La familia real española de Inglaterra
Autor: Alastair F. Robertson
Éste es uno de esos históricos escenarios que se presentan al preguntarse «¿qué hubiera sucedido si…?» ¿Si Inglaterra, como consecuencia de enlaces matrimoniales con la familia real española, se hubiera convertido en un satélite de España? En el siglo XVI está situación estuvo a punto de ser una realidad.
Alrededor de 1500, Enrique VII, aquel voluble y astuto rey, que, dicho sea de paso, tenía mucha más razón que su malévolo tío, el rey Ricardo III, para asesinar a los príncipes en la Torre, había puesto los ojos en un poder aún mayor que el mero trono de Inglaterra. Quería una alianza con España.




En 1506, Juana, de veintisiete años de edad, pasó unos meses en la corte inglesa de Enrique y se abrieron negociaciones con vistas a un matrimonio. El único inconveniente con respecto a Juana es que no estaba mentalmente sana (en España era conocida como “Juana la loca”). Su estancia en Inglaterra coincidió con uno de sus períodos de lucidez. Sin acuerdo se cerraron las negociaciones, pero qué importante hubiese sido para Enrique VII, si su plan hubiese tenido éxito, convertirse en el consorte de la reina del país más poderoso de Europa.
Enrique murió en abril de 1509, y su hijo subió al trono con el nombre de Enrique VIII. Dos meses después, en junio, respetando lo acordado, se casaba con Catalina de Aragón, su novia española.

Enrique y Catalina tuvieron varios hijos, pero tan sólo uno superó la niñez, la princesa María. Comparando con su vida posterior, Enrique fue señaladamente fiel a Catalina durante los veinticuatro años que duró su matrimonio, hasta que se declaró que su enlace había sido “contrario a la ley de Dios”, (pues Enrique se había casado con la viuda de su hermano) como decretó en 1533 Thomas Cranmer, quien había sido nombrado Arzobispo de Canterbury por Enrique. Se permitió entonces a éste casarse con Ana Bolena, lo que de hecho ya había tenido lugar en secreto.
Catalina fue recluida hasta su muerte en 1536, el rey Enrique falleció en 1547, su enfermizo hijo, el rey Eduardo VI, moría en 1553 y la medio española princesa María se convertía en la primera mujer que llegaba a ser reina de Inglaterra por derecho propio.


Felipe
En agosto de 1555, y parece ser que con algo de alegría, Felipe dejó Inglaterra para unirse a su padre en Flandes, dejando detrás a la reina María con el corazón destrozado. Pronto, en 1556, el rey Carlos abdicaría en su hijo, que reinaría como Felipe II, lo que convertía nominalmente a María en reina de España, a la vez que reina de Inglaterra. Fue un pobre consuelo para María, que confiaba en que la ausencia de Felipe sería sólo una cuestión de semanas, pero no fue hasta marzo de 1557 cuando regresó. Fue una corta estancia de tres meses y medio que sólo sirvió para involucrar a Inglaterra en su guerra contra Francia. De nuevo María creyó estar embarazada, pero otra vez no era más que un delirio de su anhelo y su desesperada imaginación. La desilusión rompió sus ganas de vida y aceleró su declive físico. Contra sus deseos, la católica reina María de Inglaterra reconoció a su hermana protestante, la princesa Isabel, como su sucesora; y así, tras la muerte de áquella en noviembre de 1558 y con Isabel en el trono, comenzó una era de hostilidades y recelos entre Inglaterra y España.
Pero, ¿qué habría sucedido si los embarazos hubiesen sido reales y los niños hubiesen vivido lo suficiente para dirigir Inglaterra? Su sangre hubiese sido tres cuartas partes española, católicos, con estrechos lazos con el mayor imperio mundial y herederos del trono de España. Aquí es donde la fantasía se echa a volar. Por lo que respecta a Inglaterra como nación, lo más probable es que Felipe, María y sus hijos se hubiesen trasladado a España, Inglaterra únicamente habría sido una subsidiaria de España, un poco más importante que las posesiones españolas en Holanda, Francis Drake no hubiese sido el azote de las flotas del tesoro españolas, no habría existido la Armada Invencible, posiblemente tampoco la Guerra Civil del siguiente siglo, ni la rebelión católica jacobita con el príncipe Carlos en la centuria posterior, y más cerca de aquí, los piratas británicos no hubiesen atacado las Islas Canarias, el imperio combinado de Inglaterra y España hubiese sido enorme y el curso de la historia habría sido totalmente distinto.