Por Sebastián Matías Delgado Campos (noviembre de 2009).

Estudio de la fachada del edificio que alberga la sede del Cabildo Insular de Tenerife, obra del arquitecto José Enrique Marrero Regalado

 

          Desde que en 1912 se crearan los nuevos Cabildos Insulares en Canarias, el de Tenerife fue peregrinando sucesivamente a medida que sus necesidades lo demandaban por diversos inmuebles, hasta que, en 1934, su presidente Maximino Acea encargó al arquitecto al servicio de la institución José Enrique Marrero la redacción de un proyecto a materializarse en los terrenos adquiridos con frentes a la Avenida Marítima ideada por el ingeniero Escario y a la explanada resultante del derribo del viejo Castillo Principal de San Cristóbal y otras construcciones tales como la antigua Comandancia de Marina, etc., que habían rellenado el espacio junto a la antigua laja.

          El arquitecto animó a su colaborador y colega el alemán Rudolph Schneider para concebir, ambos y por separado, varias propuestas, que vinieron a ser cuatro, dos a dos, las de Marrero en estilo clásico monumentalista y las de Schneider en un rotundo estilo racionalista. En todas ellas el edificio aparece alargado de este (mar) a oeste (interior), abarcando todo el tramo entre la Avenida Marítima y la calle General Gutiérrez (antiguamente de la Caleta) y ligado al espacio libre que se abría a su frente, de forma que se erigía en la construcción representativa más significante y dominante del entorno urbano, intención especialmente constatable en las primeras propuestas de ambos y, sobre todo, en aquella primera de Marrero que la concibe como una monumental fachada-puerta (se entiende de la ciudad), cuyo impacto visual y espacial hubiera resultado espectacular.

          Triunfó el criterio estético de éste al imponerse su clasicismo monumental como más adecuado vehículo de expresión para arropar físicamente a una Institución que nacía con la firme idea de su representatividad, significación y permanencia en el tiempo, mientras que el estilo racionalista en el que se formulaban las propuestas de Schneider se consideraba más bien como una moda más o menos pasajera.

          Sin embargo no se materializó ninguna de las cuatro. El proyecto de ordenación de la zona que aparece firmado por el arquitecto municipal José Blasco y por el propio Marrero, como arquitecto de la corporación insular, contenía la apertura de una nueva vía entre la Avenida Marítima y la calle General Gutiérrez (llevará el nombre de Bravo Murillo, a quien Canarias debió la Ley de Puertos Francos), truncaría la primitiva intención de Marrero y obligaría a disponer el edificio en sentido longitudinal de norte a sur, a lo largo de la Avenida Marítima, con lo cual perdió toda posibilidad de protagonizar el espacio urbano que se conformaría en torno de una plaza circular, la de España, en el que se proyectarán el edificio de Correos y Telégrafos (1943) y el Monumento a los Caídos (1944).

          El edificio del Cabildo, construido entre 1935 y 1940, pasó a ser una más de las construcciones de aquel entorno, la más importante a causa de su monumentalidad, pero ya no sería la que lo presidiera y le diera carácter; el protagonismo de aquel espacio pasaría a tenerlo la propia Plaza de España con su espectacular monumento en posición central, como principal foco de atención.

          La nueva disposición hace que el frente a la plaza lo conforme uno de los lados menores del rectángulo, que se transforma, por mor de su situación, en la fachada principal del edificio. Ésta se articula en dos planos: uno retrasado que contiene el torreón de la esquina NO y la gran torre en la SO y que conforma con el resto del edificio una planta rectangular; y el otro que se adelanta para  destacar su función de cuerpo principal de acceso.

          La composición común a todas las fachadas del edificio se concreta en un gran basamento que abarca en altura la planta baja, sobre el que se dispone el cuerpo principal dominado por el orden monumental con su rotundo entablamento, que salva tres plantas; y finalmente un ático superior (una planta) rematado por un antepecho abalaustrado. Las esquinas están rematadas por sendos torreones calados con composición tronco piramidal escalonada, a excepción del de la esquina SO ocupada por la gran torre que salva no menos de cinco plantas sobre el ático, más el cuerpo de coronación resuelto con la misma filosofía que los torreones pero con mayor número de     escalones y con la generosidad que le permite el mayor ancho de la torre, consecuencia lógica de su equilibrada esbeltez.

          A pesar de la presencia e insistencia de elementos verticales tales como el orden gigante, los cuerpos de esquina y, en particular la monumental torre y su coronación, la lectura del edificio es manifiestamente  horizontal tanto en las dos fachadas más largas (Avenida Marítima y Bravo Murillo) como en la del costado sur al pasillo intermedio con la antigua Delegación de Hacienda (que prolonga el mismo diseño y contribuye a la horizontalidad del conjunto), pero no en la principal en la que Marrero para enfatizar su protagonismo, juega adelantando el cuerpo central para destacarlo, rompiendo la continuidad del plano de fachada y con ello su lectura horizontal en aras de una verticalidad significativa (recurso de gran tradición clásica)., a la que colabora de forma decisiva la gran torre.

          Ésta era para Marrero un elemento imprescindible, de forma que aparece en todas las propuestas tanto suyas como de Schneider, y siempre en ese ángulo que forma la plaza con la avenida, como señalando de forma inequívoca (incluso con la iluminación nocturna interior a modo de faro) su presencia al exterior (mar) y al interior (ciudad), y en este último aspecto se entiende, además, la presencia del reloj que debía marcarle el tiempo con los sones de un aire folclórico: el tajaraste.

          Cuando se rodea el edificio, causa admiración la habilidad con la que Marrero pasa de esta fachada principal, con una triple puerta de entrada (importancia del acceso principal) cobijada por un atrio adovelado de cinco huecos frontales y uno en cada lateral, a las laterales planas, ya presididas por una doble puerta (Bravo Murillo), ya por una puerta sencilla (Avenida Marítima). En todos los casos no faltan sobre las cornisas de remate de éstas las volutas enroscadas hacia adentro (una constante en este técnico) y el macizado y resaltado del elemento central de la balaustrada de coronación, con la presencia de escudos siempre diseñados con exquisitez.

          El espectador exigente y meticuloso, al contemplar el exterior de este edificio, puede recrearse en una obra en la que el arquitecto derrochó todo su extraordinario dominio del lenguaje clásico, su excepcional sentido de la proporción y el equilibrio, su enorme sabiduría compositiva y toda su refinada sensibilidad en los detalles (portadas, escudos, volutas, etc.), en una magistral exhibición de su capacidad profesional.

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