Las Cortes de Cádiz (1810-1814) (I)

 
Por Carlos Hernández Bento  (Publicado en el mejicano Diario de Colima  el 3 de junio de 2017).
 
 
          En 1810 toda la Hispania estaba ocupada por los galos… ¿Toda? ¡No! Cádiz, una ciudad poblada por irreductibles hispanos, había resistido al invasor napoleónico.
 
         El famoso levantamiento del 2 de mayo de 1808, protagonizado por el pueblo en las calles de Madrid, había dado inicio a la Guerra de Independencia contra la ocupación francesa. En ese río revuelto se afianzó pronto un movimiento revolucionario que buscaba una oportunidad para remover las bases del absolutismo del Antiguo Régimen.
 
          La sustitución forzosa del rey legítimo, Fernando VII, por José Bonaparte (“Pepe botella”), hermano de Napoleón, produjo, como era de esperar entre gentes que tengan un mínimo de dignidad y sangre en el cuerpo, un entero rechazo al mismo y una situación técnica de vacío de poder en el país.
 
          En medio de este caos, casi anárquico, surgieron espontáneamente juntas populares que intentaron tomar el control de la “cosa pública”. El 29 de enero de 1810 la Junta Central Suprema convocó Cortes en Cádiz, tratando que éstas conservaran la estructura que tuvieron durante el Antiguo Régimen; es decir, compuestas por dos grandes estamentos diáfanamente delimitados: el de las dignidades (prelados y nobles) y el del pueblo. Pero finalmente, gracias al influjo liberal, las Cortes acabaron reuniéndose en una sola Cámara que, en adelante, tomaría la titularidad de la soberanía arrebatándosela al Rey. (¡Cuán importante y novedoso es este pequeño gran detalle!) Es esta la razón por la que cuando los diputados se dirigían a la Cámara, lo hacían en singular (“Señor” o “Vuestra Merced”), tal y como vimos en los dos artículos anteriores que dedicamos a Ruiz de Padrón.
 
          Cádiz, tan bellamente descrita por Pérez Galdós en sus Episodios nacionales, era por entonces una ciudad con una vigorosa burguesía mercantil y en la que residían importantes colonias de comerciantes extranjeros. Por los barcos que anclaban en su singular bahía, entraban en España: gentes, libros y nuevas ideas. Estaba, además, lo bastante alejada de los campos de batalla, como para servir de extraordinario refugio a otros muchos emprendedores de mente abierta que llegaban hasta ella huyendo desde todas partes.
 
          Bueno… de refugio y de cárcel. Por darles un ejemplo significativo, fue en este lugar y momento histórico donde se creó la expresión “tortilla a la francesa”, es decir, la que no puede ser española, porque bajo el fuerte asedio no había ni papas que echarle para darle algo de sustancia y carácter. Un chascarrillo lingüístico nacido de la gracia infinita de los gaditanos que, comprobado está, no dobla la rodilla ni ante la desgracia más grande.
 
          Por tanto, amigos, Cádiz era el lugar idóneo para que las Cortes se convirtieran en constituyentes y acabaran alumbrando, como tales, la Constitución de 1812 (La Pepa, del “¡Viva La Pepa!”); primera de la historia de España, inicio de su revolución liberal y referencia clave en lo porvenir. Es de tener en cuenta que el término “liberal”, en su sentido político, nació también aquí y desde aquí pasaría, luego, a todas las lenguas.
 
          La carta magna gaditana, con el pasar de los años, devino en símbolo universal de libertad. Ninguna otra de España ha tenido tanta repercusión y difusión más allá de sus fronteras. Traducida en su época al inglés, francés, alemán, portugués o italiano, no dejó indiferente a una Europa que le dedicó siempre especial atención, ya fuera para admirar la sabiduría que encerraban sus artículos, ya fuera para criticar algunas de sus disposiciones más progresistas (el “herético documento español”). A ella dedicaron importantes pasajes, entre otros muchos ilustres intelectuales: el inglés Jeremy Bentham, el francés Chateaubriand o el alemán Karl Marx. Por otra parte, su articulado se imitó, o copió completo, en las primeras constituciones de Italia, Portugal y Rusia.
 
          En cuanto a Hispanoamérica, para todos los países, excepto Venezuela, supuso su primigenia experiencia constitucional. Sin embargo, su implantación no tuvo la misma intensidad en todo el Continente, en gran parte porque los virreyes españoles eran reacios a poner en funcionamiento un texto que socavaba sus amplios poderes.
 
           En el caso particular de México, algunos autores como el Dr. Serna de la Garza, del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, han comentado entre otras cosas que: ayudó, después de la Independencia, a establecer una nueva organización del poder político distinta a la del periodo colonial; fue un primerizo ensayo electoral y de participación ciudadana; prestó instituciones y principios al constitucionalismo mexicano posterior; y, permitió la libre circulación de ideas, ayudando de esta manera a generar un “clima” que dio al país su perfil legislativo definitivo.
 
          Una vez hemos hablado de la relevancia universal de las Cortes de Cádiz y su Constitución, platiquemos ahora, un poco, de la participación de los mexicanos en aquella excelsa obra.
 
         Según el Dr. Barragán, del mismo Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM: el número total de diputados que acudieron a las Cortes en representación de lo que hoy es México fue de 21. Varios de ellos se mostraron muy activos, tal es el caso de Ramos Arizpe o el de Guridi y Alcocer, que llegó, incluso, a presidir la Asamblea gaditana. Ambos serían, también y posteriormente, preclaras figuras del México independiente.
 
          Desde el día de su llegada a Cádiz, los americanos en general y los novohispanos (mexicanos de hoy) en particular, exigieron y lograron la declaración de igualdad esencial de los españoles de ambos hemisferios, buscaron y consiguieron el reconocimiento de los demás derechos y libertades inherentes al ser humano, y contribuyeron a implantar la democracia.
 
          Por tanto, podemos concluir diciendo que “La Pepa” no fue sólo obra de los europeos, sino que también, sin duda alguna, lo fue de todos los prohombres que llegaron a Cádiz desde la orilla occidental del Atlántico nuestro, contribuyendo a modularla con su preparación intelectual y su decidida voluntad.
 
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