Vé y dile a tu rey... (Relatos del ayer - 17)

Por Jesús Villanueva Jiménez  (Publicado en la Revista NT de Binter  en su número de octubre de 2017).

 

          Aquella mañana de finales de octubre de 1739, Gonzalo Quesada de la Torre, grancanario de nacimiento y descendiente de familia jienense de mercaderes, daba buena cuenta del primer ron de la mañana, acodado en el mostrador de su taberna preferida en el barrio de Triana, desde cuya puerta se podía contemplar el azul Atlántico. Veterano marino, hacía dos años que había abandonado la mar, luego de navegar los océanos durante cuarenta y cuatro largos años y reunir un caudal que le permitiría vivir dignamente hasta el fin de sus días, que pensaba pasar en Las Palmas.

          Pedía al tabernero un segundo cubilete de ron, cuando un muchacho entró en el local clamando a voz en grito: “¡El rey Jorge II de Inglaterra ha declarado la guerra a nuestro rey Felipe V!”. De la docena de clientes que allí se hallaban preguntaron algunos al muchacho por el origen de la noticia, a lo que él contestó que acababan de clavar un bando en la tabla a tal efecto en la plaza de San Telmo, y que un hombre que sabía de letras leyó el escrito alto y claro, y que también dijo el ilustrado señor que algo tenía que ver la guerra con que un marino español, llamado Juan León Fandiño, le cortara la oreja a un corsario inglés de nombre Robert Jenkins, y que éste la llevara en un frasco de vidrio a su país, donde lloriqueó por su pérdida en la Cámara de los Comunes, lugar donde las más importantes personalidades de la Pérfida Albión discutían de lo divino y de lo humano. Y que al asegurar el pirata desorejado que Fandiño le espetó ofensas graves a su rey, éste declaró la guerra al nuestro, que era lo mismo que declarársela a todas las Españas.

          Fue escuchar aquella narración Quesada y dar un respingo al instante. De un trago engulló el segundo ron de la jornada, y como si lo estuviera reviviendo, recordó aquella tan singular circunstancia, acaecida allá por el otoño de 1731: Estaba enrolado por entonces en el guardacostas La Isabela, bergantín español artillado con 24 cañones, a las órdenes del aguerrido Fandiño. Esa mañana abordaron la fragata británica Rebeca, que iba al mando, en efecto, de un tal Jenkins, a pocas millas del puerto de San Agustín de la Florida. Fandiño, cumpliendo con su deber, comprobó el libro de registro de mercancías, hallando luego en las bodegas multitud de mercadería y efectos de contrabando, que fueron requisados. Cuando el capitán inglés se mostró altanero e irrespetuoso, Fandiño, ni corto ni perezoso, de un tajo de su espada lo dejó sin una oreja, y, serenamente, entre los quejidos del otro, le recitó: “Ve y dile a tu rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve”.

          Eufórico Quesada, recordando aquellos gloriosos tiempos  y a su apreciado y admirado capitán, pidió al tabernero otro cubilete de ron, y elevando la voz brindó por Fandiño, y pidió a Dios que, allá por donde navegase el aguerrido marino, le acompañara la fortuna.

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