La plaza del Castillo Grande (Retales de la Historia - 23)

Por Luis Cola Benítez  (Publicado en La Opinión el 11 de septiembre de 2011).

 

           Si cuando casi habían transcurrido cien años desde la Fundación del Lugar y Puerto de Santa Cruz, nos hubiéramos situado frente a su costa, ¿qué se presentaría a nuestra vista?

          Haciendo un imaginario recorrido de izquierda a derecha, veríamos, en primer lugar, en el margen derecho del barranco de Santos, un pequeño grupo de casas en torno a la ermita de San Telmo. Una vez cruzado el barranco, la iglesia parroquial de una sola nave, junto a la que se aglutinaba el principal núcleo edificado y, a continuación, la desembocadura del barranquillo del Aceite y la Caleta de Blas Díaz.

          Más a la derecha, desde nuestro punto de observación, el castillo de San Cristóbal, situado sobre la laja rocosa que se adentraba en el mar, y a continuación, simplemente nada. Si nos adentráramos en el pueblo, veríamos que las casas más alejadas de la orilla no rebasaban la actual calle Candelaria, mientras que frente a la fortaleza sólo había un terroso terraplén que se perdía ladera arriba. Así nos lo representa Leonardo Torriani en su plano de 1588.

          En aquel solar libre frente al castillo maniobraba y se ejercitaba la tropa, a pesar de que se habían construido algunas casas y almacenes cerca del mar, que fue preciso derruir más tarde –según se decía, "para que juegue la artillería"–, y para despejar la visión de posibles naves que se aproximaran desde el Sur. Tienen que transcurrir muchos años más para que aquel terraplén se nos presente ya con apariencia de plaza pública, delimitado su entorno por los edificios circundantes.

          Al poco tiempo, en 1706, el comandante general Agustín de Robles instaló en su centro la primera fuente pública del pueblo, que se convertiría en elemento aglutinador de la actividad vecinal, no sólo para abastecerse del preciado líquido, sino también como lugar de encuentro, de intercambio de opiniones, noticias y chismorreos. De esta forma, el centro vital del lugar se fue trasladando desde la plaza de la Iglesia hasta la que comenzó desde entonces a llamarse plaza de la Pila, que adquiriría así cada vez mayor protagonismo, evidenciando su vocación de Plaza Mayor de Santa Cruz, también conocida como Plaza Real.

          Desde el siglo XVII importantes personajes comenzaron a establecerse, construyendo allí su residencia: los capitanes Tomás Pereira de Castro y Cristóbal de Salazar, y en la siguiente centuria, Luis Francisco de Miranda, Matías Rodríguez Carta, La Hanty, Montañés y, en la esquina con Cruz Verde, Blas del Campo; en el costado Norte, junto a la Marina, la casa de Casalón, más tarde de Villalba y luego sede del Casino de Tenerife.

          En su parte alta, haciendo esquina con la calle del Castillo, estuvieron en el siglo XIX las Casas Consistoriales, primeras de que dispuso la municipalidad. De todo el conjunto sólo ha sobrevivido la casa-palacio de Carta, único ejemplar urbano de fachada de cantería del país, y que se encuentra hoy lamentablemente cerrada y sin uso. Uno de los más importantes edificios civiles de la ciudad, con su interior irrepetible de arquitectura tradicional canaria, que albergó en su momento la Capitanía General, el Gobierno Civil y, por último, una importante entidad bancaria, yace desde hace tiempo olvidada, abandonada y expuesta a un paulatino e inevitable deterioro.

          Este espacio público es desde el principio testigo de nuestra historia y en él han tenido lugar los más importantes acontecimientos ciudadanos, desde la proclamación de reales órdenes o edictos del Cabildo de la Isla, la capitulación de las tropas británicas del frustrado intento de conquista de Nelson, la imposición al Pendón de la ciudad de la Cruz de Beneficencia, la inauguración del primer cable telegráfico, la proclamación de la Constitución o de la República, hasta todo tipo de celebraciones militares o cívicas de cualquier signo o tendencia.

          Ha sido, desde siempre, el corazón de la ciudad.

          La plaza del Castillo Grande, Real, de la Pila, de la Constitución o de la Candelaria –todos estos nombres ha tenido–, que era el frecuentado centro de reuniones, manifestaciones y paseo público, fue enlosada entre 1813 y 1815.

          En los años 20 del pasado siglo, fue sometida a la que parecía definitiva remodelación y se le despojó de la cruz de mármol que la presidía en su extremo más alto, haciendo frente al Triunfo de la Candelaria, ambos monumentos donados por Bartolomé Antonio Méndez Montañés. También tienen cabida en ella toda clase de actos multitudinarios relacionados con las celebraciones fundacionales del 3 de Mayo o con los bailes de nuestro célebre Carnaval.

          Hoy, aunque se sigue utilizando para algunos de estos actos, después de los últimos trabajos de "desfiguración" de lo que era una de las entradas marítimas más bellas de todas las ciudades españolas, con el tétrico pavimento del que se le ha dotado y sus anodinas palmeras, con la reja de aspecto carcelario –sin un mínimo detalle ornamental- que protege el monumento de la Candelaria, en el cotidiano uso ciudadano se ha convertido en un desolado lugar de paso, y ha perdido su secular vocación de cotidiano lugar de encuentro y convivencia.

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