«Espejismo» de Jorge Rojas

Autor: Antonio Salgado Pérez

Publicado en El Día el 19 de octubre de 1999

 

Un libro entretenido, calidoscópico y descriptivo

          “Por favor, no digan ustedes quién fue el asesino porque si no me arruinan el negocio…”.

          Así, entre bromas y veras, Agatha Christie, interpretada por Encarna Paso, nos despedía, hace algunos meses, desde el Teatro-Cine Real Cinema, de Madrid, de su famosísima obra “La ratonera” que, en Londres lleva interpretándose, de forma ininterrumpida, desde hace 46 años…

          Ahora, leyendo la última novela de Jorge Rojas, Espejismo, podríamos decir: “Por favor, de entrada, no lean ustedes las tres últimas páginas porque leyendo, primero, el resto, como está mandado, encontrará usted el encanto”. Sí, encontrará en la prosa de este narrador la claridad, el léxico sobrio y la construcción escueta frente a los barroquismos que proliferan. En el puzle que se nos plantea en Espejismo, al final todas las piezas coinciden, pero para entonces el lector ha tenido que viajar en este apasionante relato de política ficción, por una cadena de países europeos donde el autor, que escribe a conciencia, logra ese verbo tan importante que responde por entretener. Logra, incluso, sorprendernos y, nunca, aburrirnos, porque atrae en su descripción, con escasos diálogos, donde el punto y aparte no es precisamente pródigo en estas páginas.

          Jorge Rojas, como atinadamente expuso Ricardo Acirón en la presentación que hizo en el Casino Principal de Tenerife, “ha escrito para sus lectores, con sencillez, exento de amaneramientos; con páginas naturales y transparentes”. Y en esta aventura literaria que propone el autor que, por cierto, es único en su género en las Islas, no podía faltar ambientaciones en aledaños de su cuna natal, que Jorge Rojas aprovecha para ofrecernos de refilón de forma impulsiva y casi irrefrenable, unas pinceladas de su Santa Cruz: “…Vivían en la calle Numancia, una lateral del parque García Sanabria, y nada más salir de su Volvo del garaje el aroma de mil flores que allí crecían le llegó fuerte, punzante, como demostración palpable de la certeza del eslogan que proclamaba la permanente primavera que se disfrutaba en las islas…”. Y tratándose, en esta calidoscópica obra, de un accidente sufrido por un avión de las Fuerzas Aéreas estadounidense, ¿cómo iba a soslayar este autor canario la torre de control del Aeropuerto de Los Rodeos? “Sí, sí… Dentro de un rato pasaremos sobre la isla de Tenerife y luego sobre Gran Canaria. No sé qué rumbo sigue el comandante, pero sea el que sea no tardaremos en avistar el continente. Por cierto, señor –continuó diciendo, esta vez dirigiéndose al piloto–, ¿no cree que deberíamos conectar con la torre de control de Tenerife? Sus aeropuertos tienen mucho tráfico y podíamos tener problemas al penetrar en su espacio aéreo…”.

          Calidoscópica obra, en efecto, para este simple lector, donde se mezclan, en interesante “batido”, secuestros en pleno vuelo, falsificación de billetes, comercio de obras de arte robadas, golpe de estado, hombres rana, crustáceos sin vida, elementos radioactivos… Calidoscópica obra donde el novelista, él prefiere el vocablo de narrador, nos sitúa, por ejemplo, en “…se había decidido utilizar el amplio salón del Casino de Tenerife, emblemática sociedad privada que ocupaba un bello edificio en la entrada de la ciudad, enfrente del puerto. La directiva se había prestado inmediatamente a ceder el salón solicitado –en el que destaca el gran mural “El mar”, del famoso pintor canario Néstor– y se había colocado en él sillas consideradas suficientes para este tipo de actos, pero ni en los habituales bailes de presentación en sociedad –que se celebraban todos los 25 de diciembre–, ni a lo largo de las fiestas del Carnaval, ni durante la renombrada y famosa Semana Musical, que anualmente organizaba, había estado el amplio local tan atestado de público…”.

          Y fue allí, precisamente, en el Casino de Tenerife, con motivo de la presentación de su obra, donde el secretario de dicha entidad, Domingo Febles Padrón, dijo del trabajo que nos ocupa algo que se nos quedó grabado: “El buen libro es aquel que se abre con expectación y se cierra con satisfacción”. Y fue también allí, en la emblemática sociedad social, cultural y recreativa, donde al realizador de Espejismo se le humedecieron sus ojos y su timbrada voz se quebró al recordar, en su breve disertación, al común amigo Miguel Ángel Barbuzano, que hace poco nació para la muerte.

          Jorge Rojas Hernández, autor también de Convergencia, Impacto y El último nazi, ha vuelto, insistimos, a entretener a sus lectores. Sus maestros, la ya mencionada Agatha Christie, y Frederick Forsyth, John LeCarré, Robert Ludlum, etc., deberían estar orgullosos de este privilegiado alumno que sigue escribiendo lo que le sale del corazón y que, por mucho que se esfuerce, comprobará, una y otra vez, que la realidad siempre superará a la ficción.

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