Las banderas inglesas de Santa Cruz de Tenerife

Pronunciada por Luis Cola Benítez (Sala de Conferencias del Centro de Historia y Cultura Militar, Almeyda, Santa Cruz de Tenerife, el 24 de julio de 2007)

           Canarias conmemora el 25 de julio de cada año el hecho de armas más brillante y glorioso de su Historia: la victoria de Tenerife, de sus tropas, milicias y paisanos, frente a las fuerzas de desembarco de una división de la escuadra británica. Y me alegra saber que, por fin, parece que hay voluntad de dar a esta conmemoración todo el esplendor e importancia que merece, objetivo por el que en la Tertulia Amigos del 25 de Julio venimos luchando desde hace años. Porque, repitámoslo una vez más, claramente y sin ambages: las tropas asaltantes no venían a dar un atrevido golpe de mano, en busca de botín o a causar el mayor daño posible a una plaza enemiga en rápida incursión. Venían a apoderarse de las Islas, de todas ellas, como ya está perfectamente documentado. El escuadrón naval, que formaba parte de la flota británica del almirante Jervis que bloqueaba Cádiz, llegaba al mando del contralmirante Horacio Nelson, cuya trayectoria le configuraría como un personaje de renombre universal, que aquí fue derrotado física y militarmente. Los defensores, con muy escasos medios, mal equipados y en su mayoría sin experiencia, actuaron bajo el mando de un hombre, el general don Antonio Gutiérrez de Otero, que a lo largo de su vida profesional derrotó por tres veces, en distintos escenarios insulares -Malvinas, Menorca y Tenerife- a las fuerzas inglesas.

          Numerosos fueron los trofeos que de aquella brillante acción quedaron en Santa Cruz: fusiles, pistolas, sables, picas, cañones, escalas de asalto, tambores y... banderas. Muchos de ellos se han perdido o permanecen ocultos en colecciones privadas; otros se han dispersado con el correr de los años; y unos pocos están localizados en  instituciones o colecciones foráneas, cuando lo lógico sería que permanecieran entre nosotros, pues al tiempo que reafirmaba su españolidad, Santa Cruz de Tenerife selló con sangre su título de propiedad.

          En la actualidad, entre otros objetos preciosos que nos recuerdan el hecho, se custodian dos banderas británicas en este Museo Histórico Militar de Canarias, una de ellas perteneciente a la fragata Emerald, buque que formaba parte de la escuadra atacante. Hasta hace pocos años, estas banderas se encontraban depositadas en un rincón de la capilla de Santiago de la iglesia de la Concepción, cerca del sepulcro del general Gutiérrez.

          La autenticidad de al menos uno de estos preciados trofeos ha sido puesta en duda en alguna ocasión, y ello ha ocurrido por no disponerse hasta hace poco tiempo de una más completa información. Como decía nuestro admirado profesor Rumeu de Armas, se ha venido discutiendo durante mucho tiempo si fueron dos o una las banderas tomadas a las tropas de Nelson, debido a que unos autores se refieren a “las banderas” -en plural- y otros únicamente hacen mención de una. Y así es. Sin pretender agotar la variopinta nómina de historiadores y cronistas, es cierto que José de Monteverde, alcaide del castillo principal de San Cristóbal, en su famosa Relación circunstanciada, sólo cita “una bandera” entre los trofeos tomados al enemigo. También, el alcalde real Domingo Vicente Marrero, en su relación -inédita hasta que vio la luz en Fuentes Documentales del 25 de Julio de 1797-, señala que entre los muchos despojos que se les tomaron "...se encontró una bandera doblada dentro de una lancha, que luego se supo era la que conducían para enarbolar en el Castillo Principal". Igualmente, en los relatos que describen la procesión que en conmemoración de la victoria alcanzada se celebró el día 30 de aquel mes de julio, se indica que, tras la imagen del Apóstol Santiago, varios oficiales españoles portaban la bandera de la Emerald, sin que se haga mención a otra.

          Por otra parte, un historiador que escribió con relativa proximidad a aquellos hechos, Francisco M.ª de León, después de afirmar que tomámosles un cañón de campaña y ”una bandera”..., dice casi a continuación que “estas banderas” (en plural) colocáronse como trofeos en la capilla de Santiago de la parroquial de Santa Cruz, con lo que el mismo autor de la crónica colabora a sembrar la duda de si fueron una o dos.

          Esta discrepancia se mantiene con el transcurrir del tiempo. Así, por ejemplo, Dugour afirma que “las banderas” tomadas al enemigo serán el recuerdo perenne de tan memorable acción; Rodríguez Moure considera como único trofeo la bandera de la Emerald, y lo mismo opina Rumeu de Armas que, como era norma en él sigue puntualmente y da siempre por buena la relación de Monteverde; también Lanuza señala -sin aportar explicación- que las banderas capturadas a los ingleses... no fueron dos, sino una; mientras que Cioranescu dice que habían caído en manos de los canarios “dos banderas” británicas.

          Actualmente, aunque sigamos sin conocer el motivo por el que en la procesión conmemorativa de 1797 sólo se sacó uno de estos trofeos, ya se puede afirmar, sin duda alguna, que fueron dos las banderas perdidas por las tropas británicas en su frustrado intento de invasión. Se conocen, incluso, los nombres de los que las tomaron y el destino que les dieron. Y ello ha sido posible gracias a la labor investigadora del coronel Juan Tous Meliá, que rescató del Servicio Histórico Militar una relación hasta entonces inédita y desconocida por la historiografía de la Gesta. Se trata del Diario de Operaciones del batallón de Infantería de Canarias, que mandaba el teniente coronel Juan Guinther, correspondiente a las fechas en que tuvo lugar el ataque inglés. Este documento, en unión de otros no menos interesantes, se publicó por primera vez por iniciativa de la Tertulia  Amigos del 25 de Julio y de este Museo, bajo el patrocinio del Excmo. Ayuntamiento de Santa Cruz, en la citadas Fuentes Documentales. Aunque no se señala su autor, por el texto se deduce que lo es el propio comandante de la unidad, que es sabido tuvo una destacadísima actuación en la lucha por las calles de Santa Cruz desde el mismo momento del desembarco de los enemigos. De forma especial, su acción se desarrolló en el sector Sur de la población -desde el castillo de San Cristóbal hasta la desembocadura del barranco de Santos-, hasta que los atacantes sacaron bandera blanca en el antiguo convento de Santo Domingo, actual emplazamiento del Teatro Guimerá. Por lo tanto, mientras que los testimonios de otros cronistas coetáneos -Monteverde, Marrero, etc.- forzosamente tuvieron que basarse en noticias de segunda mano, el de Guinther corresponde al jefe de las mismas tropas que tomaron las banderas, una en la desembocadura del barranquillo del Aceite -final de la calle Imeldo Serís- y, la otra, en la del barranco de Santos.

          Respecto a la primera, reseña Guinther que el cabo de Milicias Diego Correa, los soldados del Batallón Josef Saavedra, Juan Fernández Coca y Francisco Miguel, y los milicianos agregados Josef Dorta y Josef Marrero, hicieron veintitrés prisioneros en el citado barranquillo, que llevaron al castillo principal de San Cristóbal; regresaron, y recogieron un Cañon Violento, un Canasto de Cartuchos..., y una Vandera..., entre otras cosas. Y añade que todos estos trofeos entregaron al Capitan de Artilleria Dn. Clemente Falcon, que mandaba la batería de la Concepción, situada junto a la casa de la Real Aduana. Por las fuentes inglesas sabemos que en la salida al mar de este barranquillo del Aceite fue a donde llegó la partida de lanchas asaltantes mandadas por los capitanes Troubridge  y Waller, y se da la circunstancia de que este último, Thomas Waller, era el comandante de la fragata Emerald, en cuya lancha debía enarbolar, de acuerdo con las ordenanzas de la Royal Navy, la enseña de su buque. Por tanto, parece confirmarse que fue esta la bandera que allí se tomó.

          En cuanto a la segunda, la encontrada en el barranco de Santos, Guinther deja constancia de que la sacó de una de las lanchas inglesas el paisano Manuel Vizcocho, en unión de una "caxa de guerra" -o tambor- "cuya Vandera y caxa de guerra, añade, remitió él mismo al general Gutiérrez con el capitán agregado al Batallón Francisco Suárez y Ventura del Campo en funciones de Ayudante". Esta segunda bandera, de mayores proporciones, era la destinada a enarbolar en el castillo de San Cristóbal, una vez conquistado. Y termina Guinther señalando: "Estas dos referidas Vanderas se han colocado en la Yglesia Parroquial en el Altar de San Tiago."

          Con estos precisos y preciosos datos, que comprenden nombres y lugares, quedan disipadas las dudas sobre la autenticidad de estos dos trofeos, sobre los que puede concluirse que ya hay constancia exacta de su origen y filiación.

          Pero la historia de las banderas no acaba aquí y, en distintos momentos a través del tiempo, nuestro Ayuntamiento ha tenido que ocuparse de su conservación y custodia, a la vez que, en ocasiones, ha servido para evidenciar la  ignorancia de algunos políticos del acontecer de su historia, que es la de su propio pueblo, y por tanto la de ellos mismos, mal del que, en algunos casos, aún no nos hemos librado.

          Las banderas se encontraban simplemente depositadas en un rincón de la capilla de Santiago de la iglesia de la Concepción, y no fue hasta 1840 cuando el regidor Domingo Oliva Bérriz pidió que se hiciera una vitrina para su mejor conservación. Pues bien, transcurrieron tres años sin que nada se hiciera, hasta que el propio Oliva, por entonces 2º alcalde, se ocupó de ello y presentó la cuenta de la vitrina de caoba hecha por el carpintero Carlos Ramos. Su costo, 640 reales.

          Y llega 1850, bajo la alcaldía de José Librero, que fue un magnífico alcalde, cuando el comandante de Marina Manuel Cayetano Verdugo pide que se done una de las banderas al Museo Naval que estaba formándose en Madrid, lo que se aprueba por mayoría, pero con el voto en contra del propio alcalde y de los regidores Bernardo Forstall y Juan Cope. La protesta popular se tornó pronto en verdadero clamor, lo que llevó al gobernador civil Antonio Halleg a suspender al alcalde, imponiendo a la corporación una multa de 1.000 reales. Librero,  después de entregar el bastón de mando al primer teniente de alcalde Esteban Mandillo, se retiró del salón de sesiones. Se consultó si la multa comprendía también a los regidores que votaron en contra, como así fue, teniendo que pagarla los ediles de su bolsillo por prorrateo. Entretanto, se recibía una R. O. del Ministerio de Marina agradeciendo en nombre de S. M. la remisión de la bandera para el Museo Naval. No obstante, las protestas y ruegos de devolución surtieron efecto y, tres meses más tarde, otra R. O. ordenaba que la bandera volviera a su legítimo propietario, el pueblo de Santa Cruz. En marzo de 1851 el mismo gobernador civil comunicaba al alcalde la llegada -cual hijo pródigo- de la bandera viajera en el místico Buen Mozo y  una comisión municipal acudió a recibirla y a trasladarla, en depósito, a la iglesia de la Concepción.

          Pero aquí no terminaban los problemas. En 1874 el párroco Claudio Marrero sacó las dos banderas de su vitrina y las colocó donde le pareció y se pidió al regidor síndico que emitiera informe, y lo hizo en el sentido de que el Ayuntamiento debía retirar las banderas de la iglesia mientras siguiera el mismo párroco, para depositarlas en las salas consistoriales. Así se aprobó, pero no tenemos constancia de que se ejecutara el acuerdo. Pasan cerca de veinte años cuando se viene a caer en la cuenta de que las banderas se encontraban en muy mal estado y que la vitrina no disponía de cerradura. Se pone remedio a esto último y se acuerda que una llave esté en poder del alcalde y otra del párroco, que lo era entonces Santiago Beyro Martín, de cuyo celo patriótico no había la menor duda, como lo demostró a lo largo de su ministerio.

          Y llegamos a 1912. Hacía ocho años que el Ayuntamiento estaba instalado en su nueva sede, la actual de Viera y Clavijo, pero el que hoy es su magnífico salón de plenos aún no estaba terminado. No obstante, se decidió celebrar en él una sesión dotándolo de  mobiliario provisional y, para ennoblecer el ambiente, se acordó que se colocaran allí las banderas inglesas. La sesión en aquel escenario a medio construir resultó un fracaso y una incomodidad, y en lo sucesivo se continuaron celebrando en la misma sala habilitada para ello que hasta entonces se había venido utilizando. En cuanto a las banderas, seguían en la iglesia, como se desprende de una autorización concedida por el alcalde por aquellas fechas a un particular para fotografiarlas en la parroquia.

          Dos años después, bajo la alcaldía accidental de Emilio Calzadilla Dugour, al tiempo que se acordaba que el cañón Tigre se colocase en el descanso de la escalera del Museo Municipal -instalado entonces en el antiguo convento franciscano de San Pedro de Alcántara-, se pide también que las banderas se trasladen a dicho Museo y se propone pedir al Museo Naval y al de Artillería todos los objetos relacionados con el 25 de Julio para crear una sala monográfica dedicada a la Gesta. Nada se logró de los museos de Madrid y las banderas siguieron en la iglesia.

          Y llega la II República, cuando el  alcalde Tomás de Armas Quintero informa del riesgo de incendio o destrucción para las banderas inglesas en la Concepción, lo que da lugar a una serie de intervenciones de varios ediles y del secretario municipal, algunas de las cuales nos resultan insólitas por sus inexactitudes y el desconocimiento de los hechos. Entre otras cosas se dice que las banderas eran cuatro, que se enviaron a la Península a raíz del ataque de Nelson, y que se logró la devolución de dos de ellas que se colocaron primero en la iglesia del Pilar y más tarde en la de la Concepción. Asimismo se dijo que hacia 1903 se habían sacado para restaurarlas y un general extranjero cortó un trozo y pidió certificado de autenticidad nada menos que al propio Ayuntamiento, y se pidió una rápida determinación por llegar rumores de que se vendían a trozos. Se querían llevar al Museo Municipal, pero el párroco se oponía a ello si no recibía orden expresa del Obispado. Así las cosas, en 1936 se reitera la petición al párroco y, ante su obstinada negativa, un exaltado concejal llegó a ofrecerse personalmente a arrebatárselas al cura por la fuerza si se negaba a entregarlas. ¡De sainete! No obstante, poco después se logra, por fin, la tan deseada entrega, y se nombra una comisión para hacerse cargo de los preciados trofeos, pero de nada sirvieron tantos esfuerzos. Al comenzar la guerra civil, cuando en lugar de alcalde y concejales había una Comisión Gestora municipal nombrada por la Comandancia Militar se acuerda reintegrar a la Concepción las banderas, alegando, se decía, el respeto a la voluntad de los que tan gloriosamente las conquistaron. De esta forma, los esfuerzos de tantos años para ponerlas bajo la directa custodia municipal, habían resultado en vano. Así siguieron las cosas hasta que al crearse en 1988 este Museo Histórico Militar, su fundador el coronel Juan Arencibia de Torres tuvo el acierto de proponerlo y logró que fueran entregadas en depósito para su custodia y conservación. Y aquí han estado dignamente expuestas, y mejor aún lo van a estar en lo sucesivo.

          Como es sabido, el escuadrón naval conducido por Nelson estaba formado, además de la bombarda Rayo y del cúter Fox-hundido por  nuestra artillería en la bahía de Santa Cruz-, por cuatro navíos de alto bordo y tres fragatas, una de las cuales era la Emerald. Artillada con 36 cañones, su primera aparición documentada data de 1795, formando parte de la Flota del Norte -North Fleet- bajo el mando del capitán V. C. Berkley. Participó en varias acciones frente a barcos españoles, una de ellas poco antes de julio de 1797 en la bahía de Conil, cerca del Cabo de Trafalgar. Después de su intervención en Tenerife, según datos que amablemente me facilita Daniel García Pulido, está documentado con todo detalle el historial de esta fragata, pasando por su participación en Abukir, hasta su desguace en 1836. Por cierto, hay constancia del malestar de Nelson por la tardanza de la Emerald en incorporarse a la flota a su regreso desde aguas de Tenerife.

          En cuanto al capitán Thomas Waller, una vez firmada la capitulación de las fuerzas británicas el 25 de julio, fue el encargado de acompañar en un bote al alférez de fragata y capitán de puerto Carlos Adán, para que Nelson ratificara las condiciones de dicha capitulación aceptadas y firmadas en tierra por sus oficiales al mando de las tropas de desembarco, como así lo hizo Nelson. Por tanto, fue este oficial tinerfeño el único que a bordo del Theseuspudo entrevistarse con Horacio Nelson, cuando acababa de serle amputado su brazo derecho. Como queda dicho, la Emeraldtardó en reunirse con la flota del almirante Jervis en aguas de Cádiz, llegando una semana más tarde que el propio Nelson, y se sabe  que posteriormente tuvo que comparecer ante un consejo del Almirantazgo en Londres. Waller había ascendido a capitán el 7 de mayo de 1797, fecha en que tomó el mando de la Emerald, y falleció el 2 de junio de 1818, sorprendentemente con el mismo rango de capitán, sin que hasta entonces se sepa nada más de su trayectoria. Y si mi citado amigo el investigador Daniel García Pulido, perseverante desmenuzador de archivos londinenses en todo lo concerniente a hechos, barcos y personajes relacionados con Nelson y el 25 de Julio, así me lo dice, yo le creo, mientras no me demuestren lo contrario. Y cabe preguntarse: ¿el ostracismo, el silencio sobre su posterior carrera como oficial de la Royal Navy, podría relacionarse, más que con su retraso en incorporarse a la flota, con la pérdida de la bandera de su fragata? Dejo la pregunta en el aire.

          ¿Qué significado y qué valor puede y debe asignársele por nosotros a estas dos banderas? La victoria del 25 de julio de 1797, el hecho más importante de nuestra Historia Moderna, no fue sólo del general Gutiérrez y del pueblo de Santa Cruz. Lo fue de todo Tenerife, de Canarias y, por supuesto, de España. Otra cosa es el valor que luego se le ha dado. Lógico puede parecer, aunque nos duela, que los historiadores británicos pasen sobre este hecho como sobre ascuas. No lo es, en absoluto, y más nos duele, que muchos de los españoles le dediquen una atención mínima no exenta de cicatería. Al margen de lo que representó para la soberanía española en las Islas, si se tiene en cuenta el contexto histórico en que se desarrolló aquel acontecimiento, la política de expansión que Gran Bretaña ya había iniciado, su búsqueda de bases de apoyo atlánticas para sus incursiones en la América Española y, muy especialmente, para sus aspiraciones e intereses hacia el Océano Índico, pues todavía no existía el Canal de Suez, la derrota inglesa en Santa Cruz de Tenerife fue -como expresó el teniente general Vicente Ripoll- el punto de inflexión y el detonante que les obligó a un inmediato cambio de orientación hacia el Mediterráneo en su política de expansión, cuya primera gran baza fue, precisamente, la victoria de Abukir. Y yo añado que las dos banderas británicas que aquí se conservan, son los primeros y valiosos testimonios materiales de aquellas circunstancias históricas.

          Para terminar, felicito al equipo de restauración por el difícil y magnífico trabajo efectuado, que es de esperar tenga continuación, así como al coronel director de este Museo don Lorenzo Hernández-Abad por su iniciativa. Para los que pensamos que son necesarios y creemos en el valor de los símbolos, una bandera siempre debe ser motivo y objeto de respeto, aunque no sea aquella bajo la que hayamos nacido. En cuanto a estas que aquí se custodian, ganadas con la sangre de nuestros antepasados, conservémoslas celosamente y con orgullo, honrémoslas porque así les honraremos a ellos y porque honrándolas damos fe de la constatada hidalguía de este pueblo, que supo defender su independencia con  arrojo y valor, y ser caballeroso y magnánimo hasta lo inaudito con los vencidos.

                                        - - - - - - - - - - - - - - - - - -