250 Años de la llegada de la imprenta a Canarias

 

Por Luis Cola Benítez   (Publicado en El Día el 19 de febrero de 2000)

          Cuentan que en el siglo VI los chinos ya conocían la imprenta, y que a Europa llegaron entonces impresos hechos con planchas de madera procedentes de aquel lejano país; no obstante, hubo que esperar hasta el XV para que este sistema comenzara a utilizarse en Occidente. El método consistía en rebajar en una plancha de madera las zonas que no debían reproducirse, dejando realzadas para posteriormente tintarlas, las partes que se deseaba imprimir presionando sobre el soporte elegido: papel, pergamino, tela, etc. No cabe duda de que la efectividad del sistema quedaba mermada por lo lento y engorroso de su preparación. 

          Dicen, también, que en 1400 nació en Maguncia un platero llamado Juan Gutenberg. Su habilidad e inventiva le llevó, hacia 1450, a idear un sistema de tipos movibles de madera, que le permitían componer sobre un soporte textos, dibujos y orlas, que una vez impresos permitían su reutilización en otros trabajos.

          Tuvo que transcurrir casi un siglo para que se lograran los tipos movibles de metal, cuya invención se atribuye a un tal Lorenzo Coster. La aparición de, en palabras de nuestro admirado Romeu Palazuelos, “aquella estupenda invención que fue la imprenta, suponemos que revolucionaría la sociedad de entonces tanto o más que el actual Internet. La cultura, las comunicaciones, el intercambio de ideas entre los hombres, a partir de aquel momento contaron con el más valioso aliado.

           Aunque los principios fueron duros, pronto surgieron discípulos e imitadores de Gutenberg. En 1477 ya había imprenta en Venecia, a cargo del francés Nicolás Jansen; seis o siete años después, Guillermo Caxton empezó a imprimir en Londres. Antes, en España, entre 1473 y 1475, aparecieron imprentas en Zaragoza, Barcelona y Valencia. En América, la primera imprenta se estableció en Méjico hacia 1533 o 1534. Desde entonces, la difusión del estupendo invento fue imparable y, como señala Millares Torres, desde que “pudo arrojar a los cuatro puntos del horizonte el torrente de luz que de sus máquinas brotaba, el imperio de la libertad quedó asegurado en la tierra”

.          Por este motivo, muy pronto el poder establecido comenzó a mirar al invento con desconfianza y, al poco tiempo, ya dejaba sentir su fuerza coercitiva y restrictiva, y no tardó en surgir la primera ley de imprenta, que en algunas épocas alcanzaría aspectos terroríficos para el preceptivo “editor responsable”. Sin embargo, fue un representante en las islas de dicho poder, el comandante general don Juan de Urbina, el que tuvo que ver con la llegada de la primera imprenta a Canarias, trescientos años después de que a Gutenberg se le ocurriera su genial idea.

           Así, hacia 1750, llegó a Santa Cruz el cincuentón sevillano Pedro Josef Pablo Díaz Romero, quien, llamado por el general Urbina, se trajo sus bártulos y tarecos de imprimir, al parecer ya algo gastados por el uso. Se estableció en la calle del Sol –actual del Dr. Allart- y comenzó a trabajar, no sólo atendiendo los encargos de la máxima autoridad –bandos, edictos, proclamas-, sino que, además, muy pronto se atrevió a imprimir algún librito, sermones, etc., de cuyos trabajos se conocen cerca de cuarenta realizados entre 1752 y 1777. Esta fue la primera imprenta de Canarias.

           Díaz Romero, aunque dejó fama de persona de carácter seco, por lo que no debió conseguir muchas amistades en Santa Cruz, se casó aquí por segunda vez, en 1773, con Gertrudis Fernández Peñarroja. Su muerte, a los 80 años, casi coincidió con la llegada de un italiano, natural de Livorno, llamado Miguel Ángel Bazzanti Arighetti, que apareció en este puerto como polizón de un bergantín dinamarqués. Por lo visto, este Bazzanti tenía conocimientos del arte de imprimir, por lo que, de inmediato, la Real Sociedad de Amigos del País de Tenerife, preocupada por el vacío que la falta de imprenta producía, adquirió el tórculo y demás trebejos que habían pertenecido a Díaz Romero, poniéndolos a disposición del italiano, que comenzó a trabajar en La Laguna en 1781.

          Santa Cruz quedó sin imprenta, y más tarde la isla al morir Bazzanti en 1816. Por este motivo, la Diputación Provincial acordó en 1820 que se trajera una imprenta lo antes posible. Según Cioranescu, “así parece haber venido la imprenta de los hermanos José y Francisco Rioja, que trabajaron juntos de 1822 a 1824 y luego se separaron”. Con José Rioja trabajó el valenciano Vicente Bonnet e Isern, que más tarde tendría imprenta propia de bien ganado prestigio. Luego tuvieron imprenta Francisco Montero y Ruiz (1832) y Pedro Mariano Ramírez Atenza con su imprenta “El Atlante” (1837), que fue la primera que tuvo condiciones para imprimir un periódico. Esta última, a partir de 1839, se llamó Imprenta Isleña, y desde 1857 pasó a nombre de Juan N. Romero. Así como con Rioja había comenzado trabajando Bonnet, con este último lo hizo José Benítez Gutiérrez, quien en 1863 abrió imprenta por su cuenta después de comprarle su viejo tórculo a Montero Ruiz, establecimiento que se fue modernizando a través de los años hasta llegar a ser la más importante industria tipográfica de las islas en manos de su hijo Anselmo.

          Y esta es la sencilla historia de los comienzos de la imprenta en Canarias, hace 250 años, y de sus primeros continuadores en Tenerife, que hemos querido rescatar como homenaje a los pioneros de tan noble arte.