La batalla de Las Palmas en el gozne de dos siglos

Por Pedro Galán García  (Publicado en el número 904 de la Revista Ejército, julio-agosto de 2016, Canarias 7, 24.08.2016, y El Digital de Canarias.net de igual fecha).

 

De cómo los canarios arrancaron una gloriosa victoria de las fauces de la derrota

 

 Cronología

          Desde mediados del siglo XVI se reiteran ataques de piratas y corsarios a las islas Canarias. En 1553 el pirata francés Le Clerc desembarca en Santa Cruz de La Palma. En 1570 nueve galeras argelinas atacan Lanzarote. El 31 de julio de 1588 la Armada Invencible llega al canal de la Mancha. En 1591 un buque inglés se apodera de un barco español que quema ante Santa Cruz de La Palma. Al año siguiente un corsario inglés se apodera de una nave en La Gomera. En 1593 cinco buques ingleses atacan Lanzarote, Jabán Arráez efectúa correrías sobre Lanzarote y Fuerteventura. En 1595 son rechazados los ataques de Hawkins y Drake (27 barcos y 2.500 soldados) a Las Palmas; un buque de guerra inglés se lleva del Puerto de La Luz un barco con carga para América y Raleigh efectúa una incursión sobre Fuerteventura. Al año siguiente el conde de Essex ataca Lanzarote. En 1597 George Clifford realiza una incursión sobre Lanzarote. El 9 de febrero de 1599 se produce la prohibición a las provincias de Holanda y Zelanda de comerciar con las colonias y puertos españoles. El 26 de junio una escuadra holandesa (74 barcos y 8.000 hombres) ataca el Real de Las Palmas.

 

Contexto histórico

         El 6 de mayo de 1598 Felipe II cedió los Países Bajos a su hija Isabel Clara Eugenia en lugar de al heredero, futuro Felipe III, convencido de que así acabaría con la guerra civil en Flandes.

          A pesar de que, en aras de esa guerra, los Países Bajos se hallaban en abierta rebeldía contra la dominación española el tráfico mercantil entre los respectivos puertos era muy intenso. Pero en febrero de 1599 se prohibió todo comercio y España cerró completamente sus puertos a los buques holandeses haciendo que, lo que comenzó como un conflicto de origen ideológico, evolucionara hasta convertirse en una guerra de marcado carácter económico ya que esta prohibición implicaba la imposibilidad de obtener sal, pimienta y especias quedando así gravemente en peligro el principal motor de la economía holandesa, pues la sal constituía una materia prima insustituible tanto en la conservación de pescado y carne como en la industria quesera y mantequillera. Como consecuencia, se produjo una drástica subida de precios y un incremento del paro que pudo llegar a afectar hasta treinta mil trabajadores.

          Dada la gravedad de esta situación los Estados Generales determinaron al mes siguiente, marzo de 1599, organizar una expedición contra España. Reunieron setenta y cuatro naves con diez mil hombres y abundante artillería y la pusieron en manos del almirante Van der Does, ordenándole causar el mayor perjuicio posible «apresando sus navíos mercantes, atacando sus puertos, ciudades e islas, imponiéndoles rescates u hostilizándolos». Así que, no solo no se cumplieron las expectativas de Felipe II sino que se produjo, ya con Felipe III en el trono, uno de los ataques más graves y de mayor calado en la geopolítica canaria.

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El almirante holandés Pieter Van der Does

          Los hechos tuvieron lugar entre el 26 de junio y el 8 de julio de 1599 comenzando con el ataque a la bahía de La Luz por una potente armada de los Países Bajos dando lugar a lo que pudo ser la invasión de Gran Canaria y tal vez del resto del archipiélago. Los días 3 y 4 de julio la ciudad de Las Palmas fue saqueada e incendiada. Este acontecimiento constituye uno de los más trágicos de la historia de la isla.

          A los holandeses se enfrentaron los grancanarios, al mando de Alonso de Alvarado, con un pequeño ejército de 150 soldados profesionales y mil milicianos usando las armas de que disponían: algunos arcabuces, picas, aperos de labranza y una heroicidad innegable.

          Fue el fin de un siglo, de una época de prosperidad en una ciudad que no volvió a ser la misma a lo largo del siglo siguiente, y a la vez constituyó una gran victoria de la que dependió la paz y la seguridad futura de Canarias.

 

 Valor estratégico de Gran Canaria

          La importancia de la situación de las islas Canarias, última escala hacia América, era evidente, más en un tiempo en que aún no existía el canal de Suez y el comercio con las islas de las especias se hacía por las difíciles rutas del Cabo de Buena Esperanza y el Estrecho de Magallanes.

          Las islas también ejercían la función de enclave defensivo frente a las incursiones de corsos. Por ello ya Felipe II había dispuesto su fortificación, nunca completada del todo por falta de créditos. Estos ataques corsarios tenían por finalidad unas veces saquear alguna población, otras veces las islas se convertían en el escondite desde el que acechar la llegada del oro y la plata americanos y, finalmente, la conquista de alguna de ellas permitía emplearla como punto de apoyo avanzado hacia América o África.

          Gran Canaria constituía una encrucijada de primer orden en el tráfico marítimo atlántico y era el punto de unión entre Europa y América.Esta situación privilegiada era codiciada por ingleses, africanos y holandeses que intentaron en repetidas ocasiones apoderarse de ella. Contaba con más de la mitad de la población del Archipiélago y su capital era una plaza próspera que enviaba azúcar, caldos canarios y productos coloniales a los mercados europeos, de los que importaba textiles y productos manufacturados. Este productivo intercambio atraía barcos de todas las banderas en busca de transacciones comerciales o de aprovisionamiento.

          De todo el archipiélago solamente en el puerto de La Luz se podía llevar a cabo todas estas actividades portuarias y comerciales y, a diferencia de La Orotava o La Laguna que están protegidas en el interior, Las Palmas es una ciudad abierta al mar.

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Vista del ataque holandés a Las Palmas de Gran Canaria. Francisco Mexia, Canónigo (1599). Archivo General de Simancas

 

Estado de la defensa

          Con la designación de don Luis de la Cueva y Benavides en 1589 como capitán general de las islas se instauró en Gran Canaria un presidio de seiscientos soldados, se hicieron estudios detallados de las defensas y se intentó mejorar las fortificaciones. De la Cueva acarició, además, la idea de construir una pequeña flota que permitiera la proyección de fuerzas entre islas pero este proyecto de defensa dinámica nunca llegó a materializarse. Las fortificaciones alcanzaron un desarrollo elemental, de tal manera que la ciudad de Las Palmas contaba con murallas al norte y al sur y dos fuertes, Santa Ana y Santa Isabel, más el castillo de La Luz que protegía el puerto.

        El gobernador militar, Alonso de Alvarado, era un pacense veterano de las campañas de Aragón, Italia y Flandes que tenía como segundo a Antonio Pamochamoso, también  experimentado soldado y pacense como él.

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El gobernador militar de Las Palmas, don  Alonso de Alvarado

          Para defender la población contaba con el Tercio de Las Palmas, integrado por cuatro compañías de piqueros y arcabuceros más algo de caballería y una pequeña cantidad de artillería de corto alcance. A estas fuerzas había que sumar las catorce compañías de milicias de Las Palmas, Telde, Agüimes. La Vega, Teror, Arucas, Gáldar y Guía. Los miembros del Cabildo catedralicio formaban otra unidad. Nuestros soldados estaban dotados de arcabuces por lo que se veían expuestos al fuego de los mosquetes enemigos que los doblaban en alcance.

          En resumen unos mil hombres mal armados, con unas defensas poco consistentes, para oponerse a ocho mil holandeses y su poderosa artillería.

 

Intenciones de la flota holandesa

          Dos fuentes documentales permiten deducir el propósito de los Estados Generales al armar esta gran flota. En primer lugar las instrucciones dadas al almirante: debía emprender contra todas las islas, territorios y poblaciones dependientes del Rey de España y contra todos sus bienes y barcos cuantas acciones juzgara de provecho para el mayor servicio de la nación flamenca; acometer a los españoles en sus propias aguas, cortar las comunicaciones entre España y sus territorios ultramarinos y aprehender los barcos que se cruzasen por el camino; además de ocupar y fortificar lugares adecuados para el anclaje y protección de navíos, procurando soliviantar a sus poblaciones contra España.

          La finalidad de lucro económico era evidente, como lo era el intento de dañar todo lo posible la economía española y apoderarse de cualquier porción de terreno útil para establecer un punto de apoyo para el comercio. Avala esta idea el hecho de que los barcos venían lastrados con materiales de construcción y la dotación contaba con maestros constructores.

          El segundo documento es la carta mediante la cual se exigía un rescate por Las Palmas: "… los vecinos e moradores de la isla e ciudad de Canaria exhibirán luego por rescate de sus personas, bienes e haciendas, el valor de 400.000 ducados de once reales cada uno. Ansí mismo, quedarán obligados de pagar en cada un año 10.000 ducados, en mientras los dichos señores Estados poseyeren las otras seis islas de Canaria o cualquier dellas…". Las autoridades de la isla quedaron perplejas a la lectura de esta irrespetuosa carta en la que aparece manifiesta la intención de apoderarse del archipiélago o al menos de alguna de las islas.

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 Ataque holandés a Las Palmas

 

La batalla

          Veintiséis de junio, frente a la bahía de La Luz se presentó una imponente flota extranjera, 74 navíos en los que ondeaban los colores de Holanda y la casa de Orange. Las 150 lanchas de desembarco que remolcaban no dejaban lugar a duda sobre su actitud ofensiva. El gobernador Alvarado dispuso la defensa volcando su esfuerzo principal en tratar de impedir el desembarco enemigo.

          No se encontró solo Alvarado, inmediatamente acudieron los regidores de la ciudad, los hombres de iglesia y el pueblo llano que, unidos a los mil hombres encuadrados en las milicias, se aprestaron a la defensa de la ciudad y de la isla.

          Se sucedieron los duelos artilleros entre los navíos y los fuertes que defendían la ciudad. Los daños ocasionados a varios buques no impidieron los sucesivos intentos de desembarco tenazmente rechazados por los hombres de Alvarado que, herido de muerte, fue sustituido por Pamochamoso, hasta que, en el quinto intento, la sorpresa tecnológica de unas lanchas planas aproximando la costa por una zona de bajíos no preparada para la defensa, y la   superioridad del alcance de la fusilería enemiga hizo que la heroica oposición de los españoles, manteniendo la defensa a pecho descubierto, resultara insostenible. Lograron así los holandeses poner pie en tierra, no sin antes sufrir numerosas bajas y que Ciprián de Torres, capitán de la Compañía de la Vega, adentrándose en el agua atacara al propio Van der Does hiriéndole y perdiendo su vida en este heroico intento.

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Ataque de Ciprián de Torres a Van der Does

          Las fuerzas isleñas se replegaron, la retaguardia española combatió retrocediendo lentamente hasta romper el contacto y se aprestó a la defensa de la ciudad mientras autoridades,  documentos y objetos de valor se retiraron hacia el interior.

          Tras una preparación artillera de cinco horas, la infantería holandesa avanzó para asaltar por el frente mientras trató de envolver la ciudad y cortar la retirada a los defensores. Una vez más quedó el campo cubierto de cadáveres enemigos pero con los muros y parapetos destruidos y, ante la enorme potencia holandesa, los milicianos se vieron obligados a abandonar la ciudad, no sin antes haber ganado el tiempo necesario para que la población la abandonara con sus enseres.

          Una vez tomada la ciudad, Van der Does intentó cobrar un cuantioso rescate a cambio de dejar libres a todos los isleños quienes anualmente deberían pagar una suma de dinero a Holanda. Las autoridades isleñas, reunidas en Santa Brígida, rechazaron la propuesta del holandés y se aprestaron otra vez a la lucha. El martes 29 de junio enviaron una carta al Rey dando cuenta de que el enemigo se había apoderado de la ciudad pero que están «animados a defender el resto hasta perder las vidas».

          En la mañana del sábado 3 de julio, una columna de 4.000 atacantes se dirigió al monte Lentiscal donde Pamochamoso, con no más de 400 hombres, se dispuso a presentar pelea. Los españoles habían cortado acequias y cegado fuentes. El sol abrasaba, el calor era sofocante. Las tropas holandesas, pesadamente dotadas de equipo y armamento y nada habituadas a este terreno, sufrían sedientas su dureza mientras intentaban avanzar.

          Pamochamoso eligió como límite en la retirada un bosque frondoso en el que disimular sus escasas fuerzas y hacer que se multipliquen en la mente del invasor con sus estratagemas, adoptó la firme decisión de cerrar el paso al enemigo y, atacándolo entre la espesa vegetación, hacerle creer que se enfrentaba a una fuerza mucho más potente. Nuestros hombres se agazaparon a ambos lados del camino en un punto dominante denominado El Batán, lo que obligó a la columna de asalto a atacar de abajo arriba y sin posibilidad de aprovechar la ventaja de su armamento en la espesura. El grueso de la fuerza esperó mientras treinta o cuarenta isleños hostigaban a los holandeses actuando contra sus flancos y retaguardia.

          Batieron los nuestros sus tambores atronando el monte mientras agitaban al aire banderas para parecer más numerosos. Ordenado el ataque, éste se desencadenó con tal rabia que las fuerzas holandesas, sometidas a una sorpresa total, iniciaron una desordenada retirada monte abajo hasta los aledaños de la ciudad.

          La represalia enemiga no se hizo esperar, inmediatamente procedieron al saqueo de la capital y a la quema de edificios. Trasladaron a sus barcos las campanas de la catedral, los cañones y todos los productos agrícolas de que pudieron hacer acopio hasta que, a la mañana siguiente los canarios, que no estaban dispuestos a dejar destruir su ciudad, atacaron por sorpresa con tal violencia que los holandeses huyeron a sus barcos abandonando el resto del botín que habían acumulado. El domingo 4 de julio se recuperó definitivamente la ciudad y cuatro días después la flota enemiga abandonó la bahía.

          Frente al dolor de las familias que habían perdido seres queridos y los grandes destrozos materiales, producidos por el invasor, se acababa de escribir una de las páginas más heroicas de la isla de Gran Canaria.

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El combate en el monte Lentiscal

 

Trascendencia histórica del ataque

          El ataque tuvo serias repercusiones tanto en el orden económico como en el político. Por un lado logró interrumpir las actividades comerciales españolas con América durante una larga temporada. Por otro, la preocupación que causó hizo que Felipe III acometiera reformas en la administración del Estado, incluyendo cambios en el Consejo de Estado y el Consejo de Indias.

          Para Holanda la expedición constituyó un rotundo fracaso  por su elevado coste tanto económico, el botín obtenido no alcanzó ni para sufragar los gastos de la empresa, como en vidas humanas, unos mil cuatrocientos hombres perecieron durante las operaciones.

          Este ataque, la peste que se declaró poco después, las malas cosechas y la pérdida de competitividad del azúcar frente al vino hicieron que Tenerife superara la tradicional hegemonía grancanaria. De modo que para esta isla constituyó el episodio histórico que marcó, con el cambio de siglo, la pérdida de su predominio, además de quedar grabado de manera indeleble en los corazones de todos sus habitantes.

          En el futuro la doctrina de defensa del territorio se redactará en base a las lecciones aprendidas en esta campaña. La clave de la victoria la descubrieron los grancanarios al utilizar una táctica hasta entonces desconocida: la lucha en el medio rural en base al conocimiento de la naturaleza del terreno, el apoyo de la población civil y al establecimiento de depósitos en el interior, para atacar por sorpresa y retirarse rápidamente. Es decir, sobre la experiencia de la defensa contra Van der Does a finales del siglo XVI se describió a principios del XVIII una nueva forma de combatir: la guerra de guerrillas que, perfeccionada en el XIX contra Napoleón, estará presente en todos los conflictos a partir de ese momento.

          Los naturales de la isla dieron pruebas de un valor indomable y de un sublime arrojo. Los cinco intentos sucesivos de desembarco rechazados con singular denuedo, el enfrentamiento a pecho descubierto a los invasores que intentaban poner pie en tierra apoyados por mortífero fuego, las sublimes hazañas de Cipriano de Torres y tantos otros héroes anónimos, la defensa de la ciudad durante dos días en condiciones de aplastante inferioridad, el desigual encuentro del monte Lentiscal y el asalto definitivo a la ciudad, son episodios a cual más glorioso.

          En ningún otro momento de la historia estuvo Gran Canaria tan a riesgo de romper los vínculos que la unirán para siempre con la Madre Patria; se salvó para España en aquella gloriosa jornada tras una de las operaciones de guerra más trascendentales que hayan tenido por escenario las islas del archipiélago.

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Monumento a Alonso de Alvarado en Las Palmas

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Bibliografía y fuentes

1599-1999 IV Centenario del ataque holandés a Gran Canaria, Documentos y datos de la Efeméride, Las Palmas de Gran Canaria, 1999.

− Béthencourt Massieu, Antonio de. Coordinador: Coloquio Internacional Canarias y el Atlántico 1580-1648, Ediciones del Cabildo de Gran Canaria, 2001.

− Rodriguez Batllori, Antonio: La Gesta del Batán, IV centenario del ataque holandés a Gran Canaria, Colección Adalid, Madrid 1999.

− Rumeu de Armas, Antonio: Canarias y el Atlántico, Piraterías y Ataques Navales, Tomo III, Título XI, Gobierno de Canarias, Cabildo de Gran Canaria, Cabildo de Tenerife 1991 y  http://mdc.ulpgc.es/cdm/ref/collection/MDC/ id/154299.

− Rumeu de Armas, Antonio: La invasión de Las Palmas por el Almirante Holandés Van der Does en 1599, Ediciones del Cabildo de Gran Canaria, 1999.

− Laforet, Juan José: Los grancanarios y la defensa de su isla, El regimiento Canarias nº 50, Real  Sociedad Económica de Amigos del País de Gran Canaria, 2008.

− Quintana Andrés, Pedro C. : Las sombras de una ciudad: Las Palmas después de Van der Does, Ediciones del Cabildo de Gran Canaria, 1999.

− Socorro Santana, Pedro: El Batán: geografía de una batalla, diario La Provincia 5 de julio de 2015.

− Diversos artículos de la prensa local.

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