Mallorca, Weyler y la silla de Maceo

 
Por Valeriano Weyler González  (Publicado en El Mundo el 1 de febrero de 2018).
 
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El general don Valeriano Weyler Nicolau 
 
 
          Con asombro recibimos la noticia de que se está planteando la entrega al actual Gobierno de Cuba de la silla del general Antonio Maceo, ubicada actualmente en la Sala "Weyler" del Museo Militar Regional, en Palma, al parecer con idea de que permanezca en Cuba por un periodo de dos años. La silla, como parte de los trofeos de guerra tomados en aquella Campaña militar, e igual que otros objetos de valor, fue entregada al Ayuntamiento palmesano por voluntad del General Valeriano Weyler Nicolau con el fin de que se custodiase convenientemente en Mallorca, su tierra natal. De ahí que, aunque la propiedad sea del Ayuntamiento, la consideración de los descendientes del General es que con la cesión, en las circunstancias actuales, se vulneraría la voluntad de éste. 
 
          La familia Weyler cedió al Ayuntamiento de Palma, también en esa línea, otros importantes bienes de su propiedad, como el predio y casas de "Son Roca", en el término de Son Ferriol (donde el General pasaba todo el tiempo que podía), con la condición de que se dedicase en favor de la infancia. Aspecto que el Consistorio, tras un largo periodo de abandono, vino a cumplir en parte: en Son Roca hay grupos escolares y una asociación independiente, al amparo del Legado Weyler, presta atención a niños con discapacidad.
 
           Weyler aportaba todo ello a Mallorca, y no al Estado, de manera totalmente desinteresada y con el cariño filial a la tierra que lo vio nacer, en favor de la cual desplegó todas sus fuerzas e influencia, contribuyendo al desarrollo que tanto necesitaban tierras y gentes y ayudando siempre a sus compatriotas mallorquines allá donde se encontraran. En justa correspondencia, aparte de los innumerables testimonios de afecto recibidos en vida (incluido el honor de haber sido nombrado Hijo Ilustre de Mallorca), plazas y calles, aulas y salas que llevan su nombre lo recuerdan en varios puntos de la geografía balear.
 
          Conviene recordar que Weyler fue un militar constitucionalista, civilista y defensor a ultranza de la democracia durante toda su dilatada vida militar y política. En una España plagada de pronunciamientos militares, Weyler siempre se mantuvo fiel al Gobierno legalmente constituido, pudiendo no haberlo hecho, en determinadas crisis, en virtud del prestigio de que gozaba. Todo un ejemplo de democracia para años y generaciones posteriores. Fue honrado por la Corona con títulos nobiliarios en reconocimiento a su buen hacer -el primero de ellos por petición popular, desde el archipiélago canario- y por sus servicios a la Nación, especialmente en la campaña de Cuba, y con el Toisón de Oro. 
 
          De talante liberal, se enfrentó abiertamente a la dictadura, lo que le costó serios disgustos. Su carta a Prieto pocos meses antes de fallecer, en 1930 (con 92 años), publicada por el Profesor Seco Serrano (Real Academia de la Historia), no tiene desperdicio y puede considerarse un resumen de su pensamiento.
 
          Volviendo a la silla que nos ocupa, es oportuno constatar que Weyler sentía respeto por Maceo, y pensamos que pudiera haber sido mutuo en cuanto a reconocimiento militar del valor atesorado por el enemigo. El mallorquín ponderaba positivamente la valentía y audacia del general cubano, si bien la forma de hacer la "guerra" por parte de los cabecillas independentistas consistía en continuas emboscadas y macheteo de las tropas españolas, guerrillas y acciones similares, amén de la destrucción del territorio, de cultivos y ganadería (alimentos necesarios para todos) y tea incendiaria que los insurrectos aplicaban contra civiles -incluidos los campesinos no afectos- e infraestructuras de toda la Isla. “Arruinar la zafra y con ella la economía colonial. Que España no recoja de Cuba más que cenizas” era la increíble consigna dictada -y ejecutada- por la línea de mando independentista, lo cual ilustra bien el precario y cruel escenario al que se enfrentaba el general español al ser nombrado para la Gran Antilla. 
 
          Los trofeos de guerra no siempre regresan a su lugar de origen (lo sabemos los propios españoles; basta remontarse a 1808, Guerra de la Independencia), si bien la buena voluntad y entendimiento entre los pueblos favorecen gestos de esta naturaleza. Pero es fundamental que prime el equilibrio y se plasme meridiana y justamente por ambas partes. En el caso de Cuba es intolerable -a modo de deslealtad inadmisible entre pueblos hermanos- que se mantenga el continuo y repetido discurso utilizado por el Gobierno durante lustros, con insultos y difamaciones continuas hacia España, su Ejército y, en lo personal, hacia el General Weyler. 
 
          Constituye el paradigma del "enemigo exterior" e intoxicación desde la escuela que conviene a las dictaduras y nacionalismos extremos. Tristemente, en este caso se siguen fuentes originariamente norteamericanas, que ya calumniaron a Weyler incluso antes de que pusiese pie en Cuba, a principios de 1896. Tejida la "leyenda negra", con machacona repetición ha continuado hasta nuestros días. 
 
          El último despropósito del que hemos tenido noticia es un proyecto oficial en Cuba (desconocemos si ha habido otros en el pasado) de construir un monumento "a las víctimas de la reconcentración de Weyler", asimilando, una vez más, la acción española a los campos de exterminio nazis. Nada más falso y alejado de la realidad, toda vez que nunca estuvo en la intención de España la represión ni aniquilación de ciudadano alguno, sino todo lo contrario. Las responsabilidades de lo sucedido, a lo sumo, deben quedar compartidas.
 
          Todo esto resulta patente y manifiesto en cuantas publicaciones rigurosas -biografías, tesis doctorales, monografías- han visto la luz bajo investigación y estudios libres e independientes de los últimos años, en contraste con páginas electrónicas de mucha menor precisión y credibilidad. Bibliografía que parece desconocer una parte del Parlamento de Baleares, que insólitamente ha empleado el "copia y pega" del mismo guión cubano-norteamericano y lo "dedica" al laureado soldado mallorquín en reciente sesión parlamentaria. Se nos antoja iniciativa puntual y oportunista, pero confiamos en que estas modestas líneas incentiven la aproximación rigurosa a las figuras históricas de cuyo legado somos herederos.
 
          Así, es primordial el advenimiento de una democracia consolidada en Cuba, de manera que estudiosos e historiadores puedan investigar con rigor, independencia y muchos datos (cifras y hechos en contexto destilan objetividad) todo lo sucedido en la última Guerra de Cuba. Que fue una campaña dura por ambos bandos es innegable -sucede en las guerras-, como también lo es que el Gobierno de Cánovas no cedió a la presión norteamericana ni secesionista, decidiendo pacificar la Isla y preservar el Estado de Derecho antes de adoptar cuantas medidas fuesen convenientes (algunas de las cuales, de índole autonomista y habiéndolas practicado a su debido momento, estaban en el fuero interno del propio Weyler, pero él actuaba allí estrictamente como militar a las órdenes del Gobierno). El general mallorquín no deseaba ir a Cuba, pues conocía perfectamente -su antecesor Martínez Campos ya lo anunció- que habrían de aplicarse medidas de extremo rigor. Medidas acordes a la forma de proceder de los secesionistas, totalmente apoyados en la sombra por los Estados Unidos.
 
          Como buen militar cumplió con su penoso deber, siempre bajo las leyes de la Guerra y la Constitución, pero fue víctima de la primera campaña de prensa amarilla por parte de los norteamericanos, que ambicionaban Cuba y no escatimaron en artimañas y mala fe hasta conseguirla. Vergonzosamente, se tildó a los españoles de asesinos, carniceros y genocidas por aplicar las mismas tácticas que los generales y políticos norteamericanos habían utilizado en su reciente guerra, así como la propia insurrección en determinados pasajes de aquellos años. Tácticas luego ampliamente desplegadas en diversos escenarios del mundo por ingleses y americanos.
 
          Si se desean actos de buena voluntad, he aquí una buena oportunidad para reparar con lealtad tales afrentas. Asesinado Cánovas (a cuya memoria Weyler dedica el libro sobre su mando en la Isla) y ya fuera de Cuba el general mallorquín, la voladura del Maine, que nueva e injustamente se atribuyó a España, fue el casus belli del momento. Triste es para nosotros saber que aquellos isleños (entonces compatriotas españoles), que con ilusión lucharon por sus ideales, viesen finalmente frustrados sus sueños a manos extranjeras. Lo que vino después es más conocido. Si en este lado del océano hemos erigido monumentos a cubanos ilustres, como Martí, no se entiende que el Gobierno de Cuba siga orientando y alentando este discurso sesgado en contra de España y su Ejército.
 
          Desde aquí, insistimos, hacemos votos para que la Isla alcance lo antes posible un régimen de libertades y democracia, que ya muchos cubanos demandan desde dentro y desde fuera, tal que le permita despegar en el desarrollo, credibilidad y concierto internacional que merece. Solo en ese momento estaremos más cerca de materializar desagravios históricos mutuos y aceptar con todas las garantías de tiempo y forma, en memoria del ilustre demócrata mallorquín, el envío de esta silla del héroe cubano Antonio Maceo Grajales a nuestra siempre querida isla de Cuba. 
 
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