La Mujer y la Gesta

por Juan Carlos Monteverde García

Primer Premio de Poesía en la II edición (año 2001) de los Premios General Gutiérrez de Poesía y Periodismo convocados por el Centro de Historia y Cultura Militar de Canarias

  (I) Proemio

Vuelve el mar, jinete insomne,
en su caballo de estelas
a varar en las orillas
de la bella entre las bellas.
Ahíto de sus caricias
el gigante nunca ceja
en urdir puntual visita
al compás de las mareas,
pues Selene despechada
del amor que le profesa,
se retira cada noche
de su lecho sin ternezas.

Emisario novedoso,
el viajero da respuesta
a las múltiples preguntas
que la Isla, siempre atenta,
atesora en el regazo
de sus costas siempre abiertas
a la faz de la amistad
proveniente de otras tierras.
Por eso duda el titán
de mentar la triste nueva
de las velas que ya arrumban
con sus armas bien dispuestas
a despojar los tesoros
que en la rada tinerfeña
yacen calmos, ignorantes,
en las naves que sestean,
del afán del corso inglés
que en la borda ya contempla
la silueta del volcán
como altar de referencia.
Navega, pues, la ambición
sobre el índigo que lleva
la carga de negros bronces
con sus fauces entreabiertas
rezumando humor de pólvora
y la mirada avarienta;
sin saber, que ya advertida,
la aguerrida tinerfeña
se ha dispuesto a rechazar
la acometida extranjera.
Alertadas sus campanas
repican con voz de arenga
advirtiendo a toda gente
del peligro que ya acecha
frente a la costa de Anaga,
navegando en descubierta
buscando la situación,
más propicia y más perfecta,
para dar fondo a sus anclas
y abortar de sus bodegas
la jauría, que impaciente,
aleccionada y experta,
embozada tras la noche
hollar pretende a la fuerza
los más altos roquedales
y atenazar por sorpresa
a las gentes de la Plaza,
minorando sus defensas.

(Hasta aquí ya hemos descrito
lo que el corsario alimenta.
Sin embargo su intención
de conquista será yerma,
firmada con propia sangre
y oliendo a derrota cierta;
que la Historia, fiel notaria,
sabrá siempre dar fe ciega
de la invasión y derrota
del inglés, por la gran Gesta
del isleño luchador
guiado con mano diestra
por general aguerrido,
curtido ya de experiencias.
Será Gutiérrez, al fin,
el que hará de la violencia
un canto de redención
para una paz duradera,
que no hay gloria más que iguale
el ser libre sin secuelas
de ambiciones enemigas
sobre el suelo que nos vela.
Tenerife, Noble, Invicta,
Muy Leal y Muy Benéfica,
deseada del Atlante
y asomada a las estrellas.)

 

(II) El ataque

Rompe la noche el sonido
de unos pasos que se acercan
por la senda que proviene
de la agreste cordillera.
Son los pasos poco audibles
de una joven de altas tierras
que acaricia a pie desnudo
el erial de la vereda,
mientras porta con soltura
la fruta madura y fresca
cosechada con esmero
en las lindes de las huertas.
Viene siempre cada noche,
antes que el alba aparezca
con el aura de sus luces
en la Plaza ribereña,
a vender todo el esfuerzo
de sus manos bien dispuestas.
Sabedora del camino,
se detiene con sorpresa
al vislumbrar en lo oscuro
las siluetas que se acercan,
venidas de negras sombras,
con intenciones aviesas.
Alarmada ante lo extraño,
acude con voz de alerta
hasta el fuerte más cercano,
y golpeando su puerta
advierte que el enemigo
por la costa ya penetra.
Oídas todas sus voces
la guarnición se despierta
y descarga sus cañones
advirtiendo a las defensas
que la Plaza está en peligro,
que está naciendo la Gesta
donde el orgullo insular
doblegó con furia cierta
al inglés, fiero enemigo,
y su febril apetencia.

Señalado el desembarco
y anulada la sorpresa,
el enemigo, más tarde,
cejará de tal pelea,
retornando a su guarida
de igual modo que viniera.
De esta forma los sucesos
irán raudos dando cuenta
de los gozos y las sombras
de la gloriosa odisea,
donde Nelson, el vencido,
supo entender la nobleza
de su firme vencedor,
ganador de otras peleas;
que logró con genio firme
revalidar la experiencia
que en Malvinas y Menorca
obtuvo con mano diestra.
(La misma que el invasor
junto a la playa perdiera
a resultas del furor
de una andanada violenta.
Pues mancado quedó siempre
el que nunca más volviera
a la Isla ambicionada;
muriendo en otra contienda
 en cabo de Trafalgar.
Triste ocaso de una época).

Mas, si Gutiérrez condujo
a buen puerto tal empresa,
de igual modo respondieron
las heroicas, bravas fuerzas
de paisanos y soldados,
que lucharon con certeza
paso a paso en cada calle,
por barrancos y veredas
sin dar tregua al enemigo.
Doblegando así su enseña.
La misma que, en gesto noble,
el general permitiera
desfilar en el adiós
como pago de su ofensa.
Maltrechos, pues, retornaron
los que altivos acudieran
ignorando la bravura
de la raza de esta tierra.

 

(III) Epílogo

Amanece un grato día
tras la pasada epopeya
y en la Plaza se hace coro
a la campana que alienta,
con redoble agradecido,
por la victoria confesa
sobre el temido invasor
que, cabizbajo, se aleja
lamiéndose sus heridas
y haciendo fuerza de vela
para aumentar la distancia
de su frustrada encomienda.
Los Tedeum se propagan
por conventos y en iglesias,
mientras en íntimo ruego
los Réquiem también profesan
la memoria de los otros
que cayeron en la empresa.
Regresan niños y ancianos
a morar en sus viviendas
mientras sanan los heridos
y se inician las prebendas
que premiarán el arrojo,
el valor y la entereza.
Retorna el hombre a su campo
y el hacendado a su hacienda,
el militar al cuartel
y la hazaña a la calenda.

A dos siglos más del hecho,
la memoria del poeta
se detiene en un instante
en recuerdo de la fémina
que alerté con viva voz
de la presencia extranjera,
o de aquellas tantas otras
que con el cántaro o cesta,
desafiando los rigores
del verano por las sendas,
aliviaron de hambre y sed
a tas tropas de defensa.
De sus rostros, ya borrados,
jamás sabremos sus señas,
aunque si su galanura,
cualidad de toda isleña,
que pervive en nuestros días
y hace frente a las carencias
o mitiga los dolores
con el celo de sus prendas;
formando sola a los hijos
cuando el veto de la ausencia
tinta en llanto migrador,
en viudez o indiferencia.

Es por ello que hoy se yergue,
frente al mar que nos alienta,
la silueta femenina
como origen y existencia
de todos los que habitamos,
con singular complacencia,
custodiando el fiel legado
de los bravos que emprendieran
la defensa de la isla
con el rasgo de su Gesta.

Loada sea su estirpe!
Benditas, pues, todas ellas!
Que los hijos de mis hijos
veneren con igual fuerza
la memoria, ya imborrable,
de su grito de protesta
y el tesoro incalculable
del legado de sus huellas.
¡Inmortales sobre el ara
de mi Patria Tinerfeña!