Tenerife, 25 de Julio de 1797, día de Santiago. De cómo Antonio Gutiérrez derrotó a Nelson

 
Por Armando Marchante Gil  (Publicado en marzo de 1961 en el número 254 de la Revista Ejército)
 
 
 
 I.- LAS ISLAS CANARIAS 
 
          Entre todas las tierras del Mare Tenebrosum, solo las islas Canarias alcanzaron a ser conocidas de los antiguos con los hiperbólicos nombres de Jardín de las Hespérides, Górgonas, Campos Elíseos y Atlántidas. A causa de la proximidad del archipiélago a la costa africana fue más accesible que ninguno a los asaltos de unos navegantes afri canos que con sus rudimentarias naves llegaban más lejos de lo que podía esperarse. El ser las tierras más occidentales del mundo conocido prestaba a las Canarias un interés especial. Sabido es que Ptolomeo tomó como meridiano origen el de Hierro; de este modo la pequeña isla llegó a ser el Greenwich de los clásicos.
 
          Incorporado definitivamente a Castilla por los Reyes Católicos tras los esfuerzos de Bethencourt, Rejón, Vera y Fernández de Lugo, el archipiélago se hispanizó rápidamente y ya pudo servir de trampolín, cara al Atlántico, al descubridor de América.
 
          La extensión del cuadrilátero que abarca el archipiélago excede poco de los 85.000 kilómetros cuadrados. Más o menos la superficie de Andalucía. De Fuerteventura a la costa africana hay menos de 100 kilómetros, y de Gando a Aaiún hay unos 200. Así la posición estratégica de las islas tiene un valor que el tiempo no hace sino acrecentar. Cubriendo la costa africana y sobre las rutas que de Europa conducen a África, Centro y Sudamérica, constituyen una formidable plataforma para influir en el tráfico en esta región del Atlántico.
 
        A este constante valor geobélico responden los ataques sufridos desde el siglo XVI, en el que las rutas atlánticas comienzan a ser frecuentadas. Corsarios argelinos, franceses, holandeses e ingleses han visitado constantemente estas islas. La acogida que le dispensaban los isleños era suficiente para haberles hecho desistir a la primera si no fuera porque, para un navegante, las islas son un imán a cuya atracción es imposible resistir. 
 
          Así, los canarios estaban avezados a rechazar estas agresiones que tenían por cosa tan natural como el soplo del alisio. Con sus costas jalonadas por fortalezas y castillos y un eficiente sistema de milicias capaces de reforzar rápidamente a las guarniciones, las islas no han sido nunca un bocado fácil, aunque sí apetitoso.
 
          En julio de 1795 la España de Carlos IV y de Godoy hizo la paz con Francia tras la guerra que siguió a la Revolución francesa, y cometió la torpeza de hacerse aliada de ella, torpeza de incalculables males, entre ellos la inmediata lucha con Inglaterra y después nuestra misma guerra de la independencia. La guerra con Inglaterra era in- evitable, pues fue declarada en un largo decreto que hacía historia, larga historia, de los agravios recibidos de Inglaterra (5 de octubre de 1796). 
 
          Mientras Inglaterra y Francia hacían su juego, España no era capaz de encontrar el suyo: éramos una carta más donde podíamos haber sido árbitro o al menos espectadores. 
 
          En guerra con Inglaterra, como siempre que esto ocurría, el archipiélago canario quedaba en posición incómoda. Nuestra Marina era aún respetable y podía disputarle la mar al inglés, pero las Canarias están lejos y, tras el revés de cabo San Vicente, la Escuadra inglesa gozó de mayor libertad do movimientos. 
 
          Los isleños podían prepararse a ver su comercio disminuido, sus abastecimientos pendientes del albur de un mal encuentro en la mar y sus costas amenazadas. Nada nuevo, en suma. El canario no es hombre de lamentaciones: toma sus medidas y en paz o, mejor dicho, dispuesto a hacer la guerra a quien venga. Así se hizo, una vez más, cuando a principios de noviembre llegó la noticia de la guerra con Inglaterra.
 
          El mando supremo de la defensa de las islas residía en un Comandante General de Canarias, título que había sustituido al de Capitán General, posteriormente restaurado en 1841 y vuelto a suprimir en 1931. Era un mando que exigía por entonces un gran tacto, pues los conflictos con la Audiencia, los Cabildos e incluso con el mando de las milicias eran frecuentes. He encontrado una Real Orden de 22 de junio de 1772 en la que se recuerda al Inspector de Milicias don Nicolás María Dávalos que "entienda que el Comandante General es el único superior a quien todos deben reconocer subordinación". Los Cabildos y Ayuntamientos se resistían a atender las necesidades de la defensa que el Comandante General reputaba indispensables. Nadie, salvo la autoridad militar, se acordaba de Santa Bárbara hasta que tronaba. Y eso que tronaba muy frecuentemente. 
 
          La base de la defensa de las islas eran las milicias, cuyo origen, según el libro de Ordenes generales del Regimiento Provincial de Las Palmas de la isla de Canaria, fechado en 1813, era que "haviendo enviado los Reyes Católicos, el año de 1433 para conquistarlas pequeños Exercitos españoles tuvieron las tropas orden concluida la empresa de quedar en estas islas para su defensa, conservándose bajo sus mismos reglamentos ( …) para lo que mantuvieron en ellas los Reyes subcesores aquel trozo de Exercito que fue reemplazándose con los mismos naturales (…)”
 
          Estas milicias habían proliferado de tal suerte que en 1770 hubo que llevar a cabo una reforma que dejó solo cinco Regimientos en Tenerife: La Laguna, La Orotava, Garachico, Güimar y Abona. Cada Regimiento tenía una Plana Mayor y diez Compañías: ocho de fusileros, una de granaderos y una de cazadores, con un total de 840 hombres. De Artillería se organizaron tres Compañías: La Orotava, Garachico y Candelaria, y media Compañía más en el valle de San Andrés
          Finalmente, y ya bajo el mando de don Antonio Gutiérrez, en 1792 se organizó en Tenerife el Batallón de Infantería de Canarias como escuela práctica para los Oficiales de milicias que en él se turnaban en el servicio. Esta unidad desempeñó un gran papel en los acontecimientos que vamos a narrar. 
 
II.- LOS CONTENDIENTES 
 
El inglés 
 
           Horacio Nelson nació en el condado de Norfolk en 1758. Tenía, pues, treinta y nueve años en 1797. Ayudado por su tío e impulsado por su gran valía hizo en la Royal Navy una rápida carrera, solo entorpecida, primero, por su delicada salud y, después, por sus escándalos con lady Hamilton. Navegó por las Indias occidentales, por el Ártico por el Caribe y por las costas de Nueva Inglaterra en plena guerra de la Independencia norteamericana. El gran Hood supo ver las extraordinarias condiciones del joven Oficial y se convirtió en el gran protector de Nelson. 
 
          La coalición contra Francia le conduce a Tolón, aliado con los españoles y siempre a las órdenes de Hood. Después es destacado a Córcega para ayudar a Paoli, el corso sublevado contra Francia; en el desembarco de Bastia perdió el ojo derecho. Los desembarcos le traían ya mala suerte a Nelson.
 
          La guerra con España y Francia obliga a la Escuadra de Jervis a dejar el Mediterráneo y refugiarse en Lisboa. En la acción de cabo San Vicente se distingue Horacio al embestir al Santísima Trinidad, el mayor navío de la época. Gana la Orden del Baño y, poco después, asciende a contralmirante y es nombrado Jefe de la División del Mediterráneo occidental, dependiente de la Escuadra de Jervis. Poca tarea para la mucha ambición dc Nelson. 
 
          Un día recibe noticias que le encandilan. Las traen las fragatas que en un golpe nocturno han capturado audazmente, en pleno puerto de Santa Cruz, la Príncipe Fernando de la Real Compañía de Filipinas, que hacía poco había llegado de Manila con rico cargamento. 
 
          Como siempre, en Canarias hay presa fácil y apetecible. Jervis no le niega el permiso para arrumbar al archipiélago. Además le da lo mejor de su Escuadra. Lo mejor son los navíos Theseus, Culloden  y Zeaolus, de 74 cañones; el Leander, de 50; las fragatas Seahorse, Emerald y Tepsicore, de 38, 36 y 32; el cúter Fox, de 14, y la bombarda Rayo, capturada a los españoles en Cádiz.
 
E! español
 
          Antonio Gutiérrez de Otero y Santayana es el nombre que figura bajo su retrato existente en la Capitanía General de Canarias. En él aparece nuestro héroe en uniforme de Teniente General, casaca blanca, faja roja y espada al cinto, luciendo la roja Cruz de Santiago sobre su pecho, aunque, en realidad, no era caballero de Santiago, sino de Calatrava, en premio a su defensa de Santa Cruz. Poco le duró la Encomienda, pues, con- cedida en 23 de junio de 1798, falleció el Teniente General el 15 de mayo de 1799, a los setenta años de edad. 
 
          Según los documentos publicados por el Coronel Lanuza en esta misma Revista, el General Gutiérrez era natural de Aranda de Duero, donde había nacido en 1729, hijo del Coronel don José Gutiérrez. Sirvió en Mallorca. y posteriormente fue Gobernador de Mahón. Antes había tomado parte en la expedición a Argel y en la defensa de las islas Malvinas contra los ingleses, acción de la que debió sacar una experiencia que le había de ser muy valiosa. 
 
          En 1791, siendo Mariscal de Campo (Nota 1), fue nombrado Comandante General de las islas Canarias, cargo del que tomó posesión el 30 de enero de 1792. En 1793 ascendió a Teniente General, continuando en el mismo desempeño hasta su muerte.
 
III.- LOS PROPOSITOS
 
          Dice Jurrier de la Graviere que el botín existente en Santa Cruz, a lo sumo un par de navíos procedentes de América, si bien era suficiente para excitar la codicia de un corsario, era demasiado poco para tentar la ambición de un Almirante. Tiene razón, sin duda. ¿Qué mal genio le sopló a Nelson al oído la idea de atacar Tenerife? No lo sabemos. Según Mahan (2),  Nelson ofreció a Jervis la conquista de la isla pintándola como fácil y provechosa. Jervis tardó en dar su consentimiento, aunque, una vez dado, no le regateó a Nelson los medios. De este modo Horacio pudo contar con 1.000 hombres para desembarcar y 393 cañones para apoyarlos. No se trataba dar un golpe como los que habían permitido a los ingleses capturar en la misma tulipa de los cañones de la plaza, primero a la fragata Príncipe Fernando y poco después, el 29 de mayo, a la francesa La Mutine, parte de cuya tripulación, desembarcada, había de defender también a Santa Cruz contra Nelson. 
 
          Ahora había que desembarcar una fuerte columna e intimar la rendición de la plaza. La guarnición debía deponer las armas, entregar los fuertes y todos los cargamentos de valor que hubiera en la ciudad. Eso reza la carta do Nelson dirigida a las autoridades españolas. A cambio promete respetar a los habitantes, a la Santa Religión Católica y a mantener las leyes y magistrados vigentes "a no ser que la mayoría dc los isleños deseen otra cosa". ¿Pensaría Nelson organizar unas "elecciones democráticas" en las que los isleños pidiesen su anexión a la Gran Bretaña? No es probable, pero si hubiese sido en los tiempos en que vivimos... 
 
          Nelson se proponía hacer un desembarco por sorpresa al nordeste de Paso Alto, apoderarse de esta fortaleza y, desde allí, pedir la rendición de la plaza o avanzar hacia ella para ocuparla. Este plan fue modificado, pues Troubridge, al examinar la costa, propuso a Nelson, y éste aceptó, el ocupar antes las alturas que dominan Paso Alto, ya que una vez hecho esto la caída de la fortaleza era descontada. 
 
          Un plan fácil de exponer pero difícil de ejecutar, pues la plaza estaba bien defendida y bien dispuesta a defenderse. 
 
          Por su parte, el Comandante General, muy bien secundado por el Cabildo y los Ayuntamientos, había desplegado une gran actividad para poner la isla en condiciones de defensa. Para ello con taba con una Plana Mayor compuesta del Teniente de Rey (3), e! Sargento Mayor (4), un Comandante General de Ingenieros y el Comandante del Real Cuerpo de Artillería. Todos le prestaron eficacísima colaboración. 
 
          Las disposiciones adoptadas por don Antonio Gutiérrez tendían a: 
 
                    - establecer una vigilancia eficaz en las costas, 
 
                    - ejercer el esfuerzo de la defensa en Santa Cruz, 
 
                    - constituir una reserva en La Laguna,
 
          idea de maniobra (diríamos hoy) que, según mostraron los hechos, era acertadísima. 
 
          La vigilancia de las costas fue encomendada a los Ayuntamientos y milicias. En Santa Cruz se situó el Batallón de Canarias, la mejor Unidad de que disponía el General. El Cabildo de La Laguna fue encargado de mantener un núcleo de paisanos armados en esta población, a más de ocuparse de todo lo referente a suministros de pan, víveres, calzado, etc. No se descuidó tampoco la asistencia hospitalaria y religiosa a todos los que habían de combatir. 
 
          Según Dugour, los efectivos existentes en Santa Cruz el día 25 de julio eran 1.669 hombres. De ellos 247 constituían el Batallón de Infantería de Canarias. Las partidas de recluta de La Habana y Cuba, con 60 hombres cada una, y los 110 franceses de La Mutine, eran el refuerzo extraisleño de la defensa. 
 
          La artillería disponible en la plaza era suficiente para prohibir la utilización de la rada de Santa Cruz, manteniendo fuera del alcance de las bate rías de costa cualquier navío que tratara de aproximarse. De un total de 84 piezas, las que mayor papel desempeñaron en la defensa fueron las de Paso Alto (12), San Miguel (4), San Antonio (8), San Pedro (5), Muelle (7), San Cristóbal (10) y Concepción (6). Para servir a esta artillería eran necesarios 728 hombres, pero sólo se disponía de 353, sin que ello se tradujese en merma de eficacia, lo que demuestra el buen grado de instrucción de aquellos artilleros.
 
          Así estaban las cosas cuando amaneció el 22 de julio de 1797. 
 
IV.- LOS ACONTECIMIENTOS
 
          Los ingleses habían aprovechado la noche para embarcar en 30 botes y acercarse a la costa a fuerza de remos. El viento les jugó la primera mala pasada, no dejándolos llegar a tierra antes del amanecer. Con las primeras luces los vigías descubrieron 18 botes frente a Bufadero y 12 frente a Valle Seco, fuera del alcance del cañón. En estas condiciones era imposible impedir el desembarco, y a las nueve y media de aquella mañana ya había en Valle Seco unos 1.000 ingleses, Siguiendo el plan trazado, los británicos escalaron la impresionante altura que creían dominaba Paso Alto. Al mediodía descubren, sorprendidos, que han escalado La Jurada en lugar de Altura y, lo que es peor, que enfrente, este último risco está ya ocupado por los españoles.
 
          Don Antonio Gutiérrez estuvo rápido y acertado. Visto el movimiento inglés, sentó estas dos hipótesis: o quieren dominar Paso Alto para ocuparlo y avanzar contra Santa Cruz o quieren ocupar las alturas para proteger ulteriores desembarcos que les permitan avanzar posteriormente contra el interior. Para atender a la primera, que resultó la cierta, envió partidas ligeras que ocupasen Altura rápidamente. Hay que conocer aquellos endiablados riscos y vericuetos para comprender el esfuerzo de quienes los escalaron "con loable facilidad y bizarría". Una vez ocupada la cima, el General envió refuerzos, entre los que iban 4 piezas de artillería ¡a hombros de 20 milicianos de La Laguna!
 
          Quedaba la hipótesis peligrosa de que los ingleses pretendiesen avanzar hacia el interior y atacar la plaza. El Comandante General se aseguró contra ella enviando al Teniente Coronel Creagh y al Teniente Siera con 30 hombres a La Laguna, para, encuadrando a los milicianos, cerrar el valle o más bien el barranco ocupado por los ingleses.
 
          Bloqueados de este modo, a los hombres de Nelson no les quedaba otra solución que el reembarque, que hicieron en la noche del 22 al 23. La rápida actuación del defensor consiguió rechazarles casi sin un disparo. 
 
          Nelson podía haberse convencido de que la plaza era un hueso duro de roer. No es posible saber si se dio cuenta de ello o no. Él mismo dice que por el honor del Rey y de la nación no debía abandonar el proyecto de apoderarse de Santa Cruz  “para que nuestros enemigos se convencieran de. que no hay obstáculo que los ingleses no puedan superar". Como no había podido dominar ese obstáculo desde lo alto, pensó en embestirlo agarrando al toro por los cuernos.
 
          A pesar de las maniobras de la Escuadra inglesa, a la que se había incorporado el Leander el día 24, el General Gutiérrez no se dejó engañar. Convencido de que el inglés iba a atacar directamente la plaza, los días 23 y 24 fueron empleados en reforzar las defensas. La guarnición fue acrecentada con las cinco Compañías de granaderos de los Regimientos de la isla y con el Regimiento de La Laguna, mandado por el Teniente Coronel Castro. Reforzada la artillería de Paso Alto, se situaron dos cañones "violentos" en la desembocadura del barranco de Santos. El rastrillo de San Cristóbal fue guarnecido con 60 milicianos y la línea quedó totalmente cubierta.  Reforzada la vigilancia, la alerta fue continua. Si los ingleses volvían podían esperar un buen recibimiento.
 
          La tardc del 24 Nelson cenó en la Seahorse con su Capitán Freemantle, a quien acompañaba su esposa; luego volvió al Theseus, desde donde, una vez dadas las últimas instrucciones, saltó al bote. 
 
          El plan redactado era aún más sencillo que el anterior. Consistía en abordar el muelle y, una vez en tierra, concentrar las fuerzas en la plaza de la Pila para formar en orden de batalla. La operación de desembarco, favorecida por la oscuridad de la noche, estaba basada en la sorpresa. Un bombardeo de Paso Alto a cargo de la Rayo serviría para desorientar a los defensores. 
 
          A las once de la noche dejan el costado de los buques, primero el cúter Fox, luego los botes y, cerrando la marcha, una goleta canaria capturada días antes. En total unos 1.020 hombres formando seis Divisiones mandadas por Troubridge, Hood, Miller, Thompson, Waller y el propio Nelson. El viento y la resaca separan las lanchas y las hace derivar hacia el sur. La oscuridad las cubre, pero les impide mantener el rumbo.
 
         De repente, a las dos de la madrugada, un mercante español, el San José rompe el fuego y con él todos los cañones de la plaza. El mar se convierte en un infierno lleno de botes ingleses que saltan por el aire. Pero, sin cejar, algunos llegan a tierra. Al muelle atraca Thompson con dos botes, luego uno más y a continuación el que conduce a Nelson; con él su hijastro Nisbert, Freemantle y Bowen. Cuando el Contralmirante alarga la mano para desembarcar, cae en el fondo de la embarcación herido en el codo derecho. Cubierto de los tiros de San Cristóbal por el muelle, le ha alcanzado un disparo de alguna pieza de la izquierda. ¿Acaso el Tigre? No se sabe. Con la corbata de Nisbert y la camisa de un marinero, los del bote ligan el brazo y salen de aquel infierno. Al pasar, el Fox, atravesado por un disparo, se hunde. Nelson, medio inconsciente, puede aún escuchar los gritos de los que se ahogan y ordena se les preste socorro desde el bote. 
 
          Cuando atracan a la Seahorse Nelson se niega a subir "porque hay una señora a bordo y no quiere que le vea en ese estado". Lo hace por si solo al Theseus y, ya en cubierta, reclama ai cirujano para que le ampute el brazo. Aguanta la terrible operación con un valor estoico y luego ordena que arrojen al mar su brazo derecho.
 
          Entretanto, ¿qué pasa en tierra? Thompson ha conseguido clavar la batería del muelle, pero, batido por el fuego incesante de San Cristóbal, a las tres y media cesa en su resistencia. Bowen ha muerto, Freemantle está herido y solo le quedan 44 hombres sanos y 12 heridos. El resto es un montón de cadáveres.
 
          Por su parte, Troubridge ha logrado, en lucha con la marejada, desembarcar unos 80 hombres en La Caleta e intenta atacar San Cristóbal por la espalda. Recibe tal fuego desde el rastrillo que le obliga a retroceder, topando en su retirada con Wal!er, que ha puesto pie en el barranco del Aceite. Juntos marchan por la calle de las Tiendas hasta desembocar en la parte alta de la plaza de la Pila. Allí aguardan inactivos a los demás, aunque mandan entre tanto a un sargento inglés y dos paisanos a intimar la rendición de la plaza. El General retiene a los tres en San Cristóbal. 
 
          Mientras, Hood y Miller han conseguido desembarcar 260 hombres en la playa de las Carnicerías, batiendo y arrojando hacia San Telmo a los soldados de las partidas de Cuba y La Habana, que allí se unen al Batallón de Canarias. 
 
         Hacia las cuatro de aquella madrugada se produce un inesperado silencio. Quieto Troubridge en la plaza, Hood en Carnicerías, liquidado Thompson en el muelle, una momentánea calma cubre la ciudad. En el despacho de Gutiérrez hay un momento de incertidumbre. No se sabe lo que ocurre ni por derecha ni por la izquierda. Por otra parte, ha llegado ya el primer emisario de Troubridge. 
 
          En este momento, el Teniente Siera se lanza a realizar una descubierta. Es una misión arriesgada que cumple con gran arrojo. Establece contacto con Hood en el momento en que un brillante ataque del Batallón de Canarias le desaloja de Carnicerías obligándole a retirarse por Santo Domingo arriba; captura cinco prisioneros, reconoce la abandonada Batería del muelle y puede llevar la tranquilidad al Cuartel General. La guarnición está prácticamente intacta y los ingleses que hay en tierra son pocos y están aislados.
 
          Entretanto, Troubridge, cansado de esperar, se dirige a la plaza Santo Domingo hostigado por las milicias. Hoy, una cruz señala en la vieja ciudad el punto en que tuvo lugar una de estas escaramuzas. Llegado a Santo Domingo tiene la inmensa suerte de encontrar allí a los hombres de Hood y Miller. Reunidos así unos 340 ingleses, buscan amparo tras los muros del convento de Santo Domingo. Casi sin municiones, exhausto y perdido en la oscuridad, a Troubridge sólo le queda la audacia. Envía un emisario al General Gutiérrez, al que amenaza con incendiar Santa Cruz. "Aún tengo pólvora, balas y gente para proseguir la lucha", es la respuesta.
 
          Gutiérrez maniobra con el Batallón de Canarias y con el Regimiento de Milicias de La Laguna. Cuando una de las dos columnas en que se ha dividido esta última Unidad para cercar a los ingleses aparece en la plaza de Santo Domingo, una descarga mata a su Jefe. el Teniente Coronel Castro. 
 
          Al clarear el alba, Troubridge ve con alegría nuevos botes que, desde su Escuadra, se dirigen a tierra. Su última esperanza es barrida por los cañones de la desclavada Batería del muelle, que hunden dos de aquellos botes, y por los de S. Cristóbal, que echan a pique a otro. Los restantes viran en redondo.
 
          Entonces intenta un tercer parlamento y fracasa de nuevo. Al fin le ofrece a Gutiérrez, por medio de Hood, una capitulación que aquél, caballerosamente, acepta. Se da la orden de alto el fuego y los ingleses, formados y con sus armas, se dirigen al muelle para reembarcar. Allí recogen a sus compañeros muertos mientras que los heridos son atendidos en el hospital. Gutiérrez ordena repartir pan y vino a los vencidos e invita a su mesa a los Oficiales ingleses. El desembarco termina de muy distinta manera a como pensaban sus autores. 
 
          El escrito de capitulación de los ingleses dice así: 
 
               "Santa Cruz de Tenerife, 25 de julio de 1797.
 
               Las tropas pertenecientes a S. M. Británica serán reembarcadas con sus armas de toda especie y llevarán sus botes, si se han salvado, y se pondrán a su disposición los demás que necesiten, en consideración de lo cual se obligan por su parte a que no molestarán al pueblo de modo alguno los navíos de la Escuadra británica que están delante de él ni a ninguna de las islas Canarias y los prisioneros se devolverán por ambas partes.
 
               Dado sobre mi firma y sobre mi palabra de honor. Samuel Hood, Comandante de las tropas británicas." 
 
          Este acta se cumplió puntual y caballerosamente por ambas partes. Desde el día 25 los ingleses fueron reembarcando con los medios disponibles. Nelson se sintió muy satisfecho de la capitulación, y a la vista de la generosidad del español, se ofreció él mismo a llevar a Cádiz el parte de su derrota, como así lo hizo. Son interesantes las cartas cruzadas entre ambos Jefes como muestra de una caballerosidad desgraciadamente perdida. 
 
          Carta de Horacio Nelson a don Antonio Gutiérrez: 
 
               "Theseus, frente a Tenerife, 26 de julio de 1797. 
 
              No pueda abandonar esta isla sin expresar a S. E. mi más sincera gratitud por su amable atención hacia mi persona y su humildad hacia aquellos de los nuestros que, heridos, fueron sus prisioneros o estuvieron a su cuidado, así como por su generosidad hacia los que desembarcaron, lo cual no dejaré de hacer presente a mi soberano; y espero que en un próximo futuro pueda tener el honor de expresar a S E. cuanto queda obediente y humilde servidor de S. E., Horacio Nelson
 
               Ruego a S. E. me haga el honor de aceptar un barril de cerveza inglesa y un queso." 
 
          Carta de don Antonio Gutiérrez a Horacio Nelson : 
 
               "Muy señor mío de mi mayor atención: Con mucho gusto he recibido la apreciable de V. S., efecto de su generosidad y buen modo de pensar; pues de mi parte, considero que ningún lauro merece el hombre que sólo cumple con lo que la humanidad le dicta, y a esto se reduce lo que yo he hecho para con los heridos y para los demás que desembarcaron, a quienes debía considerar como hermanos desde el instante en que concluyó el combate.
 
               Si en el estado a que ha conducido a V. S. la siempre incierta suerte de la guerra, pudiera yo, o cualquiera de los efectos que esta isla produce, serle de alguna utilidad o alivio, ésta sería para mi una verdadera complacencia, y espero admitirá V. S. un par de limetones de vino, que creo no será de lo peor que produce.
 
               Seráme de mucha satisfacción tratar personalmente, cuando las circunstancias lo permitan, a un sujeto de tan dignas y recomendables prendas como V. S. manifiesta, y entretanto ruego a Dios que guarde su vida por largos y felices años. 
 
                 Santa Cruz de Tenerife, 26 de julio de 1797. B. L. M. de V. S. su más seguro atento servidor, D. Antonio Gutiérrez.
 
               P. D. Recibí y aprecio la cerveza y queso con que V. S. se ha servido favorecerme. Recomiendo a V. S. la instancia de los franceses que le habrá hecho presente el Comandante Troubridge a nombre mío."
 
          Como verá el lector, afortunadamente para ellos, los hombres del XVIII no habían inventado aún ni la rendición incondicional ni los criminales de guerra. 
 
          Las bajas de ambos bandos, según las cifras establecidas exactamente por Rumeu de Armas, fueron:
 
              - Ingleses: 123 heridos, 226 muertos (177 ahogados, 44 en combate). 
 
              - Españoles: 33 heridos, 25 muertos (dos de ellos franceses de La Mutine).
 
          Tras la victoria llovieron las felicitaciones comenzando por la de S. M. trasmitida por el Príncipe de la Paz. Gutiérrez elevó al Ministro de la Guerra una propuesta de ascenso que comprendía a todos los que habían tomado parte en la defensa. El Ministro contestó, muy acertadamente, que "deseando S. M. abolir el inconsiderado exceso con que hasta ahora se han propuesto para graduaciones del exercito ( .... ...j, es más conveniente, aun a los mismos interesados, darles una pensión en lugar de un grado...”
 
          Don Antonio Gutiérrez obtuvo la Encomienda del Esparragal de la orden de Alcántara, cuya pensión pasó al Teniente Coronel Creagh y al Teniente Siera. De este modo el anciano General satisfizo un viejo deseo, mientras que el provecho económico quedó para sus dos subordinados que más se habían distinguido. Fue intención de don Antonio, modesto y generoso, que ninguno de los que con él ganaron tan señalada victoria quedase sin premio. 
 
          Santa Cruz de Tenerife recibió el título de "muy noble e invicta villa, puerto y plaza de Santa Cruz de Santiago". El nombre del glorioso apóstol en cuya festividad y por cuya intercesión, sin duda, obtuvo el triunfo, no la ha conservado la ciudad. Sí, los títulos y el escudo otorgado en el que figuran tres cabezas de león representando los tres intentos ingleses contra las islas, el último de los cuales está simbolizado por la cabeza atravesada por la roja cruz de Santiago. 
 
V.- COMENTARIO CRITICO Y CONCLUSION 
 
          Descartado de antemano. muy razonablemente dados los medios disponibles, un ataque formal a la plaza, Nelson optó por el golpe de mano anfibio. Entonces como hoy, este tipo de acciones requieren audacia, unos cuidadosos preparativos basados en buena información y una rapidez de ejecución que, junto con el secreto, produzca la sorpresa, clave del éxito.
 
          Salvo la audacia, todo lo demás le faltó a Nelson. Apenas conocía la situación de las defensas de la plaza, ni sus preparativos, ni su topografía; incluso el botín que buscaba y cuya entrega exigió era inexistente.
 
          El desembarco del día 22 tuvo lugar en un punto bien elegido en cuanto que no podía ser batido por la Artillería, máxime si se hubiera realizado de noche en el caso de que el viento y la marejada -dos elementos muy a tener en cuenta por un marino- no lo hubiesen impedido. La demora sufrida por estas causas eliminó el factor sorpresa. A este fallo inicial vino a sumarse la tremenda equivocación de escalar La Jurada en lugar de Altura, rápida y certeramente ocupada por Gutiérrez. Troubridge, al reembarcar, adoptó la solución más juiciosa.
 
          Decidido a insistir le quedaban a Nelson dos alternativas. O intentar la misma operación por el Mediodía de la ciudad, donde la costa es mucho más accesible, o el ataque directo a la plaza. Elegida la segunda solución, buscó de nuevo el amparo de la oscuridad. La razón era obvia: los cañones de la plaza le impedían de nuevo el apoyo directo con sus navíos a las lanchas de desembarco. Había que jugar de nuevo la sorpresa. 
 
          Volvió a fallar la sorpresa, volvieron a intervenir desfavorablemente el viento y la marejada y los soldados ingleses volvieron a perderse por las callejuelas de Santa Cruz como antes en La Ju rada. Demasiados errores. El descalabro fue mayor porque esta vez la artillería sí tuvo a tiro a los ingleses. Bien lo sintieron, y su Almirante pudo dar gracias de haber dejado el brazo en la empresa, porque de no ser por su herida, era casi segura la muerte o la prisión, al igual que les ocurrió a todos los que desembarcaron en el muelle. En Santa Cruz, Nelson no estuvo a la altura de su nombre y de su fama, simplemente porque menospreció al enemigo.
 
          Don Antonio Gutiérrez ha quedado injustamente olvidado. Su actuación como Jefe de la defensa fue magnífica; su actividad incansable. Aprovechó magistralmente los errores y el tiempo que le brindó Nelson. Su sentido táctico le dijo que el punto clave era Santa Cruz y actuó en consecuencia. Ocupó Altura en el momento preciso, pero ni un minuto más de lo necesario. A pesar de ello, Pedreira dice que obró "con el aturdimiento propio de un bisoño" y Francisco de León le tacha de "inepto". Como el análisis de los hechos demuestra todo lo contrario y los documentos lo corroboran, hay que concluir que los ineptos y los bisoños son los que no demuestran lo que afirman.
 
          Santa Cruz, muy española en esto como en todo, ha honrado a vencedor y vencido y acaso un punto más a éste que a aquél. Horacio Nelson tiene dedicada una hermosa calle. Gutiérrez y los defensores tendrán un día el monumento que conmemore su gesta.
 
          Como algo había que reprochar a Gutiérrez, se le reprocha la capitulación. Evidentemente fue generoso. Podía haber aniquilado a los 300 ingleses que se refugiaron en Santo Domingo. Nada más, porque contra la Escuadra inglesa en franquía era impotente. Esa Escuadra era capaz de atacar de nuevo donde y cuando quisiera, y Gutiérrez, mostrándose generoso, alejó el peligro de las islas, pues los ingleses respetaron escrupulosamente lo pactado.
 
          Así, pues, el General no solamente estuvo en la línea de la tradicional hidalguía del soldado español -Granada, Pavia, Breda, Bailén-, sino que, militarmente, ganó más que perdió. ¿Le contesto esto a Álvarez, encargado del despacho de Guerra, cuando le preguntó las causas que le habían movido. a capitular con los ingleses? No lo sabemos.
 
          Nada puede arrebatar a este modesto militar castellano la gloria de haber batido a Nelson en una defensa que, en frase de Rumeu de Armas, está "matizada de acciones heroicas y ejemplares para admiración de propios y extraños y para eterno ejemplo de generaciones presentes y futuras".
 
          Y esta fué, amigo lector, la defensa que hizo la villa de Santa Cruz de Tenerife en un lejano día del Señor Santiago, patrón de España 
 
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Notas
 
 
1.- Grado equivalente al actual de General de División.
 
2.-  The life of Nelson.
 
3.-  Segundo Jefe de Plaza. 
 
4.-  Tercer Jefe del Regimiento
 
 
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BIBLIOGRAFIA 
 
Relación circunstanciada de la defensa que hizo la plaza de Santa Cruz de Tenerife etc.—Madrid, 1798.—Monteverde y Molina. 
Relación de la gloriosa defensa y etc. Tortosa, Francisco. 
Apuntes para la historia de Santa Cruz de Tenerife.—Santa Cruz de Tenerife, 1875.—Desiré Dugour, José. 
La derrota de Nelson en Santa Cruz de Tenerife.— Santa Cruz de Tenerife, 1897 .—Arocena, Mario. 
The life of Nelson.—Londres, 1897.—Mahan. 
Nelson.—Barcelona, 1943.—Bravetta, Héctor. 
Piraterías y ataques navales contra las islas Canarias —Madrid, 1947-50.—Rumeu de Armas, Antonio. 
Canarias en la brecha.—Santa Cruz 1953.—Martínez de Campos, Carlos. 
Ataque y derrota de Nelson en Santa Cruz de Tenerife – Lanuza Cano, Francisco.
 
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