General Antonio Gutiérrez de Otero

 

por Kike Méndez Monasterio   (Publicado en la revista Alba en su número correspondiente a la semana del 24 al 30 de junio de 2011)

En el callejón de la historia

          En el escudo de Santa Cruz de Tenerife aparecen tres cabezas de león, que son heráldicos recuerdos de tres victorias sobre los ingleses, tantas como veces trataron de apoderarse de las islas Canarias les marinos de Albión. El primero en fracasar fue Blake, en 1656; medio siglo más tarde le tocó perder a Jennings; y en el tercer intento, en 1797, el mismísimo almirante Nelson saboreó la derrota -por primera vez en su carrera militar-  y no debió de gustarle, porque nunca más perdió una batalla. Lo que sucedió en aquella ocasión -conocida como la Gesta del 25 de julio- lo cuenta estupendamente Jesús Villanueva en El fuego de bronce, una novela histórica que ejerce de precuela de los Episodios Nacionales. En ella Villanueva hasta nos cuenta el nombre del cañón que arrancó el brazo de Nelson -el Tigre-, y en sus páginas nos presenta al desconocido general Antonio Gutiérrez de Otero, el único militar que venció al marino inglés y que no es un ficticio personaje de novela, Aunque lo parece, porque resulta difícil entender que su nombre esté enterrado en la historia, y que en la misma ciudad de Santa Cruz el almirante inglés goce una luminosa avenida con su nombre, mientras que a su vencedor solo le han dedicado un oscuro callejón. Contarlo no es por participar de ese lamento tan quejica al que tantos se han aficionado, es solo una cucharada de realidad para tratar de entender la forma tan extravagante que tiene España de escribir su historia.

De guerra en guerra

          Sin duda eran otros siglos, pero es que al estudiarlos casi parecen sucesos de otra era o. más exactamente, hechos que protagonizaron sujetos de otra especie. Antonio Gutiérrez de Otero fue un niño soldado, haciendo vida militar desde los 7 años, alistado en el regimiento que mandaba su padre. Ascendió en las guerras de Italia -era capitán con poco más de 15 años-, y después combatió junto a los españoles del otro hemisferio, recuperando las islas Malvinas de manos inglesas, por ejemplo. También echó a los británicos de Menorca y, en fin, que se pasó la vida de guerra en guerra, y que con 68 años se encuentra como gobernador de Tenerife y enfrente la flota de Nelson decidida a conquistar la isla. Rechazó tres desembarcos ingleses, y en el último Nelson perdió hasta el brazo. Firmado el armisticio, y antes de regresar a Londres, el británico escribió a su enemigo:

               “No puedo separarme de esta Isla sin dar a V.E. las más sinceras gracias por su fina atención para conmigo y por la humanidad que ha manifestado con los heridos nuestros que estuvieron en su poder. o bajo su cuidado, y por la generosidad que tuvo con todos los que desembarcaron, lo que no dejaré de hacer presente a mi Soberano, y espero con el tiempo poder asegurar a V.E. personalmente cuanto soy de V.E. obediente humilde servidor. Horacio Nelson”.

          Y Gutiérrez contestó:

               “Muy Señor mío, de mi mayor atención: Con mucho gusto he recibido la muy apreciable de V.S. efecto de su generosidad y buen modo de pensar, pues de mi parte considero que ningún lauro merece el hombre que sólo cumple con lo que la humanidad le dicta, y a esto se reduce lo que yo he hecho para con los heridos y para los que desembarcaron, a quienes devo de considerar como hermanos desde el instante que concluyó el Combate. Si en el estado a que ha conducido a V.S. la siempre incierta suerte de la Guerra, pudiese yo, o qualquiera de los efectos que esta Ysla produce, serle de alguna utilidad o alivio, ésta sería para mí una verdadera complacencia, y espero admitirá V.S. un par de limetones de vino, que creo no sea de lo peor que produce. Seráme de mucha satisfacción tratar personalmente, quando las circunstancias lo permitan, a sugeto de tan dignas y recomendables prendas como V.S. manifiesta; y entre tanto ruego a Dios guarde su vida por largos y felices años”.

          Esto debe de ser lo que los antiguos llamaban civilización.