Los Lavaderos de Santa Cruz de Tenerife

Por José Manuel Ledesma Alonso  (Publicado en El Día el 13de octubre de 2019).

 

          En los primeros siglos de la Villa de Santa Cruz, los vecinos que no disponían de pozos o aljibes en sus casas -que eran la mayoría- tenían que lavar la ropa en los barrancos, donde previamente habían formado una charca, reteniendo el agua por medio de un dique hecho de piedras, tierra, hierba y juncos. Allí colocaban piedras en forma inclinada en las que frotaban la ropa con jabón azul y, en el agua que había quedado estancada la aclaraban con añil.

          En los veranos, cuando el agua no corría por los barrancos, el Ayuntamiento les permitía utilizar una dula de agua en el Valle del Bufadero -Agua de las Lavanderas- desde las cuatro de la tarde del sábado hasta la misma hora del lunes.

          Aunque a partir de 1706 los vecinos de Santa Cruz dispusieron de una fuente pública donde surtirse de agua, la costumbre de lavar la ropa en los barrancos continuó siendo una práctica habitual hasta que, en 1820, el procurador síndico Vicente Martinón, ante los serios problemas de salubridad que se producían en las charcas formadas en los barrancos,  solicitó al Ayuntamiento la construcción de unos lavaderos públicos que paliasen la necesidad de la sociedad.

          Por ello, en 1835, el Consistorio acordó pedir al Rey la mitad del impuesto que se cobraba sobre vinos y licores, con el fin de aplicarlos a la construcción de unos lavaderos municipales. Al año siguiente, el regidor Gregorio Asensio Carta, comisionado para ello, presentaba el proyecto y su presupuesto, solicitando que se designase el lugar en que debía construirse.

          En principio se optó por un lugar ubicado en el extremo de la calle del Pilar, pero la Junta de Aguas lo prohibió, recomendando que se hiciera fuera del casco de la ciudad, en un lugar aislado y con ventilación.

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Los Lavaderos

 

Los Lavaderos

          El lugar elegido para construir los Lavaderos fue en el barranco de Almeyda, al final de la calle Canales Bajas –actual Doctor Guigou-, en un solar cedido por la familia Grandy, con la condición de que se le diesen a perpetuidad los sobrantes del agua.

          Como hasta aquel lugar llegaba la atarjea con el agua que abastecía la población, este punto sería utilizado periódicamente por la Junta del Agua para llevar a cabo las mediciones que determinaban las posibles pérdidas de la citada atarjea, entre el caudal que manaba en los nacientes del Monte Aguirre y el que llegaba a la ciudad.

          La escritura pública de cesión del solar se firmó el 4 de abril de 1839, comenzando las obras de inmediato. Aunque su construcción se paralizó al año siguiente por la escasez de madera, en enero de 1842 la Junta del Agua entregaba el edificio al Ayuntamiento, abriéndose al público en el mes de marzo del citado año, junto con la aprobación del reglamento. Las lavanderas tenían que abonar cuatro cuartos por utilizar la pila, en los que estaba incluido el agua que utilizaban.

           El inmueble, de forma cuadrada, conformado por cuatro crujías, poseía 60 piedras de lavar adosadas a la pared -15 por crujía-. Las citadas piedras eran de losa chasnera, con borde biselado y hendiduras transversales.

          En el patio interior se construyó un depósito permanente de agua que, años más tarde, al ser cubierto a modo de aljibe, su techo se aprovecharía para instalar el tendedero.

          Este punto de encuentro, al que las lavanderas solían acudir cargadas con la ropa sucia, y no regresaban a sus casas hasta llevarla limpia y seca, hoy constituye un gran vestigio etnográfico, pues era el auténtico mentidero de la ciudad, donde estas mujeres se manifestaban con total libertad, tal como eran en realidad, pues a la vez que fumaban, cantaban, o contaban chistes verdes, iban transmitiendo las noticias, cotilleos y chismes que ocurrían en la ciudad.

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Lavandera tinerfeña

         

          El Ayuntamiento, con el fin de engrosar los escasos ingresos municipales, todos los años sacaba a subasta la instalación; pero, la mayoría de las veces, la falta de licitadores hacía que fuera el propio consistorio quién tuviera que llevar su administración.

          A principios del siglo XX, ante la infinidad de denuncias por restricciones de agua, falta de mantenimiento e higiene, y el mal estado de la instalación, el lavadero se tuvo que cerrar, pasando a utilizarse para fines tan dispares como almacén, cuadra de sementales, cocinas económicas, etc.

          Por ello, las lavanderas tuvieron que retornar a las charcas del barranco, hasta que la mayoría de las viviendas de la ciudad fueron dotadas de agua corriente, abastecida por medio de un sistema de tuberías, y la lavadora hizo su aparición en los hogares.

          Aunque los Lavaderos se inauguraron en 1842, el barrio no comenzó a formarse hasta la primera mitad del siglo XX, creciendo de forma abigarrada en parcelas de reducido tamaño, bajo el denominador común de la autoconstrucción. Sus primeros habitantes procedían de las islas no capitalinas, que habían llegado a la capital en busca de un puesto de trabajo en las obras de ampliación del Puerto.

          Situado entre la Rambla de Santa Cruz y el barranco de Almeyda, detrás del Hotel Mencey, la mayoría de sus viviendas son unifamiliares y en ellas viven unas 300 personas. La antigua Escuela  se utiliza hoy de capilla y salón social. Posee una plaza pública en la que se levanta un precioso monumento dedicado a Las Lavanderas.

          La instalación, de propiedad municipal, se encuentra en buen estado de conservación, conformando un ejemplo de arquitectura industrial, única en Canarias. En 1982, la Asociación Canaria de Amigos del Arte, la reconvirtió en centro cultural y sala exposiciones, conservando parte de su configuración original.

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