Al cañón Hércules

por Juan Carlos Monteverde García

Primer Premio de Poesía en la IV edición (año 2003) de los Premios General Gutiérrez de Poesía y Periodismo convocados por el Centro de Historia y Cultura Militar de Canarias.

 

Fue el azar el que me trajo,
en un prólogo de estío
a la vera de tu estampa
de titán viejo dormido.

Reposabas junto a otros
en el anónimo olvido
de una estancia siempre umbrosa
y por nombre todo un título,
como el bravo paladín
de Júpiter digno hijo
vencedor, igual que tú,
de tantos combates limpios.

“Hércules” batallador,
azote del enemigo,
dormido ejemplo de gloria,
campeón de los castillos
que defendieron la costa
del intento delictivo
de mil ojos codiciosos
y sus cañones broncíneos,
venidos en torvas naves
como buitres asesinos
a la Plaza tinerfeña,
de la cual somos sus hijos.

Ejemplo, el tuyo, preclaro
de foráneo bienvenido
de la lejana Malinas,
vecina de un amplio río
testigo del nacimiento
de tu cuerpo longilíneo,
cincelado bellamente
por maestro de prestigio.

De tu primera encomienda,
llegaste bien precedido
de tu fama y tu tesón
hasta el lugar elegido
a custodiar con firmeza
tu nuevo pueblo adoptivo,
asomado siempre al mar
como bien apetecido
de tantas y tantas ansias
de corsarios enemigos.
Más de tres siglos rendiste
tu singular patrocinio
de temido valedor,
imponente y efectivo
contra las muchas banderas
de agitado belicismo
que, lamiendo sus heridas,
retomaron los caminos
de venida temeraria 
a tomar lo ajeno mismo
de la Plaza que guardabas
con ceño adusto y altivo.
Actitud que deponías
cuando, libre de peligros,
te tornabas en saludo
protocolario y festivo
del amigo visitante
o del isleño vecino.

Por todas tus buenas gestas
tu recuerdo es mucho y vivo,
pues fueron tres, en tu historia,
los hechos más decisivos
que domeñaron sin tregua
la ambición de tres marinos:
Robert Blake fue el primero
que cometió el desatino
de dominar nuestra Plaza
y a los barcos que,
en su abrigo,
se tornaron en pavesas
como heroico sacrificio.
Mas, su empeño nada pudo
contra el celo defensivo
de tu boca de león,
pues vomitaste mortífero
rugidos de bala y pólvora,
dispersando a los navíos
hacia aguas más distantes
para auxiliar al herido
y dar honda sepultura
al marchado a lo impreciso.
Celo inglés, frustrada causa
de lauro vano y esquivo,
que no agració a su mentor (*)
y fue un rédito mezquino
para aquel que, un día aciago,
pretendió y fue reducido
por el fuego encarnizado
de tu poder ofensivo.
La historia nos narra y cuenta
en un mínimo capítulo,
que ese inglés jamás volvió
a besar su hogar nativo,
pues sus ojos se cerraron
al arriar vela el navío.

Años de más avatares,
curtidos de belicismo,
te llevarían de nuevo
a ser fúlgido rugido
contra la ofensa de Jennings;
otro inglés que vino y quiso
violentar nuestras defensas
con pretextos variopintos.
Y fueron también sus barcos
los que enmendaron camino
hacia el mar Mediterráneo
con sus perennes conflictos.
Y otra vez tu recio temple
de veterano magnífico
abortó tal ofensiva
con el trueno enardecido
de tu voz de fuego y bala;
defendiendo convencido
las vidas, bienes y haciendas
de tus isleños queridos.

Pero, sería bien parco
si omitiera que, cansino
y tembloroso tu bronce
por tan prolongado oficio,
te mutaste en consejero
de otros hijos decididos,
que como “El Tigre” rindieron
a un Nelson siempre imbatido,
que sumó viva derrota
en su hoja de servicios.

Hazaña que lustra y logra
el tercer león cetrino
que, en triángulo con los otros,
de nuestro escudo es motivo
de gloria imperecedera
del tinerfeño dominio.

Narrada tu larga historia,
hoy quisiera que tus hijos
reclamaran para sí
¡oh, “Hércules” imbatido
tu presencia más cercana
y más próxima al vestigio
de aquel castillo borrado
donde fuiste combativo
hasta la infausta encomienda
de morar en el olvido,
de tu pasado esplendor
 a espaldas de lo vivido.

 


Mas, es tiempo de lograr
ese deseo tan íntimo
y a la vez tan general:
De que vuelvas al destino
que te dio tan justa fama
de cañón bien guarnecido
de un gran trecho de la historia,
corporal de nuestro espíritu.

¡Vuelve, pues, mi fiel cañón
para que seas motivo
y orgullo de nuestro lar
como símbolo aguerrido
del pasado memorial
de este noble pueblo invicto,
tan benéfico y leal,
que quiere verte investido
de cureña y en lugar
prominente del camino.
Vigilando el ancho mar
más allá del infinito!