Las Norias y el Paseo de la Concordia (Retales de la Historia - 16)

 Por Luis Cola Benítez   (Publicado en La Opinión el 24 de julio de 2011).

 

          Las Norias es el nombre original de la calle que oficialmente lleva ahora el del político tinerfeño Antonio Domínguez Alfonso, diputado a Cortes en la misma época que lo fue su adversario político Miguel Villalba Hervás. Ambos, siempre enfrentados en los temas generales, supieron aunar voluntades –¡qué tiempos aquellos!– en todo lo que afectaba a los intereses canarios, apartando cuando la ocasión lo requería las banderías partidistas. Pues bien, no digo que Domínguez Alfonso no se merezca una calle y mucho más, pero es lástima que la falta de sensibilidad histórica de los regidores municipales borrara el primitivo nombre de esta vía, que explica y hace entender su origen y los primeros pasos de vida de Santa Cruz. Menos mal que en el sentir popular se le sigue llamando calle de Las Norias o de La Noria.

          En ella, una de las más antiguas de nuestra ciudad, se abrieron los primeros pozos de los que comenzó a beber el pueblo y, cuando ya el agua llegaba al puerto desde los montes de Aguirre, todavía fue necesario recurrir a ellos cuando la sequía acentuaban la escasez, lo que ocurrió más veces de las deseadas, al menos hasta 1858, tres siglos y medio después de su apertura. En los primeros tiempos, y durante muchos años, fue una de las principales vías del Lugar y Puerto, en la que se avecindaron las más conocidas familias, por lo menos hasta el siglo XVIII y principios del XIX, pues al irse desplazando el centro de influencia hacia la plaza principal de la Candelaria, la histórica calle fue perdiendo protagonismo en la vida ciudadana.

          Entre otras, en esta calle tuvieron casa o residieron las familias Carta, Montañés, Sierra, Miranda, Casalón, Verdugo, Robayna, así como personajes de la talla de José Víctor Domínguez, José de la Guardia, Ignacio Franqui, Miguel Arroyo, José Fonspertuy, Francisco Tolosa, Matías del Castillo, Secundina Grandy o Benito Pérez Armas, muchos de cuyos nombres, si no todos, forman parte de la historia de Santa Cruz, algunos con destacados papeles en la política o las artes. En ella se sitúa, según Cioranescu, la primera tertulia literaria de que se tiene noticia, en la que participaban Agustín Guimerá, Francisco María de León, Ramón Gil Roldán, Gaspar Fernández y un muy joven entonces Nicolás Estévanez.

          La calle, hoy convertida casi exclusivamente en centro de bares y sede de asociaciones carnavaleras –y que presenta algunos puntos negros que deberían corregirse–, nace en la plaza de la Iglesia y se va acercando a la margen izquierda del barranco de Santos, al que antiguamente vadeaba para enlazar por un fuerte repecho –actual calle Aguere– con el camino y ermita de San Sebastián, como alternativa al puente de El Cabo para acceder a La Laguna y al interior de la Isla. Esta proximidad al barranco en su tramo final, favorecía que en las crecidas producidas por lluvias torrenciales las aguas anegaran la calzada y las viviendas próximas al cauce.

          Era entonces, en 1838, comandante general de Canarias Juan Manuel Pereyra y Soto–Sánchez, marqués de la Concordia Española del Perú, quien quiso poner remedio a las inundaciones y, con los fondos de Fortificaciones, mandó construir un muro de protección en la orilla izquierda del barranco. Terminada la útil obra, resultó una explanada de unos 145 metros de largo por 20 de ancho, y al marqués se le ocurrió que era el espacio ideal para formar un paseo o alameda para disfrute de los vecinos, en el que plantó unos 160 árboles, acacias y moreras, paseo que cedió al municipio. La intención era buena y el Ayuntamiento, agradecido, acordó poner su nombre, Marqués de la Concordia, al nuevo espacio, pero el tiempo vino a demostrar que no era el lugar más apropiado ni atrayente para los ciudadanos. Transcurridos veinte años, más de la mitad de la arboleda se había perdido y el paseo, casi ignorado y muy poco frecuentado, presentaba evidentes señales de abandono y suciedad.

          A partir de entonces el paseo se convirtió en fuente de problemas y gastos. Para regar los árboles se llevó por atarjeas agua desde la calle de las Canales –Ángel Guimerá–, pero la mayor parte era desviada por los vecinos para sus huertas y aljibes, se hacían reparaciones en el paseo una y otra vez, se reconstruían muros caídos, se reponía arbolado perdido y asientos deteriorados, pero la situación llegó a ser insostenible para las arcas municipales, y el Ayuntamiento no veía la forma de librarse de tantos gastos y molestias. Por fin, se decidió vender algunas parcelas del paseo, y así se hizo hacia 1867, con lo que desaparecían los inconvenientes y se obtenían beneficios. La casa comercial de José C. Lleonart y Juan Cumella compró la mayor parte para instalar almacenes de guano.

          El primer intento serio de embellecer el entorno de nuestro principal barranco llegó así a tan triste y maloliente final.