Un canario universal (Relatos del ayer - 11)

 
Por Jesús Villanueva Jiménez  (Publicado en el número de abril de la Revista NT de Binter)
 
 
 
          Estaba fría la atmósfera, bajo un cielo nublado, aquel 29 de abril de 1718. El brigadier Benavides, desde la escollera, observó la flotilla de tres barcos fondeados en la bahía de Santa Cruz, las fragatas San Jorge y San Francisco y el aviso de escolta San Javier, comandadas por el prestigioso marino tinerfeño don Juan del Hoyo Solórzano. El pasado 28 de octubre había recibido el brigadier la misiva de fecha 24 de septiembre, en la que S.M. Felipe V lo nombraba Gobernador y Capitán General de la provincia de San Agustín de la Florida. 
 
          Don Antonio Benavides Bazán y Molina había nacido en la Matanza de Acentejo el 8 de diciembre de 1678, en el seno de una familia de agricultores. Hoy mira el mar el matancero, recordando el día en que desde ese mismo puerto partió para La Habana, enrolado en los Reales Ejércitos de S.M., hacía ya 21 años. De súbito le trajo la memoria el acontecer más determinante de su vida: Fue en la gélida mañana del 10 de diciembre de 1710, en Villaviciosa de Tajuña, cuando los ejércitos del Borbón Felipe V y del Habsburgo Archiduque Carlos, enfrentados por la Corona de España, estaban a punto de entablar un combate decisivo en la Guerra de Sucesión. Al mando de la caballería de la Guardia de Corps del ala derecha, el por entonces teniente coronel aguardaba las órdenes del Marqués de Valdecañas, cuando la artillería enemiga abría fuego de cañones y morteros. Lo recordaba Benavides con total nitidez. "¡Majestad!" gritó al Rey para hacerse oír entre aquel estruendo ensordecedor, dejando su puesto en la formación. "¡Majestad!", volvió a gritar, ya junto a él. El Rey, que junto a sus generales ocupaba el alto de una loma, desde donde podría observar la batalla, reconoció de inmediato al matancero y atendió a sus palabras. "Majestad, vuestro caballo es el único de pelaje blanco de nuestra caballería y el de más alzada, y eso le hace inconfundible y una diana perfecta para la artillería enemiga, que ya habrá adivinado que es el que monta Vuestra Majestad". Como si lo estuviese viendo, lo recordaba Benavides. Como también recordaba cuando le cambió al Rey su montura y al instante una bala de mortero reventó a los pies del blanco equino, matando al animal y dejando mal herido al joven teniente coronel. De milagro salvó la vida. Un año había descansado en su terruño natal. 
 
          Al día siguiente partiría para las Indias, para la América española que le esperaba y que le acogería como al hijo más predilecto de aquellas extensas tierras españolas al otro lado del Atlántico. No podía imaginar Benavides qué 32 años de aventuras extraordinarias le aguardaban: Gobernador de la Florida, de Veracruz y del Yucatán, acabó con la corrupción administrativa imperante; combatió a la Royal Navy, y a corsarios y piratas; y sobre todo fue el gran amigo de los indios, que lo admiraron y amaron como al más honesto y fiel aliado. 
 
          Aquella fría mañana, don Antonio contemplaba el océano, a poco de partir hacia el Nuevo Mundo, donde forjaría la historia que de él hizo un canario universal.
 
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