Presentación del libro de Jorge Rojas "Diluvio"

A cargo de Sebastián Matías Delgado Campos (Casino de Tenerife, Santa Cruz de Tenerife, el 4 de abril de 2005).

 

                Queridos amigos:

          Hace poco más de dos semanas, cuando me disponía a asistir a un concierto de la Orquesta Sinfónica de Tenerife (que, por cierto, resultó extraordinario)  cuyo programa estuvo dedicado exclusivamente al acto II de ese extraordinario monumento musical que es la ópera Tristán e Isolda, de Wagner, Jorge Rojas me abordó para decirme que quería que le presentase su nuevo libro.

          A pesar de mis protestas porque, ciertamente, no me considero la persona adecuada para presentar un trabajo literario y por el poco tiempo que tenía hasta hoy, habida cuenta de mis obligaciones y devociones, él, que sin duda me valora en exceso, no admitió mis razones e insistió en su empeño; de forma que pudo más la amistad personal y mi deseo de complacerle y. finalmente,  acepté.

          Es el caso que una vez aceptado me pregunté si no había habido en ello un punto de vanidad; si no lo había hecho por amor propio, porque me sigue pareciendo casi una temeridad que yo venga a presentarles una novela, que no tiene nada que ver con mis actividades habituales.

          Pero la cosa no tenía ya remedio y por eso estoy hoy aquí. de modo que, tras estas palabras que sirven de justificación a mi insólita participación en este acto, voy a intentarlo, contando de antemano con su benignidad.

          El libro, que se presenta como una fábula, se titula DILUVIO  y es el noveno de este no sé si tardío, pero sí, según parece, fácil y prolífico escritor, cuya línea de inquietud literaria queda patente sin mas que consultar el resumen de su producción anterior, que figura al final del texto.

          En la invitación a este acto figura una correcta síntesis argumental de su contenido, que es la misma que aparece en la tapa posterior del libro, en la que se dice, entre otras cosas que:

               "... el autor refleja paso a paso la relación causa-efecto que existe entre todas las cosas, haciéndonos ver, tal y como expresa la teoría del caos de Edward Lorenz, que lo minúsculo puede producir resultados devastadores... ".

          Y puesto a ello, Jorge Rojas parte de un supuesto inexplicable y tan insólito como resulta ser el que los cines de una población llamada Belina dejan de enviar la información de su programación a los medios de difusión de prensa. Este hecho, aparentemente tan nimio, cual una enfermedad contagiosa se propaga al resto de la información y se transforma en una enfermedad degenerativa que va a desencadenar un dramático e imparable proceso de deterioro progresivo, al arrastrar tras de sí y sucesivamente (en la portada del libro, su hijo Jorge Rojas Cruz utiliza acertadamente la imagen de la caída de las fichas de un dominó) a otros sectores cada vez más importantes y de más graves repercusiones, a los que, para que nada falte, terminan sumándose la erupción de un volcán llamado Terife(¿les suena?) y la subida del nivel de los mares por fusión de los hielos y un torrencial aluvión de aguas, ambos como consecuencia del calentamiento de la Tierra, para conducir a una situación límite, a un caos que Jorge Rojas concreta en dos circunstancias prácticamente aniquiladoras de nuestra civilización: la pérdida de la memoria y la del lenguaje, que relegan a la humanidad a la primitiva condición de troglodita. A este proceso dedica el autor la mayor parte del libro pues ocupa nada menos que las tres cuartas partes de él.

          A partir de este momento el relato sufre un punto de inflexión, que Jorge Rojas inicia con estas líneas:

               “Sin embargo, corría el agua por los ríos. Los arroyuelos que los alimentaban llegaban a ellos rebosantes del líquido elemento, consecuencia de los deshielos, lo cual, posiblemente, provocó en los desconcertados humanos el primer destello de inteligencia tras el largo periodo de oscuridad mental que atravesaban”.

          Es el comienzo de un proceso de descubrimientos (casi debiéramos decir redescubrimientos) y conquistas sucesivas que darán lugar a una nueva civilización que se presiente similar a la anterior y que Jorge Rojas renuncia a relatar en su totalidad para finalizarlo en un momento que no desvelo a ustedes. para preservar de alguna manera el interés por su lectura.

          Una lectura que no será nunca ligera, porque el autor, sin excesiva preocupación ni por el estilo literario, ni por la técnica narrativa, se sitúa frente a los hechos como un cronista que relata de forma rigurosamente objetiva y minuciosa todo el proceso de causa-efecto que se produce de forma irremediable, hasta conducir a la situación cero; y, de igual forma, trata de hacerlo con el que, desde ese momento, inicia el que se supone que será el resurgimiento de un sistema nuevo.

          El libro se estructura en cinco estampas precedidas de otros tantos fragmentos del Génesis, con los que el autor establece un a modo de paralelismo entre lo que va a narrar y el relato bíblico del diluvio, lo que nos introduce necesariamente en la condición moral y religiosa del mensaje que se pretende transmitir:

          Así, lo que viene a ser un prólogo a la narración, en el que se contiene el diálogo entre dos mayores acerca del deterioro moral de la humanidad, viene precedido del texto del Génesis, en el que se muestra el pesar y la indignación de Yahveh por haber creado el hombre cuya maldad cundía en la tierra; al primer fragmento titulado Mañana le precede el que relata la decisión de exterminarlo; a la Tarde, aquel en que decide el diluvio exterminador de cuarenta días con sus noches; a la Noche, el que describe la magnitud de aquella catástrofe; y finalmente, al Amanecer, el que certifica la finalización del terrible meteorito  y el nacimiento de un tiempo nuevo.

          Un lector superficial puede quedarse con la sensación de haber leído un relato de ficción más o menos artificioso que, acaso pueda resultarle exagerado, lejano y hasta inverosímil. Otros, sin embargo, aceptarán las oportunas citas de Borges: “Todo afecta a todo”, y de Lorenz: “el batir de las alas de una mariposa puede producir un tornado en el otro lado de la tierra”, que el autor hace suyas, para considerar que en esta inquietante fábula subyace, ciertamente, un fondo de razón y, por tanto, un motivo real de incertidumbre y de preocupación.

          En todo caso, y más allá de someter a nuestra consideración la fragilidad del sistema complejo y conexo que hemos construido y en el que vivimos, la intención moralizante de Jorge Rojas es evidente, y lo es, también, su enfoque dentro de una óptica religiosa.

          Por ambas cosas: por aceptar que hay un fondo de realidad y por considerar que el problema tiene una dimensión moral, lo más importante de un libro como éste comienza en el momento en que se termina su lectura, cuando uno se pregunta: ¿por quë?; ¿qué ha pasado en el hombre que termina siendo víctima de su propio mundo?

          Los protagonistas de esta crónica asisten como atenazados a un inesperado proceso de deterioro sistemático y progresivo del que ni saben, ni pueden salir, contra el que carecen de capacidad de reacción  y que los arrastra a su definitiva degradación. ¿Cuál es la causa que provoca el que el hombre sea incapaz de controlar su propia evolución y la del sistema que él mismo ha configurado?

          Cada lector debe aquí construir su respuesta y, dado que se me confiado la tarea de presentarles este libro, me creo en el deber de aventurar la propia y pedirles perdón por la osadía.

          Creo que la respuesta está en la pérdida del hábito de pensar, porque en el ejercicio del pensamiento reside lo esencial del ser humano.

          Vivimos en una sociedad que entiende, con demasiada frecuencia, que eso de pensar es una actividad de filósofos, cuando lo más cierto es que cada uno es inexorablemente filósofo de si mismo.

          Hemos creado un sistema que nos envuelve con un bombardeo de información casi siempre interesada que, con demasiada frecuencia, no llegamos a digerir. Y no digamos de una sociedad diseñada por y para el consumo que nos aplasta con la publicidad de formas de vida carentes de verdadera consistencia y que nos lleva a confundir el alcance de la felicidad con la satisfacción de ciertos hábitos de comportamiento intrascendente que, sin embargo, son los sancionados como positivos desde el punto de vista social. Percibimos que nuestro sistema se degrada y miramos a otro lado.

          Y estamos de tal manera sumergidos en esta forma de vivir, que no dejamos lugar al pensamiento, lo único que nos permite encontrarnos a nosotros mismos y a converger con los demás.

          Aquellos momentos en que no nos ocupa nuestra actividad diaria, son ocupados por la prensa, la radio, la televisión, la música, etc., lo mismo al levantarnos durante el aseo diario, que cuando marchamos a pie con unos auriculares puestos en los oídos, o en el coche con la radio conectada; cuando comemos, cuando nos acostamos y hasta cuando nos desvelamos en el sueño nocturno. No parece sino que el silencio nos hace daño, porque nos fuerza a enfrentarnos a nuestra propia realidad, que de alguna manera entendemos que no es satisfactoria cuando huimos de ella. Huimos de pensar, lo que en ocasiones es patente hasta en la elección de nuestras lecturas o de nuestros pasatiempos, y hasta renunciamos alegremente a hacerlo cuando nos enfrentamos ante la más cualificada creación del pensamiento humano que es la artística.

          Quizá no nos hemos dado cuenta de la importancia de pensar que tanto reivindica mi maestro en la Facultad de Letras de La Laguna Emilio Lledó. De pensar y de actuar consecuentemente.

          No hemos sido capaces de valorar adecuadamente el pensamiento y, sin embargo, es un valor imprescindible que está en la base de todas las culturas, de todas las civilizaciones, tanto orientales como occidentales. Y ya que Jorge Rojas, en su fabulación, acude a la Biblia, también yo voy a hacerlo para llamar su atención sobre esta potencial capacidad  que tenemos.

          Cuando estudiaba bachillerato, en los escolapios, debíamos asistir diariamente a la misa que, por entonces se decía con el sacerdote de espaldas a los fieles y en latín; e incluso, en algún momento debíamos ejercer de monaguillos ayudando a misa por parejas en riguroso turno por orden de lista. En el altar había unos cuadros bellamente enmarcados que se llamaban sacras (hoy desaparecidos) que contenían las palabras en latín que en algún momento (como en la consagración, etc.) debía pronunciar el oficiante; y en la del lado de la izquierda figuraba el comienzo del evangelio según San Juan, que se leía antes de dar la bendición final y que, tras la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II, fue suprimido.

          No supe por qué se leía este fragmento precisamente, nunca se nos explicó su sentido, ni la oportunidad de incluirlo en el acto litúrgico por excelencia; y, por lo mismo, tampoco supe por qué se suprimió. Quizá, por todo eso, siempre me interesó.

          He cotejado aquel texto en diversas biblias (la de Jerusalén, la del Oso, la Nácar-Colunga y alguna traducción de la Vulgata como la del jesuíta Petisco) y no hay dos coincidentes en la traducción; las diferencias suelen estar en el uso de las preposiciones: al, en o con, que suponen ciertas sutilezas; pero en todos la idea es coincidente. Fuera de esto, las de Petisco y Nácar-Colunga utilizan el vocablo Verbo, mientras que las de Casiodoro de Reina (más conocida como del Oso) y la de Jerusalén lo sustituyen por su sinónimo Palabra.

          El texto, tomado de esta última, dice:

                    “En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios.

                      Ella estaba en el principio con Dios.

                      Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe.

                      En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres….”

          Para un estudiante de bachillerato éste era un texto enigmático cuyo significado resolvíamos de forma sencilla: Dios estaba en el principio de la creación y era Él el creador de todo. Para un adulto, sigue siendo un texto de difícil interpretación que encierra, sin duda,  un profundo significado, como casi toda la obra escrita de San Juan.

          Porque, ¿qué es la palabra, sino la expresión del pensamiento?; ¿en qué se transforma este texto si sustituimos los vocablos verbo o palabra por pensamiento?. ¿Acaso no se entiende que el pensamiento está en el comienzo del acto creador? ¿no se dice que todas las cosas fueron hechas por él, que, sin él, no se hizo nada de cuanto existe y que en él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres?

          Aquí se presenta sin duda al pensamiento como generador de lo que existe, como condición necesaria para la existencia y como fuente de vida y de conocimiento.

          Dejemos esa posibilidad interpretativa que quizá escandalice a un teólogo y vayamos a otro pasaje bíblico.

          Esta vez se trata del mismísimo Génesis al que recurre nuestro autor. Allí Moisés dice al describir la creación:

                    “Y dijo Dios: Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra….”

          ¿Qué quiere decir Moisés con esta expresión?; ¿en qué entiende él que es el hombre imagen de Dios y semejante a Él?; ¿acaso no será en que lo dotó de pensamiento y, por tanto de la capacidad de discernir, decidir y crear, lo que lo convierte nada menos que en un ser libre?; ¿acaso no es el pensamiento la facultad que nos permite trascender al tiempo y al espacio, dimensiones en las que inevitablemente estamos inmersos?

          Bastantes siglos más tarde, el filósofo y matemático Descartes, al tratar de encontrar una verdad inatacable en la que cimentar su edificio filosófico como una verdadera ciencia, encuentra ésta: “Pienso, luego existo”. De donde se infiere el papel esencial que nuestro pensamiento juega en nuestra existencia, pues es capaz por sí solo de justificarla.

          Estos textos de San Juan, de Moisés o de Descartes que son sólo una muestra significativa entre muchos otros que podrán encontrarse, ¿qué son sino producto de su pensamiento? Esta misma reflexión que yo les hago, ¿qué otra cosa es sino producto del mío? ¿Qué es la historia de la humanidad, sino la consecuencia de la evolución de su pensamiento?

          Volvamos ahora a nuestro libro; recordemos que cuando su autor ha querido mostrarnos los estadios últimos de la degradación del sistema los concreta en la pérdida de la memoria y en la del lenguaje. No es casual, porque la memoria no es otra cosa que el archivo del conocimiento adquirido a través del pensamiento, y el lenguaje no es otra cosa que la herramienta con la que el pensamiento se expresa. La pérdida de ambos certifica, de forma inequívoca, que los protagonistas del relato habían perdido el hábito de pensar y, por ello, de obrar consecuentemente.

          Se comprende ahora su invalidez para conocerse a sí mismos, su falta de rebeldía ante el proceso degradante que se le viene encima, su incapacidad para reaccionar positivamente proponiendo otras ideas, etc.

          Miremos a nuestro alrededor; estamos inmersos en un mundo que inevitablemente evoluciona, que se dice que progresa, y sin embargo tenemos la sensación y casi la convicción de que no estamos siendo capaces de controlar esa evolución, de que el progreso es dudoso y de que el sistema es cada vez más frágil, más vulnerable a contingencias impredecibles, como ocurre en este DILUVIO.

          Y esto quiere decir que el libro de Jorge Rojas está justificado y que puede, y sería deseable que así fuera, generar en nosotros una seria reflexión. Es, por tanto, un estímulo para nuestro pensamiento que es únicamente quien puede aportarnos respuestas y soluciones a nuestras propias preguntas.

          Comprendo que ésta no ha sido una presentación al uso, pero ya les advertí al principio que no era la persona adecuada para hacerla. No sé si esta reflexión les habrá resultado de interés; sin embargo, he creído que debía hacerla no sólo para ofrecerles una muestra de lo que puede suceder a tenor de la lectura de este DILUVIO, sino también porque, con ella, confío en haber estimulado en ustedes la curiosidad y el interés por este nuevo libro de Jorge Rojas, que era, en definitiva, el objetivo.

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