Un hombre, una gesta

 

Primer Premio de Poesía en la I edición (año 2000) de los Premios de Poesía y Peridismo General Gutiérrez convocados por el Centro de Historia y Cultura Miltar de Canarias.

 

Raya el alba en los azules
con destellos de victoria,
mientras naves enemigas
a la Isla dan su popa.
En sus maltrechas cubiertas
el invasor duele y llora
la pérdida de los suyos
tras la impensable derrota.

Plaza adentro las campanas
voltean en son de gloria,
al tiempo que los cañones
acallan sus voces roncas
contemplando al invasor
cómo arrumba hacia otra costa
con las velas desgarradas,
oliendo a sangre y a pólvora.

(Tras la almena del Castillo,
agigantada su sombra,
el defensor de la Plaza
vigila como retornan.
El anciano General,
Gutiérrez para la Historia,
repasa su vida insigne
explorando en su memoria.

Su mente vuela hacia Aranda,
la cuna que le dio impronta
para emular el legado
y la marcial trayectoria
de su buen progenitor.
Queda su infancia y su norma
fue el sendero de la guerra,
camino por donde ronda
el silbido de la bala
con salmodia destructora;
muerte airada que no medra
en su estampa valerosa.
Fortuna, pues, que le vela
aunque en Argel fuera sorda
a la saña del infiel.
Herida que cierra pronta
para vencer al inglés
en Malvinas y en Menorca,
culminando en Tenerife
su servicio a la Corona...)

Duras fueron las noticias
de las velas incursoras,
encarnizados halcones
que asestaban a deshora
golpes dignos de corsario
produciendo la zozobra.
Pretextos de desembarco
para ver las negras bocas
de los guardianes de bronce
 y su fuerza destructora.
Recuento de las riquezas
usurpadas, y la forma
de arrebatar las restantes
invadiendo sin demora
la Plaza más defendida
de las Islas, precursora
de botines excelentes.
Encrucijada preciosa.

Nueve amenazas flotantes
enfilan prontas sus proas,
mientras en las cumbres altas
el Teide cubre de blonda
la silueta de la Isla
con intención disuasora.
Pero el inglés, ya curtido,
no desdeña la intentona
y asoma el blanco colmillo
por Anaga y a su sombra.

¡Alarma!, grita el vigía;
¡alarma!, grita la tropa
de la Isla y toda gente,
¡defendamos lo que asola
nuestra patria más preciada
bajo bandera ambiciosa!
A salvo quedan los débiles
y sus prendas más valiosas,
mientras pueblan los caminos
las fuerzas, venidas todas
con sus armas y sus palos,
con su valiente concordia
a expulsar al invasor
que se asoma tras las olas.

Y se lucha en las arenas,
por barrancos y altas cotas,
devolviendo al enemigo
a los vientres que reposan
esperando rica carga,
sesteando ante la costa.
Sorprendidos y a recaudo
de las balas defensoras,
los navíos levan anclas
simulando la derrota.
—Realidad pronta en llegar
tras la postrera intentona —
 
En la Plaza nadie duerme
y el General dicta normas
de defensa, adivinando
ulteriores maniobras.
Afloran de madrugada
las lanchas muy sigilosas,
que avanzan sin remisión
hacia el destino en la Historia.

Da la alerta la campana
y el infierno se desboca
enviando a sus entrañas
a una nave con su tropa.
Varias barcas, más ligeras,
arriban sobre las rocas
y se desata la lucha
junto al muelle, mientras ronca
la voz fiera del cañón
y su metralla furiosa
que rechaza al invasor,
muerto o herido tras la borda.

Confusas son las reyertas,
confusas vuelan las horas
y se lucha en cada calle
hasta despuntar la aurora.
Luz difusa que presagia
el final y la victoria
tinerfeña sobre Nelson.
Gutiérrez, sabio, perdona
la ofensiva del inglés
embarcando su derrota.
Sorprendido el invasor,
de actitud caballerosa,
da las gracias, no sin antes
declinar nueva discordia…

(Sumido en sus reflexiones
el levante lo revoca
en su puesto prominente,
viendo partir a la flota
con un manco entristecido
que, ante su actitud tan docta
auxiliando a los heridos
y alimentando a sus tropas,
resuelve ser portador
de la nueva venturosa).

Cunde pronto la noticia,
llega al Rey y España entona
una Salve agradecida,
oración que narra y honra
la heroicidad de unas gentes
que se sienten españolas,
pese a mediar la distancia
y dejación más notoria.

“Pero es tiempo de enfrentarse
(se interpela con voz bronca)
con el duro desafío
que me espera en hora torva”.
Lentamente, fatigado,
deja la almena que borra
la silueta de las velas,
que como aladas gaviotas
se adentran en el océano,
ocultándose azarosas.

Mientras tanto el General
en su despacho conforma
la estrategia más sublime.
En silencio reflexiona
ante su última batalla
a librar en fecha próxima.
Y así el destino infalible,
con su aliada silenciosa,
lo alzará, tiempo después,
de una gloria hasta otra gloria.

Emboscada, su enemiga,
la inmutable rondadora,
pugnará en arrebatar
de la Plaza valerosa
a su eslabón más preclaro;
el que introdujo en la Historia
la derrota del inglés
y la gesta victoriosa
de Santa Cruz, MUY LEAL,
NOBLE, INVICTA Y BIENHECHORA. (*)


(*) Por respeto a la rima el autor utiliza un sinónimo de BENÉFICA, aunque este título (1893-94, epidemia de cólera morbo-asiático) fue posterior a la Gesta.