Un día completo en Colima y La Laguna

 
Por Carlos Hernández Bento  (Publicado en el mejicano Diario de Colima el 29 de abril de 201.
 
 
(A Day in the life, The Beatles)
 
 
          Suena la campana de la catedral de Colima y las ondas sonoras recorren las calles de La Laguna con el eco de cinco siglos. Son las siete de la mañana. Viernes, 28 de abril. Los que dormimos con un ojo abierto y pendientes del amanecer, nos ponemos en pie de inmediato, dispuestos a comernos la jornada. Mucho más cuando vuelves a tener 20 años y a ser, por un día, aquél estudiante del que ya sólo quedan tenues escritos y dibujos en la libreta de tus memorias.
 
          Desayuné en casa: leche… no sé muy bien ahora, si con gofio o con pinole (al fin y al cabo, ¡son parecidos!). Luego, me vestí, me aliñé, recogí mis bártulos y libros y dejé atrás el nido como ave que vuela por vez primera.
 
          Con la inconsciencia del que hace el mismo recorrido a diario, los pies me llevaron en dirección a la estación de camiones de Colima, mientras iba pensando en mis cosas. Tomé una guagua (digo un camión) y, facilitándole mi pase al conductor, le dije que yo me bajaba en la Universidad de La Laguna.
 
          Al salir del camión (digo de la guagua) fui a clase de Derecho Fiscal en el campus de Guajara… pero al borde de una crisis de aburrimiento y rechazo a la materia jurídica, acabé por escapar del aula y, como alma que sigue el Diablo con su tridente afilado, hui directo a una conferencia sobre Arte Hispanoamericano Colonial de una facultad de Colima. “¡Cualquier día dejo Derecho y empiezo a estudiar Historia, Arte o Literatura!”, pensé.
 
          Después de la interesante charla sobre arquitectura colimense y de otros tipos de arte colonial como el de La Laguna, encaminé mis pasos a la biblioteca central, a fin de seguir informándome sobre posibles coincidencias entre las dos ciudades.
 
          Allí pasé algunas horas interrogando enciclopedias y algún que otro libro especializado, en los que encontré asombrosas afinidades. Empecé por el marco geográfico: ambas ciudades están a unos 500 m. de altura sobre el nivel del mar; ambas son custodiadas por un gran volcán, que se viste de nieve en los inviernos; ambas están rodeadas de campos verdes y llanos; ambas son de interior pero tienen cerca la costa. Desde el punto de vista histórico-cultural: las dos fueron fundadas por españoles hace unos cinco siglos y las dos parecen estar guardadas a su entrada por sendas estatuas de aborígenes: la del Rey Coliman y la del Mencey Bencomo. La situación geográfica las consolidó rápidamente con respecto a su entorno en los terrenos de la cultura, la política y la economía; sus catedrales utilizan el neoclásico, al menos en su fachada; y sus teatros son de reducidas dimensiones, poco más de 600 butacas, pero gozan de un ambiente de agradable intimidad.
 
          Pasadas las tres de la tarde, minuto arriba o abajo, me dirigí a la cafetería para almorzar. Pedí chile para darle algo de picante al platillo… y el camarero me trajo pimienta canaria.
 
          Acabado mi frugal almuerzo y no viendo forma de hacer mi sagrada siesta, empecé a pasear para aliviar el intenso sopor de la primera tarde. En mi deambular urbano me acerqué a las oficinas de Diario de Colima para saludar a mis compañeros, pero en ese momento estaban cerradas... ¡En otra ocasión será! Luego, pasé por la plaza del Adelantado y llegué a la del Jardín Libertad. Más tarde entré en la catedral de Los Remedios y al hacerlo, quedé maravillado y perplejo cuando aparecieron ante mis ojos las bóvedas y el interior de la seo colimense. Sin embargo, al salir, me hallaba otra vez en La Laguna… ¡como lo más natural del mundo! Ahora bien, una cosa les digo, el tañido de las campanas colimenses es muy parecido al de las laguneras.
 
          Sin mucho que hacer me dirigí, entonces, al parque de la Constitución, pero sus árboles, sus bancos y sus fuentes me indicaron que donde estaba era en el de La Piedra Lisa. Ahora bien, otra cosa más les digo, la risa y los gritos de los niños colimenses me recordaron en todo a los de los niños laguneros, las parejas de enamorados van igualmente de la mano y la gente mayor habla de lo mismo… ¿Serán cosas de humanos?
 
          Todo este rodar por la ciudad (no sé si debería empezar a decir ciudades) fue al objeto de hacer algo de tiempo para ir a una función musical de tarde-noche al Teatro Municipal. Tenían un programa muy variado en el que no faltaban: mariachis y tríos mexicanos; rondallas y parrandas canarias. La pieza que más me sorprendió fue nuestro “Palmero sube a La Palma”, cantado con aires de Colima. Salí del Teatro Leal… digo Hidalgo, y a esa hora ya no podía con mi alma.
 
         Al ser algo tarde y cargar con el cansancio de no haber hecho mi santa siesta, decidí irme a casa algo más pronto de lo normal. Me aseé, cené rápido y alcancé pronto la cama; derrumbado por el intenso y desconcertante día…
 
                    …Y el sueño fue muy profundo,
                                         y el sueño fue muy intenso.
                    Y el sueño me fue muy grato
                                        y todo en él era cierto.
                    ¡Fue muy cierto y muy tangible!
                                        Pareció un día completo,
                    que entre aquí y allá anduviera…
                                       …Y enredado en aquel sueño,
                    fui incapaz de asegurar,
                                        dentro del gran desconcierto,
                    si dormía en La Laguna
                                        o en Colima era despierto…
 
           …Las siete de la mañana y volvió a levantarme el sonar de una campana. El din don corrió las calles como eco de cinco siglos… pero al ver el calendario, pude leer con asombro, que era de nuevo, señores, … ¡viernes, de abril, 28!
 
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Al Hermanamiento de Colima y San Cristóbal de La Laguna.
 
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