Dos notables libros del escritor tinerfeño José Manuel Encinoso: «Luisa Estany» y «El hombre del maletín»
Autor: Antonio Salgado Pérez
Publicado en El Día el 15 de enero de 2000
Leyendo estas páginas, inevitablemente oímos como los ecos lejanos de “Marina”, de “Katiuska”, de “Los gavilanes”, de “Maruxa”, de “La del manojo de rosas”… Y hemos tenido, también, la oportunidad de conocer, por la inspiración y generosidad de Encinoso, así, a secas, la curiosa e interesante trayectoria de Luisa Estany, que allá, en aquella década de la postguerra, para nosotros, de chufas, tamarindos y algarrobas, ya había irrumpido en los escenarios tinerfeños como indiscutible figura del género lírico. “Luisa Estany, nostalgia de una voz”, es el título que brindó Encinoso a este análisis, tan pormenorizado como exhaustivo, de aquella ya lejana Luisita, hija del director y compositor Juan Estany, al que siempre vimos frente a un piano. La iniciativa del inquieto Encinoso no sólo nos ha descubierto la carismática carrera de esta peculiar artista, sino que ha logrado, al sacarla de un extraño anonimato, que los dirigentes de su La Laguna natal ya le hayan rotulado una nueva calle como tardía, pero sincera compensación, a una modélica vinculación que merecía la distinción que ahora acaba de recibir; reconocimiento que ahora compartirá, primordialmente, con Luciano, su esposo, tándem al que Cupido atravesó en la emblemática y bella Escuela Profesional de Comercio, cuando aquel ejercía de competente profesor y, ella, de diligente alumna.
Y hablando de José Manuel Encinoso Mena, reflejar el impacto que, recientemente, nos ha producido en su último trabajo El hombre del maletín, donde Antonio, el personaje principal, nos narra sus vivencias estudiantiles en aquella década de los 40, con el “Ciudad de La Palma” y sus tres pitadas reglamentarias, donde se subió sus escalerillas con una vieja maleta, su maltrecha ropa; un holgado gabán, heredado, y aquella plena convicción de hacerse médico, esa sublime vocación que le iba a acompañar de por vida. Pero antes de llegar a Salamanca, que era la meta soñada, Antonio, su personaje, había dejado atrás amores fugaces, “plenos de ardores de adolescente”; y a Cádiz de una pobreza absoluta, con fondas de mala muerte, un frío que pelaba y una triple ilusión: sopa de fideos, tortilla española y naranja valenciana.
Cuando el veleidoso Antonio llegó a Salamanca quedó prendado, entre otras cosas, de esta inscripción callejera: “Salamanca, que enhechiza la voluntad de volver a ella a todos los que la apacibilidad de su vivienda han gustado…”. Como atinadamente apunta Francisco Ayala en el prólogo de este tomo, “las primeras novelas de todos los autores son autobiográficas o tienen mucho de ello, aunque en los escritores que se meten a narrar, como admite el propio José Manuel Encinoso, alguna vez la fantasía desplaza momentáneamente a la realidad. En el caso de “El hombre del maletín”, a veces, no puede saberse cuándo las cosas son reales o cuándo es producto de la pura imaginación. Tan completa, ordenada y metódica es la descripción, que parece que nunca falla ni sobra nada”.
En esta novela, que lo es, Encinoso nos ha hecho recordar aquella otra confusa mezcolanza de mochilas, mantas y cantimploras, que se dirigían a Inglaterra, cruzando el Paso de Calais, para extraer la evasiva patata de sus húmedos campos y, de paso, “perfeccionar el inglés”. Aquellos jóvenes, amigo Encinoso, y como tu personaje, Antonio, empezaban a familiarizarse con aquellos cielos llorosos, que dejaban caer una lluvia finita y helada… Y aquellos grupos de españolitos de la década de los 50, eran desnudados de medio cuerpo para arriba, sometiéndose a un reconocimiento médico que era el último requisito, indispensable para concederles el permiso de entrada en el país a los extranjeros privilegiados que, tras mil gestiones y preocupaciones, lograban el infinito honor de trabajar en los menesteres más desagradables al servicio de los inglesitos…
En efecto, El hombre del maletín, de Encinoso, tiene similitudes, en cuanto a penurias y sacrificios estudiantiles se refiere, con aquel Londres para turistas pobres, de Joaquín Merino. En ambos trabajos, existe frescura informativa; son divertidos, narrados con naturalidad, con soltura, con el “verismo indiscutible de una conversación, de una explicación hablada donde no se precisas reglas literarias de ninguna clase”. Merino expresó, en su “best-seller”, el estado de ánimo de un carpetovetónico que llega a Londres y encuentra un mundo diferente. Encinoso, acostumbrado a nuestros rayos solares y a nuestro inconfundible salitre, nos envuelve en las frías mañanas o en las gélidas noches del crudo invierno salmantino, de donde, años más tarde, surgiría Antonio, el hombre del maletín.
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