Si su dirección había resultado impecable de una pieza teatral que ya había representado varias veces en la década de los 60, la actuación de Pochola, ofreciendo ahora la soledad de Andrea Arévalo, permanecerá en nuestra memoria como algo indeleble.
Pochola Pérez Andreu
Como Pochola es algo nuestro, sentíamos que su valentía ante la obra de Horacio Ruiz de la Fuente tuviese los vacíos lógicos de una acreditada “amateur”, que antaño, imitando a Lina Morgan, convenció plenamente. Pero ahora tenía que crear, establecer normas de conducta e interpretación, Y estaba sola en medio de aquel atinado decorado que se le brindaba. Y, créannos, cuando hizo su aparición en escena, cargada de regalos navideños; con abrigo y bufanda para mitigar la nevada madrileña y con ese gracejo y lozanía que siempre le ha caracterizado, nuestro ánimo se calmó cuando, con una increíble naturalidad y espontaneidad, comenzó a hablar por teléfono con su hijo…
Después, a nuestro juicio, de simple espectador, fue todo un coser y cantar. Pochola gozaba con su papel; se recreaba encarnando a la escritora y novelista Andrea Arévalo, mujer de unos 40 años, madre de hijo único, viuda de un señor de bigotes… Nos brindó diferentes tonos de voces; estuvo muy gestual; hizo derroche de una privilegiada memoria, se apoderó del escenario y del público, su ferviente público. Y sin un titubeo, sin apenas balbucear, bordó su papel con el humor y con el dramatismo que requería la obra, donde una peculiar y sonora carcajada se ahogaba, por momentos, con el llanto desgarrador ante la pérdida de su unigénito. Plausible su vocalización y encomiable, por supuesto, todo el equipo que, fuera de candilejas, le apoyaba, le arropaba, para que aquel monólogo, aquel melodrama en dos actos, siempre discurriera por el sendero de la aprobación más unánime.
El desenlace de la obra resultó espectacular, dada la calidad de aquella actriz en solitario, apuntalada, firmemente, por fidedignas voces en off y una acertada coordinación de sonidos, donde el talento de Pochola quedó generosamente compensado no sólo con aquellos aplausos que todos le dedicamos sobre el escenario, sino con el abrazo sincero y cálido que, minutos más tarde, le ofrecimos un nutrido grupo de amigos y admiradores, fuera del teatro, en el umbral de aquella “puerta de salida de artistas” que nos hizo recordar la de los grandes teatros londinenses, pues una masa, tan cariñosa como entregada, zarandeaba a una sonriente Pochola, aún estigmatizada con el maquillaje de aquella angustiada madre.
– – – – – – – – – – – – – – – –