Presentación del libro de José Méndez Santamaría "A Los Rodeos voy... 5ª Zona de la I.P.S."

Autor de la obra: José Méndez Santamaría 

Presentación a cargo de Emilio Abad Ripoll  (En la sede de la Agrupación de Antiguos Miembros de las Milicias Universitarias, Santa Cruz de Tenerife, el 2 de octubre de 2003)

                   

                     Excmo. Sr. Teniente General Jefe del Mando de Canarias, Excmo. Sr. Presidente del Cabildo Insular de Tenerife, Sr. Presidente de la Asociación, miembros de la misma, componentes de la Tertulia Amigos del 25 de Julio, señoras y señores:

          De nuevo tengo el honor y la alegría de tomar la palabra para hablar de temas relacionados con las Milicias Universitarias, por lo que, también una vez más, le doy las gracias a su Presidente, a la Junta Directiva de la Agrupación y a los antiguos “milicios” que la componen. Mi agradecimiento también a quienes hoy nos acompañan.         

          Pero, como es lógico, tengo que duplicar las gracias a D. José Méndez Santamaría, ahora porque, como autor del libro que nos reúne esta tarde, me hizo la distinción de proponerme su presentación. Claro que su arrojo de infante llegó en este caso a la imprudencia, y olvidándose de las cuatro clásicas preguntas que debió hacerse antes de dirigirse al objetivo (“adonde”, “por donde”, “cómo” y “cuando”), llegó a un “quién”que poco se merece esa confianza, presentando el único mérito, que también todos los militares profesionales que están aquí tienen, del afecto hacia quienes un día fueron nuestros compañeros de armas en las Unidades.

          Es muy bonito, y dice mucho del espíritu cultural de Canarias, que con tanta frecuencia nos congreguemos como consecuencia de la presentación de un nuevo libro. Pero, en el caso de hoy, considero que ésta no es otra obra más, porque tiene un algo muy especial: no es un libro de aventuras, ni su argumento se basa en descripciones geográficas, históricas o sociológicas, sino que, aún conteniendo retazos de lo anterior, lo que verdaderamente se nos cuenta en él es la historia de una relación profunda entre el estamento de más alto significado de la Sociedad civil, es decir, la Universidad, y los Ejércitos españoles.

          Efectivamente si, como si en una rebotica nos hallásemos, analizamos el trabajo de Pepe Méndez, nos encontramos que la destilación de las páginas del libro deja en el fondo de la redoma un poso permanente, un sedimento de amistad, camaradería, afecto y añoranza producido por la amalgama de dos sectores de la Sociedad, por la relación entre hombres que en una misma formación, al principio en lugares diferentes (a un lado los alumnos universitarios adiestrándose y frente a ellos los militares profesionales instruyéndolos) y luego todos juntos, crearon una unión profunda entre la Universidad y el Ejército; relación y unión que nunca debería desaparecer por el bien de España.

          Y creo que el libro nace por eso: para exigir que esa relación siga existiendo, para demandar que no olvidemos, ni los de un lado, ni los de otro de la formación, lo que significó la Milicia Universitaria como elemento aglutinante de la Sociedad española. Y, por tal razón, hacen falta libros como éste, en el que sin demagogias, sin halagos, sin resquemores y sin más pretensiones que la de dejar constancia histórica de algo tan importante, se consigue aquella vital finalidad del recuerdo.

          Naturalmente este libro no es el primero escrito sobre el tema, pues en la misma obra se mencionan dos muy importantes del General Consejero Togado D. Jesús López Medel, por cierto antiguo “milicio”: Ejército y Universidad y La Milicia Universitaria: Alféreces para la paz, y sin duda hay muchos más; pero nos hacía falta uno que aunara los recuerdos de lo más próximo, de nuestros campamentos de Hoya Fría y de Los Rodeos, de un libro que nos hiciera sentir, otra vez, el sabor del polvo reseco de las tierras del Sur de Tenerife y el escalofrío que produce el relente que cae una noche de guardia, aunque sea en agosto, en Los Rodeos; que nos hablara de aquella juventud tinerfeña, canaria y española que, en el servicio a su Patria, sacrificaba los hermosos veranos de los "veintipocos" años para enfundarse un sencillo mono de trabajo caqui y formarse en el escenario, en absoluto cómodo, de la milicia; de aquella juventud de la que formaban parte muchos que, por primera vez, conocían a chicos de otras regiones de España y descubrían que esa España era una entidad homogénea, y que para quererla y para servirla daba lo mismo ser canario que andaluz, o vasco que catalán, o gallego que murciano.

          Y, una vez graduados de Alféreces o de Sargentos, aquellos jóvenes universitarios aparecerían por las Unidades, y se llevarían la tremenda sorpresa, y con otras palabras se recoge en este libro, de encontrarse a otra juventud, la menos favorecida, pero tan sana de corazón como ellos mismos: la de los que no sabían leer ni escribir; la de los que no conocían el agua corriente en sus hogares; la de los que jamás habían salido de los estrechos límites de su “lugar” o de su “caserío”, y ahora se sorprendían de todo y con todo y especialmente, si cumplían aquí su Servicio Militar, del inmenso mar que nos rodea. Y entonces, los Oficiales y Suboficiales de Complemento fueron para sus coetáneos, y codo a codo con nosotros, los profesionales, hermanos mayores, maestros, consejeros y educadores.

          Y llegó el momento en que aquellos jóvenes universitarios acabaron su compromiso temporal con el Ejército, y sus carreras, y se encaminaron hacia el destino que Dios que les señalaba por las muchas veredas de la vida. Algunos llegaron muy alto en sus respectivas especialidades (en el libro figuran unos cuantos), o incluso en algo que quizás ni ellos mismos pensaron cuando decidían su futuro: en la política; de éstos tenemos ejemplos claros a nivel nacional, regional e insular, como sucede con el Alférez de Artillería D. Ricardo Melchior Navarro, hoy Presidente del Cabildo Insular de Tenerife. Y también hubo quienes, en las Armas o los Servicios, ingresaron de nuevo en el Ejército, como el ya citado López Medel, o el General Matos, o el Tcol. Cebrián, o el General Félix Calvo, etc.

          El núcleo duro de la obra está perfectamente estructurado en tres partes. En la primera, la que podríamos denominar histórica, el autor nos cuenta la génesis de las Milicias Universitarias, hablándonos de la Ley fundacional del 2 de julio de 1940, de “Reorganización de la Milicia Nacional”, que emanaba de la propia Jefatura del Estado, clara muestra del interés que el Régimen demostraba hacia el tema, y del Decreto de 22 de febrero de 1941, también de la máxima autoridad estatal.

          Pero, sin entrar en el articulado de esas disposiciones, que figura en el libro,  a mi me apetece más comentarles a ustedes el Acta que recoge la composición de la 1ª Promoción de los graduados en el campamento primigenio, el de Hoya Fría. Ese documento se firmó el 27 de septiembre de 1943 (es decir, que se acaban de cumplir sesenta años) y en él figuran los nombres de quienes componían la Junta Examinadora o Calificadora. A ver si les suenan algunos apellidos: General Navarro Villanueva, Coronel Machado, Teniente Coronel Pallero, Comandante Martín Fariña, Capitán Pérez-Andreu y Teniente Almagro, gente llena de amor a España y al Ejército, y volcados, desde aquellos primeros momentos, en la importante tarea de formar a estudiantes que “poseyendo determinado nivel y reuniendo condiciones adecuadas, pasen a nutrir los cuadros complementarios de Oficiales y Suboficiales”. Días después, el 4 de octubre (ya se han cumplido los 60 años), en solemne acto presidido por el Capitán General de Canarias y Jefe del Mando Económico D. Francisco García-Escámez, el Alférez D. Lázaro Sánchez-Pinto Suárez, como número 1 de la Promoción, y otros 54 compañeros, recibían sus despachos.

          Nos relata también el libro como aquella IPS, que nacía en 1944, se reorganizaba en 1971, cambiando su nombre por el de IMEC, y que, 18 años después, en el 89, pasaría a denominarse SEFOCUMA. En todo ese trasiego, cuando corría el año 1947, el Campamento de la IPS cambió de asentamiento, pasando de Hoya Fría a Los Rodeos.

          En el repaso histórico que hace D. José Méndez se incluyen las relaciones nominales de algunas Promociones, y entre las páginas del libro van surgiendo, de uno u otro lado de la formación, muchos nombres conocidos por todos nosotros, de amigos que, algunos, están presentes hoy aquí, otros viven en nuestra ciudad o en otras partes y, desgraciadamente, también unos cuantos nos dejaron y ahora hacen la guardia eterna junto al Señor Dios de los Ejércitos: Pérez-Andreu, Rafa Santos, Lucio Pérez Moriano, José L. Gómez Martín, Fernando Pérez Fernández, etc. etc.

           Y gracias a la memoria del autor, a los apoyos buscados en los tres organismos que conservan el patrimonio histórico-militar de la Región: Archivo, Biblioteca y Museo, a algunos libros, a la prensa de la época y a los recuerdos de otros amigos, vamos viviendo la evolución del campamento, al que, en los primeros tiempos, se entraba por un camino que llevaba directamente a las cuadras, y no a la parte más noble, su Patio de Armas, como parecería lógico. Y sentimos palpable la preocupación constante de los Mandos por su mejora, según se desprende de los Informes anuales recogidos en el libro, y cómo, pese a las dificultades económicas de los años 40, 50 y 60, reflejadas en los presupuestos militares, las condiciones de vida van, lenta pero inexorablemente, mejorando, al punto de que los que hacían el Campamento en Los Rodeos podían presumir ante sus colegas de los Campamentos peninsulares de que ellos dormían “en barracones y en literas de a dos” y no en la incómodas tiendas de campaña, pese al romanticismo que ello parecía acarrear, como vimos en aquella película de las Milicias Universitarias titulada “Quince bajo la lona”.

          El horario era duro en aquellos campamentos: de 06,30 a 22,45, pero entre tanta actividad quedaba hueco para el espíritu, como una rápida misa a las 06,45 (y digo lo de rápida porque el toque de llamada a Gimnasia sonaba a las 7,10). Y, claro, una horita de descanso vespertino, en la que los alrededores del campamento se llenaban de las risas y la alegría de las niñas que subían a ver a los apuestos (pese al mono) alumnos ... y del olor de las viandas que las mamás, amorosamente, habían preparado para “sus niños”.

          Nos introduce Pepe Méndez en el programa de estudios y repasa las asignaturas que integraban los tres clásicos grupos de materias, llegando incluso a trascribirnos los coeficientes multiplicadores que se aplicaban a la nota obtenida en cada asignatura para hallar la puntuación media final. Y hablando de coeficientes, como no podía por menos de ser, aparece el tema de los arrestos. La mayoría se penalizaba con una “perra gorda”, es decir, con un descuento de 0,10 puntos sobre el total asignado al principio del curso, aunque faltas más graves, como la embriaguez o el ausentarse sin permiso, eran castigadas con mayor severidad, pues el descuento alcanzaba 1,40. Recoge en este apartado unos curiosos arrestos, como el que se impuso a un alumno y le cuesta 1 punto por: “no respetar la propiedad ajena, cortando uvas, aún estando verdes, infringiendo órdenes del Teniente Coronel Jefe de la Unidad”, o el de 0,80 que le cae al clásico listillo por “abandonar el servicio estando de Cabo de Cuartel y pasar la tarde paseando con señoritas por los alrededores del Campamento”.

          Y el autor parece añorar las Fichas de Armamento, pues recoge las características de las armas y materiales más utilizados en el Campamento. Quiero destacar que ya no tenemos de dotación ni el Mosquetón Mauser, ni la Ametralladora Alfa, ni el Obús de 105/30, que han pasado a ser objetos de Museo y, como tales, pueden ser contemplados en el nuestro de Almeyda, pero sí contamos aún, y gracias debería dar la ciudad por ello, con el Puente Bayley de los Zapadores, pues, que yo recuerde, en los últimos 8 años al menos en 4 ocasiones se ha instalado en apoyo de la población: en el 96 en el Barranco de Tahodio, en Tenerife,  por culpa de unas fuertes lluvias, hace 2 años en la desembocadura del mismo barranco, para permitir el paso como consecuencia de unas obras, hace uno junto al Puente Serrador de Santa Cruz de Tenerife, por las obras que se realizaban en éste, y ahora mismo, con igual talante e idéntico espíritu de servicio de quienes lo montaban hace ya tantos años, en San Andrés.

          Y si quieren saber, o recordar, más cosas de aquel entonces, en el libro se recogen cuatro deliciosos artículos de ANSALPE, es decir, de D. Antonio Salgado, publicados en la prensa local en el verano de 1961 y en los que, en clave de humor, se relatan determinados aspectos de la vida campamental.

          No podían faltar los Himnos de las Armas, ni las canciones que amenizaban y suavizaban las marchas; algunas eran muy conocidas, y casi universales diría yo, como la dedicada a una famosa Margarita, que fue, la pobre, el amor de todos nosotros; aquella chica de buen calibre, en cuya medición, sin embargo, no todos estaban de acuerdo, pues unos decían que era del 183 y otros del 186; o a la Universidad, aquel Colegio de Fonseca trasplantado a Tenerife, que se quedaba triste y sola porque sus habituales moradores habían decidido irse a veranear a Los Rodeos; o a la socorrida “llorona”, a la que, para que los tapara con su rebozo los alumnos cantaban y dedicaban versos, la mayoría no muy delicados, de vates conocidos o incógnitos y relacionados con la vida diaria del campamento.

          Y surgen, y se recogen, anécdotas de antiguos Jefes y compañeros, como la sucedida a un Alférez de Artillería al que tocó en suerte, en mala suerte, ser el último de su Promoción que hiciera guardia en el Campamento. Tampoco falta un importante recuerdo a la relación con el programa “La Hora del Soldado”, espacio de RNE dirigido en un principio por el coronel D. Carlos Ramos Aspiroz y continuado luego por el Coronel D. Juan Arencibia de Torres. Y la memoria empieza a partir de esos años 70 a apoyarse en nuestra Revista Hespérides.

          Para terminar la parte histórica, y tras una serie de láminas de uniformes, se expresa la triste queja del General López Medel acerca del silencio en que parece haberse sumido el importantísimo hecho social de que unos 120.000 jóvenes universitarios hayan sido Mandos de nuestras FAS durante unos meses de sus vidas. Y la verdad es que es triste.

          En la segunda parte encontramos relaciones de profesores, que el mismo autor reconoce como incompletas, y las relaciones numéricas de casi todas las promociones de la IPS, desde la I, que ya vimos que recibió los despachos en el otoño de 1943, hasta la XXX, que se graduaría en 1972. Faltan las actas correspondientes a la XIII y la XIV, salidas en los años 1955 y 1956, aunque de ésta última (así como de todas las demás, excepto de la gafada XIII) sí se conocen los nombres de los números 1. De esas relaciones se deduce que por los dos Campamentos tinerfeños pasaron aproximadamente 5.000 hombres.

          Habla luego el autor de las “Prácticas” en las Unidades, del choque que suponía “mandar” por vez primera y del afecto que le inspiraban aquellos soldaditos españoles; en definitiva, como dije al principio, de su primer contacto con la “España real”. Y ese afecto se extiende también a los Mandos, y algo muy importante, se mantiene y se une a la admiración al comprobar la calidad de los tan denostados “chusqueros”, aquellos profesionales como la copa de un pino que eran nuestros Suboficiales de los años 40, 50 y 60.

          No podía faltar, y no falta, un recuerdo al Alférez Rojas Navarrete, el primer caído de la IPS; ni tampoco, y lo he dejado a conciencia para el final del comentario a las dos primeras partes del libro, la rememoración constante que se hace de una persona que dejó profunda huella en cuántos la trataron, y a la que, desgraciadamente para mí, conocí muy poco: D. Pedro Pérez-Andreu quién, a tenor de lo que he oído y leído de él, y escuchado por boca de su hijo Pedro, hoy Coronel de Infantería y Agregado de Defensa en Caracas, tuvo que ser un gran hombre.

          La tercera parte es la de “los años después”, y en ella se resumen los intentos por mantener vivos aquellos lazos de camaradería nacidos entre la laurisilva y el mar, a la luz de un sol radiante, o envueltos en la densa niebla de Los Rodeos. Así conocemos como en 1989, y gracias, según escribe el Sr. Méndez, al impulso de D. Luis Torrentó, nace la Asociación Canaria de Veteranos de las Milicias Universitarias; sabemos del desarrollo de las Semanas Culturales de las Milicias Universitarias, que este mes llegarán a su sexta edición, y se nos habla de la inauguración de la Plaza de la Milicia Universitaria en la Base de Hoya Fría, para concluir con la reciente visita de la UNAMU a Canarias. Me gustaría señalar que asistí a algunas de las actividades de esta visita, y que me impresionó oir decir a su Presidente Nacional, con el vigor de los 20 años que hace bastante tiempo cumplió, que “el principio inalterable de la Asociación es el Servicio a España y la lealtad a sus Fuerzas Armadas”.

          Y voy a terminar. Como digo en el epílogo del libro, yo no tuve el honor de formar parte del profesorado que instruía a los alumnos universitarios, fuesen de la IPS, de la IMEC o del SEFOCUMA. Seguramente ello fue así porque o bien en las guarniciones de mis años de Teniente y Capitán no existía Campamento de las Milicias Universitarias, o bien otros destinos me lo impidieron. Pero, de corazón, me hubiera gustado... y mucho. Luego, de Capitán, sí tuve la suerte de mandarlos y el recuerdo es imborrable.

          Y también me ha gustado el libro que hoy tenemos en nuestras manos. Un libro que merece una segunda parte, y a ver si se animan para completar la saga algún IMECO y algún SEFOCUMA, y podemos leer lo que otros nos dicen de lo que pasó desde 1973 hasta 2001, fecha en que se produjo la desaparición de ese Servicio.

          Desaparición que, aún comprendiendo las razones con que se justificaba (el cambio de un sistema de reclutamiento forzoso a otro voluntario), creo que fue demasiado drástica, pues quizás podría haberse encontrado alguna fórmula para que, también de forma voluntaria, hubiésemos seguido contando con Oficiales y Suboficiales de Complemento en las Unidades. Ahora se está buscando otra vía con la creación de la figura del reservista. Pero creo que la importancia de aquel Servicio se resumía en dos aspectos fundamentales: el primero, el de poder contar o disponer de una reserva de Mandos de suficiente garantía para el caso de que fuesen necesarios. Y el segundo, el de mantener un lazo vital de entronque entre la Sociedad y las Fuerzas Armadas. Pensemos en esa relación, nacida cuando los que se incorporaban a los Ejércitos eran aún alumnos universitarios, y extendida luego, por mor de las diferentes profesiones seguidas y de las vicisitudes de la vida, como una gigantesca malla de (siguiendo la cifra que nos da el General López Medel) 120.000 nudos, enlazados anímicamente cada uno de ellos con un Campamento, con una Unidad, con unos mandos, con unos compañeros y con unos subordinados, en definitiva con el Ejército de España. Y para mí, este factor era de una importancia fundamental.

          Y por eso hoy me congratulo, como militar y como ciudadano español, de la aparición de este libro. Y por eso, mi querido D. José Méndez, te felicito por la voluntad en escribirlo y por tu empeño en sacarlo adelante, y te lo agradezco en nombre de cuantos, desde una lado o desde el otro de la formación, pensábamos y seguimos pensando en que aquello que tú describes, aquellas Milicias Universitarias, y esta obra que hoy ve la luz, supusieron, y supone, un trabajo bien hecho.

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - -