Artillería e Ingenieros: Dos ramas de un mismo tronco

A cargo de Emilio Abad Ripoll (Sala de Conferencias del Centro de Historia y Cultura Militar, Almeyda, Santa Cruz de Tenerife, el 13 de abril de 2011).

          Al mirar el programa de este ciclo de conferencias, dedicado a conmemorar -y a celebrar- el 300 aniversario de la creación del Real Cuerpo de Ingenieros, alguno se puede sorprender de que, entre un espléndido plantel de Oficiales de Ingenieros, en sus dos vertientes de Arma y Cuerpo de Ingenieros de Armamento y Construcción, y en las situaciones de actividad y retiro, aparezca un artillero, aparentemente un foráneo, en esta celebración de los tres primeros siglos de existencia del Real Cuerpo de Ingenieros.

          Pero si alguno se sorprende, es porque a lo mejor no sabe dos cosas:

                    - La primera, personal, es que yo, entre ingenieros, -y dicho sea de paso, entre infantes, jinetes, intendentes y guardias civiles- me siento como entre mis hermanos artilleros y en absoluto como “gallina en corral ajeno”.

                    - Que los artilleros y los ingenieros, o los ingenieros y los artilleros, que tanto monta… casi desde la noche de los tiempos bélicos fuimos una sola cosa, hasta que, en buena lógica, tuvimos que separarnos.

          De hecho, en ese espléndido libro que se ltitula Al pié de los cañones, que se editó por la Inspección de Artillería allá por 1995, muy al principio se nos cuenta que…

                     “el fondo etimológico de la palabra “artillería” ha sido objeto de argumentaciones diversas, aunque parece clara su derivación del latín “artellus” y “arius”, por lo que la Artillería sería el oficio de los ingenios”.

           Y yo digo que si al que trabaja en carpintería decimos que tiene el oficio de carpintero, al “oficiante” de ingenios, al artillero, bien podríamos llamarle también ingeniero. De hecho, hasta el inicio del XVIII, con las reformas que luego hablaremos, a los oficiales, desde apuntador incluido hacia arriba, también se les llamaba “ingenieros”, como recordaba en 1831 en su Memorial de  Artillería el capitán del Arma don Ramón de Salas.

          O sea, que sinceramente creo que existe un tronco común original a artilleros e ingenieros. Y hace mucho tiempo que aquellos “oficiantes”, permítanme que utiliza esta palabra, se iban a especializar en el manejo de la pólvora, algunos aprovechándola para, con unos ingenios huecos, lanzar pelotas de hierro o de piedra, mientras que otro grupo, con ingenios diferentes, hará cargas, minas, para entre ambos derribar las poderosas murallas de los castillos medievales.

           En aquellos primeros momentos de la Pirobalística, la Artillería era un arma esencialmente ofensiva; pero, ¿contra quién o contra qué? Lo he dicho en el párrafo anterior: contra la fortificación. En la Edad Media, los inexpugnables castillos cerraban el paso en lugares estratégicos, servían de cobijo a personas importantes, actuaban como centinelas avanzados en despliegues defensivos, etc.

          Pero el final del medievo vio la aparición de la pólvora y, en gran parte por su utilización, contempló también el final de la preponderancia del castillo clásico, que se tuvo que adaptar a las nueva amenaza. Y, de igual manera que en el XX -y en lo que va de XXI- hemos vivido la permanente lucha entre la coraza y el proyectil, en el quinientos las técnicas de fortificación fueron evolucionando en concordancia con el aumento del poder de las bocas de fuego… Y al revés. Y enfrentados, “oficiantes” ocupados en mejorar las prestaciones de la artillería y “oficiantes” empeñados en perfeccionar las condiciones defensivas de los castillos, debían conocer lo que  “al otro lado de la colina” se hacía para poder inclinar a su favor la balanza. Así, los “oficiantes” ingenieros llegaron a la conclusión de que era necesario que las fortificaciones perdieran altura; que había que dar determinada inclinación a sus taludes, en función de las trayectorias de los proyectiles por aquello del ángulo de incidencia y los rebotes; y, además, era conveniente revestirlos de tierra para absorber mejor la fuerza de la bola… En consecuencia apareció el bastión, y luego el baluarte; y las nuevas fortificaciones se empezaron a levantar en terrenos llanos, en vez de, como antes, en oteros, cerros o colinas. Y los otros inventaron la granada, que al impacto unió la explosión, y mejoraron las condiciones de las piezas, su resistencia, su alcance, etc. Es decir que la relación entre las actuaciones de unos y otros era constante.

          Pero un buen día, los “oficiantes” que manejaban los cañones, pensaron que también podrían emplear la artillería para colaborar en la defensa de la fortificación; y los “oficiantes” de ésta se pusieron en acción para facilitarlo. Se coaligaron y desaparecieron las almenas, sustituidas por las troneras; y la famosa torre del homenaje dejaba de ser un símbolo para convertirse en una especie de erizo que, en lugar de púas, se defendía con bocas de fuego. Pero éstas necesitaban espacio para sus grandes retrocesos, por lo que las terrazas tuvieron que ampliarse para permitirlo…

          Muy poquito antes del reinado de los RR.CC. hacía su aparición la artillería de campaña, más ligera, pero tanto para ésta como para las grandes piezas de sitio, las encargadas de batir las murallas, era necesario que los “oficiantes” artilleros reclamasen de los “oficiantes” ingenieros caminos con firme adecuado y un trazado sin muchas curvas ni revueltas, y que construyeran puentes para vadear los ríos…, pues si no era así, no podrían mover sus cañones en sus diferentes variedades.

          Fíjense que así, de forma distendida, muy poco científica desde luego, pero ajustada a la realidad, hemos ido hablando de una evolución de bocas de fuego, e implícitamente con ellas, de sus montajes, de los proyectiles y las cargas de proyección, y de su empleo táctico, lo que lógicamente, obligaba a una profesionalización de los encargados de su uso (y fabricación, claro). Por otra parte, habían variado las fortificaciones para soportar mejor el fuego enemigo y, desde dentro de sus propios y reducidos límites, utilizar el propio; además hubo que adaptar las vías de comunicación (que se utilizaban antes sólo para personas a pié, cabalgaduras o carros de mulas), al peso, anchura, volumen, etc. de los pesados trenes de artillería. Y, a veces, había que desembarcar en puertos propios o foráneos esos trenes, por lo que también hubo que actuar sobre los muelles, lo que conllevaba una especialización distinta a la de los que arreglaban los caminos.

          Eran estos los momentos en que España empezaba a tener preponderancia en Europa; y además, todavía con los RR.CC., se descubrían y comenzaban a civilizar unos vastísimos territorios que iban a constituir la España de América. Ya contábamos con verdaderos ingenieros militares que en el XVI se iban a encargar de llevar a la práctica un fabuloso plan de fortificaciones en todo el Imperio, en Europa, en América y en las islas del Pacífico asiático, en un esfuerzo tan ingente, pero a la vez de tan exquisita y perfecta realización, que su técnica iba a adquirir un papel relevante en el arte de la guerra, especialmente en lo referente, insisto, al ataque y defensa de plazas fuertes. Que conste que estoy aquí hablando de lo exclusivamente militar, y que, a conciencia, pero con pena, dejo atrás todo lo relativo a comunicaciones, construcción de ciudades, delimitación de territorios, cartografía, desecación de enormes pantanos y lagunas, saneamientos, etc. etc. que fueron también labor de aquellos hombres.

          Pero, claro, no se nace sabiendo y aquella gente tenía que estar muy bien preparada para las dificilísimas misiones que tenían que cumplir. Felipe II iba a crear en Madrid una Academia de Matemáticas dedicada a futuros cosmógrafos y, enseguida, otra de Matemáticas y Fortificación para artilleros e ingenieros. Y otras en Flandes, en Italia, en Barcelona, etc.

          Y si bien era necesario y conveniente que los unos supieran lo que hacían, cómo lo hacían y para qué lo hacían los otros, se estaba produciendo de manera gradual, paulatina, pero inexorable, a lo largo del XVII una diferenciación, difusa en un principio, pero clara conforme avanzaba el siglo, de las misiones o las funciones de aquellos que dí en llamar “oficiantes” artilleros y “oficiantes” ingenieros.

          A finales del siglo, en 1697, se creaba en Barcelona una Academia, heredera de la de Madrid, pero que iba a tener una corta vida, pues la toma de la ciudad condal por las fuerzas del Archiduque Carlos, en 1705, en plena Guerra de Sucesión, obligó a su cierre. Pero después de la Guerra, e incluso durante ella, la llegada de los Borbones trajo consigo importantes modificaciones en la estructura del Estado y, por ende, en la de la organización militar.

          El inicio del XVIII iba a contemplar un importante desarrollo castrense. En toda Europa, incluida España, se finalizaba el proceso de creación del Ejército, que era ya una institución permanente. En el libro Al pie de los cañones podemos leer:

                    (En España) “esta labor fue comenzada desde el primer año de su reinado por Felipe V, quien perfiló y estructuró los nuevos Reales Ejércitos españoles. Paralelamente se asiste a su profesionalización, que llevaba implícita, en último término, la definición de las diferentes Armas y Cuerpos que lo integraban, así como, por vez primera, la autonomía de los Cuerpos Técnicos o Facultativos, Artillería e Ingenieros”

          La diferenciación entre las funciones de los artilleros y los ingenieros tenía que conducir, por fuerza, a una secesión cuyo primer indicio iba a ser la llamada Ordenanza de Flandes (1702), pero que adquiriría carta de naturaleza con la promulgación, en 1710,  del "Reglamento y Ordenanza para la más acertada dirección de mi artillería en España. Creación de un regimiento, sueldos, fueros, preeminencias, grados y proporciones de empleos”. Esta norma es fundamental para la historia de la Artillería española, pero, especialmente por lo que nos ocupa esta tarde, porque establecía, de iure, la separación entre artilleros e ingenieros.

          El Teniente General don Jorge Vigón en su Historia de la Artillería, nos dice que en la citada disposición “se delimitan las funciones de uno y otro (se refiere a los Cuerpos de Artillería e Ingenieros), aunque no tan netamente que se evite toda confusión en cuanto a sus atribuciones.”Por ejemplo, el Ingeniero General (don Jorge Próspero de Verboom) seguía teniendo lazos de dependencia con respecto al Capitán General de la Artillería, y también había dependencia en los escalones inferiores, pues en los 3 Batallones del recién creado Regimiento Real de Artillería de España, existían 3 compañías de artilleros y 1 de minadores. No obstante, la separación era un hecho legal. Sin embargo, todavía 45 años después, en 1756, la confusión volvía a imperar, porque el Conde de Aranda era nombrado Director General de Artillería e Ingenieros, en lo que parecía un nuevo intento de conservar la fusión, o al menos la dependencia de un mismo mando, pero el rechazo fue parcial en el Cuerpo de Artillería y total en el de Ingenieros. En la misma situación sustituye a Aranda el Teniente General Masones, hasta que en 1761 la Dirección General pasa al Ministerio y aparecen dos Inspecciones (Conde de Gazola para Artillería y Maximiliano de la Croix para Ingenieros). Dos años después, en 1763, las aguas empezaban a discurrir por sus cauces lógicos y la separación era total. Artillería e Ingenieros continuaría viviendo sus gloriosas trayectorias de forma propia e independiente.

          En una conferencia pronunciada por don Horacio Capel, en un ciclo organizado por el Centro de Historia y Cultura Militar el año 2001, y recogida en una publicación que lleva por título Actuación de los Ingenieros Militares en Canarias. Siglos XVI al XX, el ilustre historiador nos dijo que: “Como es bien sabido, los ingenieros reales estuvieron integrados en la Capitanía General de la Artillería hasta que en el siglo XVIII adquirieron una autonomía plena con la creación en 1711 del Real Cuerpo de Ingenieros de los Ejércitos y Plazas.” Así de conciso y verdadero.

          Y con igual concisión, el Teniente General Vigón, en su obra citada, reseña que: ”Ingenieros comenzaron a llamarse aquellos individuos del ramo de Artillería que se dedicaban al trazado y organización de las fortificaciones; e ingenieros se llamaron luego, cuando disgregándose del Cuerpo de Artillería, constituyeron uno nuevo”.

          Pero, además de lo referente a la actuación en campaña, Ingenieros y Artillería se siguieron relacionando en muchas otros ámbitos, especialmente en el de la enseñanza y fueron a modo de esferas circunscritas unas veces, secantes otras y tangentes el resto.

          Si recuerdan, hace unos minutos habíamos dicho que la famosa Academia de Barcelona desapareció en 1705, pero iba a resurgir en 1720 y a ella acudirán cadetes de todas las Armas. El Plan de Estudios fijaba que los dos primeros años se dedicarían a materias comunes, pero los cursos 3º y 4º serían exclusivos para futuros Oficiales de Artillería e Ingenieros. Para obtener el Real Despacho de Oficial de Artillería o de Ingenieros, los cadetes debían seguir un largo y complejo Plan de Estudios que facultaba (de ahí lo de “oficiales facultativos”)…

                    - A los artilleros: Para ejercer la dirección de…

                         . Fábricas relacionadas con el ramo de la guerra (armamento, municiones, pólvoras, explosivos, etc.).
                         . Maestranzas y Parques (conservación y reparación de armas y pertrechos.

                    - A los ingenieros: Para dirigir la construcción de…

                         . fortificaciones permanentes y...
                         . edificios, caminos, canales y puertos (y luego ferrocarriles).

          Más tarde aparecerán el Colegio de Artillería (1764) y la Academia de Ingenieros. Por cierto, que en el primer Plan de Estudios de los artilleros ocupaba también un lugar destacado la materia de fortificaciones permanentes y de campaña.

          Y más tarde aún, en el XIX, nos encontramos con los primeros antecedentes de la Academia General Militar. Uno de ellos fue la creación, en 1825,  del Colegio General Militar, que se ubicó en el Alcázar de Segovia y que iba a tener 12 años de vida. Aquí todos los cadetes seguían un plan de estudios común que duraba 5 años. La oposición de Artillería e Ingenieros fue frontal. Para los primeros porque los que quisieran ser artilleros se habían pasado de la edad máxima exigida para ingresar en el Arma tras los 5 años del Colegio General; y para los segundos porque se les exigía un duro examen de ingreso y luego otros 4 años de estudios. Lógicamente, ambos Cuerpos prefirieron seguir nutriéndose de oficiales de la manera tradicional.

          Luego vinieron las dos primeras etapas de la Academia General Militar. Quiero destacar que en el sistema de enseñanza militar durante la Dictadura de Primo de Rivera, existió una Escuela de Estudios Superiores en la que se cursaba Química y Metalurgia, o bien Arquitectura Militar y Electrotecnia, es decir dos caminos enfocados a Artillería e Ingenieros respectivamente.

          La aparición de la II República trajo consigo como todos saben, la eliminación de la General. Se constituyó en Segovia una Academia de Artillería e Ingenieros, con un plan de estudios de 4 años de duración (los 3 primeros para alcanzar el empleo de Alférez Alumno y el último para llegar a Teniente) que estaba enfocado a que los Tenientes supiesen exclusivamente lo que debía saber un  Teniente; eso sí, con la promesa de que para ejercer cargos superiores se facilitarían los conocimientos necesarios en cursos que al efecto se organizarían. La corta duración del régimen republicano imposibilitó el desarrollo de ese descabellado plan. Lo que vino después, la 3ª Época de la General y los sucesivos Planes de Estudios y los proyectos actuales son conocidos por todos.

          Hubo también otra relación Artillería – Ingenieros ligada a la utilización del automóvil en el Ejército. En 1908 se creó una Escuela Automovilista de Artillería, con la misión de preparar conductores, mecánicos conductores y maestros montadores para  todas las unidades del Ejército, excepto para las de Ingenieros, que contaban con su propio Parque. En 1932 se fusionó la Escuela de Artillería con una Compañía del Parque Central de Ingenieros, naciendo la Escuela de Automovilismo Ligero, a cargo de Ingenieros y ubicada en Madrid, y la Escuela de Automovilismo Pesado, a cargo de Artillería y con base en Segovia.

          Y ayer José Manuel Padilla nos contó que entre los primeros componentes del Cuerpo de Ingenieros de Armamento y Construcción hubo bastantes artilleros…

          Quiero también resaltar otro punto importante: que el andamiaje técnico de España durante los siglos XVI, XVII, XVIII y buena parte del XIX, se encontraba en manos de los militares, porque si hemos hablado de una secesión o división de los Cuerpos técnicos militares en año tan lejano como 1711, es importante recordar las fechas en que se formaron u organizaron los Cuerpos de Ingenieros civiles: los de Minas en 1777 (66 años más tarde); los de Caminos en 1835 (124 años después); los Industriales, en 1840 (129 años); los de Montes en 1844 (133 años después), junto con los Arquitectos; los Agrónomos en 1857, con los Geógrafos, (147 años). Todos ellos nacieron de las dos frondosas ramas de un tronco poderoso formado por los esfuerzos y las vidas de aquellos que tenían el “oficio de los ingenios”, los artilleros y los ingenieros.

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          Y aquí podía haber terminado, para descanso de ustedes, pero me faltaba rendir un homenaje de agradecimiento, inmodestamente arrogándome la representación de miles de artilleros que me precedieron, a aquellos ingenieros que nos hicieron más fácil el cumplimiento de la misión de defensa de las islas desde el siglo XV hasta el XX. Me voy a basar para ello en unos pocos datos, gráficos y fotografías, sin más objeto, repito que agradecer, exponiéndolo, el enorme esfuerzo de tantos ingenieros renombrados o anónimos, que pasaron y trabajaron en y por el Archipiélago a lo largo de los citados siglos. Y de nuevo insisto que sólo voy a hablar de realizaciones directamente relacionadas con la artillería y en ocasiones con la inmediata defensa de las islas.

          Hace unas semanas, cuando el general De Salas me requirió para esta intervención, le comenté que la unión entre nuestras respectivas Armas era tal, que en miles de ocasiones los ingenieros, con sus fortificaciones, habían sido “los escudos” de nuestras piezas. Si miramos El Tigre o cualquiera de sus hermanos, nos daremos cuenta de que la cubierta delantera de protección de los sirvientes, el escudo, no existe y que, por tanto, esa función la desempeñaba, una vez la pieza en posición, la propia fortificación, que, con toda seguridad, en muchas ocasiones evitaría la herida o la muerte de los artilleros.

          En este humilde homenaje, muy rápidamente, porque no quiero repetir lo que otros ya han dicho, ni adelantarme a los que vienen después, sólo me propongo hacer un repaso de dos momentos de ese monumental esfuerzo de la ingeniería militar en Canarias.

          En primer lugar he elegido 1740, porque para eso Tous nos facilitó el trabajo editando la Descripción Geográfica de las Islas Canarias de don Antonio Riviere, quien acompañado de un grupo de ingenieros (y algún artillero, como demostró Juan) recorrió el Archipiélago y nos dejó mapas de increíble belleza y precisión. Pues bien, en aquellas lejanas fechas de 1740-43, repasando el citado libro y si no me he equivocado, obtengo que existían 22 organizaciones defensivas de importancia en Tenerife, 12 en Gran Canaria, 10 en La Palma, 4 en Lanzarote, otras 4 en Fuerteventura y 2 en La Gomera.

          Es decir, la friolera de 54 castillos, plataformas, baterías, fuertes y reductos, entre cuyos muros se afanaban cientos de artilleros, siempre con la vista puesta en la presencia de alguna vela amenazante. Obras recogidas en planos con los que podemos disfrutar contemplándolos en el ya citado libro de Riviere y, además de eso, leer algo sobre sus características en otra obra monumental, los “Apuntes para la historia de las fortificaciones de Canarias”.

          Y el otro momento histórico que he querido seleccionar, para resaltar en él el ingente esfuerzo de los Ingenieros, es el de la 2ª Guerra Mundial. En aquellos difíciles momentos en que Canarias corría el grave peligro de sufrir una invasión por parte aliada, especialmente de Inglaterra, si los alemanes cruzaban la Península Ibérica y tomaban Gibraltar, el Gobierno concedió al Capitán General de Canarias los máximos poderes militar, político y social con la creación del Mando Económico. Estamos en 1941 y las primeras órdenes de defensa dictadas por el General Serrador y poco después por su sucesor, el General García Escámez, no dejan lugar a dudas. Canarias debía defenderse por sí sola, pero también cada isla no podía esperar apoyo de las demás una vez iniciadas las operaciones. El símil es claro, pues en una de las Órdenes de Operaciones se puede leer que “cada isla debe convertirse en un Alcázar en mitad del océano”.

          Hace tres o cuatro años, en colaboración con el Aula Militar Ignacio Pérez Galdós, realicé un trabajo, que está colgado en la página web de la Universidad de Las Palmas, relativo a los preparativos para la defensa de Gran Canaria en aquella coyuntura. Animados por el General Labalsa y por el General Pérez Beviá, el Teniente Coronel Castro y yo decidimos desarrollar otro similar para la isla de Tenerife, si bien ampliado en muchos aspectos. Está muy avanzado, y en ese trabajo inconcluso me voy a basar para exponer lo que sigue, reiterando a fuer de ser pesado que no abarco, ni mucho menos otros aspectos de la labor de los ingenieros como las vías de comunicación, los polvorines, los depósitos de carburantes, etc. etc.  (Me vienen a la cabeza los depósitos de carburantes del Llano del Moro o de la Isleta, los polvorines de Tabares y Geneto, el depósito para bombas de aviación bajo la Montaña del Púlpito… y los 3 extraños y enormes túneles bajo la montaña de La Altura…).

          En la organización de la Artillería de Costa para la defensa de la isla en aquellos momentos podemos constatar la existencia de 11 Baterías (algunas de nueva creación, como San Andrés, Las Tiñosas, Los Moriscos, Punta de la Vista, La Rosa, Barranco de la Barca y La Quinta Roja). La mayoría de ellas contaban con galerías subterráneas que conectaban entre sí las piezas, depósitos de munición, estaciones telemétricas y puestos de mando. Únicamente contando los puestos de mando (11 de Baterías; 3 de Grupo y 1 de Agrupación) tendríamos un total de 15 obras de importancia, en muchos casos duplicadas o triplicadas con las correspondientes estaciones telemétricas. Es decir, más de una treintena de estas instalaciones, muchas de las cuales se conservan aún, diseñadas y construidas por nuestros ingenieros militares de los años 40.

          Además de las citadas nuevas Baterías, el acondicionamiento y reestructuración de las existentes, las pruebas de asentamiento, etc., se prepararon también posiciones de tiro para 2 Baterías y 3 Destacamentos de artillería de campaña en misión de defensa de costas, y abrigos para otras 20 piezas en misión antilancha y contra carro.

          En el citado trabajo incluimos también datos sobre los nidos, casamatas e islotes de resistencia (subelementos) que se pensaron construir y los que en realidad se construyeron. Las cifras que consideramos más ajustadas son las de septiembre del 43, que nos hablan de 138 nidos, 16 casamatas y 242 islotes de resistencia. A mí me cuesta trabajo imaginar siquiera como con los medios de entonces y las carreteras de la época se pudo hacer tan tremendo esfuerzo… De las obras citadas, en 1973 (datos de las Patrullas de Oficial) perduraban 75. Para nuestro trabajo obtuvimos, apoyándonos en la Cátedra General Gutiérrez, la colaboración de 7 alumnos de 5º curso de Geografía de la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad de La Laguna. Su entusiasta y espléndida labor podemos resumirla con la conclusión de que, a finales de 2010, aún existían casi 40 de aquellas obras defensivas.

          Multipliquen los números dados al menos por 3 (en Gran Canaria el esfuerzo fue similar, y menor, lógicamente, en las demás islas) y sólo queda descubrirse ante esa muestra de eficacia. Descubrirse… y dar las gracias.

          Pero estoy seguro de que alguien piensa ya que estoy terminando y no he hablado de las Transmisiones, como si ellas no contaran… Nada más lejos de mi intención.  Tuve la suerte de trabajar mucho con los de Transmisiones en aquellos felices años de la Jefatura de Tropas en que cada mes y medio realizábamos un Ejercicio Táctico. Y luego, cuando estuve en el Estado Mayor Conjunto del Mando Unificado de Canarias tuve el orgullo de participar, codo a codo con la Unidad de Transmisiones de Canarias (la que conocíamos como UTCAN), en el montaje de la Red Conjunta de Transmisiones de Canarias. Gracias a ellos también, de corazón.

         Y para terminar volver a algo que dije ya antes. Las Armas de Artillería e Ingenieros son dos poderosas ramas de un mismo tronco. Un tronco que se enraíza en un fértil terreno compuesto por una mezcla de ciencia, técnica, espíritu de servicio y, sobre todo, un enorme amor a España.

          Muchas gracias por su atención.

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