El barranquillo (Retales de la Historia - 253)

 
Por Luis Cola Benítez (Publicado en La Opinión el 28 de febrero de 2016).
 
 
 
          El barranquillo por antonomasia, el más conocido de Santa Cruz que dio nombre a una de sus calles más céntricas y que lo cruza desde Las Colinas de Las Mesas hasta el mar, no debe su primitivo nombre de Cagaceite a razones escatológicas ni, como también se le conocía como barranquillo del Aceite, al oleoso producto del olivo. Según el profesor Álvarez Delgado, estudioso del habla de los antiguos habitantes, con el topónimo grancanario Tamaraceite comparte raíz aborigen relacionada con “hendidura” o “grieta”, acorde con su topografía.
 
          Durante más de tres siglos el más famoso barranquillo de la villa permaneció puede decirse que casi en su estado original, y sólo se empezó a pensar en abovedarlo en los inicios del  XIX. La dependencia del Cabildo establecido en La Laguna era tal que cuando en 1776 el vecino de Santa Cruz Juan Manuel Troncoso construía casa en las cercanías del barranquillo tuvo que pedir al Cabildo que nombrara diputados para señalar la distancia que debía guardar. A principios del XIX se había comenzado a abovedar la desembocadura, lo que permitiría el uso del espacio resultante pero también se favorecían las obstrucciones y desbordamientos cuando llovía con alguna intensidad. En 1812, hubo de procederse a la limpieza de las bóvedas y el alcalde José Víctor Domínguez lo hizo “con cargo al producto de las penas que se hubieran recogido”.
 
          Fue precisamente en parte del solar aprovechable al cubrir el cauce junto a la desembocadura donde se construyó la primera recova de Santa Cruz, en cuya portada de entrada figuraba un escudo labrado nada menos que por el escultor orotavense Fernando Estévez, que cobró 40 pesos por el trabajo. ¿Existirá en algún lugar? Mientras, la "calle del Barranco del Aceite” iba creciendo y en 1813 ya vivían en ella un “teniente coronel del Provincial”, un “empleado de Consolidación”, uno “del Comercio”, un “maestro de Lengua”, un “lonjero”, un ventero, seis criados, un tonelero, un jornalero, un panadero “de munición”, una hilandera, una panadera, una lavandera y dos zapateros.
 
          Pero el cerramiento seguía dando problemas y, cuando la boca y bóveda del barranquillo volvió a arruinarse, el alcalde José Sansón encargó al regidor José Mª de Villa “que supla el gasto en calidad de reintegro”. Así lo hizo. En 1820 es el entonces regidor Matías del Castillo el que tuvo que pedir auxilio al cuerpo de Ingenieros para la reparación de la bóveda y de la muralla defensiva inmediata a espaldas de la recova. Ayudaban los regidores, o se pedía al capitán general que destinara algunos penados para los trabajos, o con la colaboración de Fortificaciones. También colaboraban los particulares. En 1835 un vecino de la calle de la Luz se quejó de los malos olores y se le dijo que si prolongaba la bóveda a su costa se le haría escritura de los solares. Así lo hizo también cuatro años más tarde Julián Robayna y de ahí el nombre de la calle. Su oferta facilitó la unión con el camino de La Laguna a la altura de la hoy plaza Weyler, de las calles San Lucas, San Clemente, Jesús Nazareno y Callao de Lima. Se aprobó y se le entregó certificado del acuerdo, que le serviría de título de propiedad de los solares.
 
       En 1848 el barranquillo volvió a sufrir una seria obstrucción que reparó el arquitecto municipal Manuel de Oráa, con presupuesto de 800 rs. vn., y de nuevo con la ayuda de Fortificaciones. El problema se repetía año tras año, hasta que se pensó desviarlo hacia el barranco de Santos a la altura de Salamanca. Se desistió, primero, por el daño que se ocasionaría a las presas particulares del barranco y, segundo y fundamentalmente, por falta de fondos. No obstante se siguió pensando en esta solución y el alcalde Juan Febles propuso pedir su parecer al ingeniero jefe de Obras Públicas, Prudencio Guadalfajara, que siempre se había prestado a colaborar con el ayuntamiento.
 
         Comienza el siglo XX cuando el arquitecto municipal presenta nuevo proyecto de desvío, esta vez por Veinticinco de Julio y Galcerán y, simultáneamente, se comienza a pensar en prolongar la bóveda desde Veinticinco de Julio hacia arriba, lo que vendría a realizarse cuatro años más tarde, adjudicada la obra a Juan Antonio Padrón por 11.962 ptas., cuya recepción definitiva no tuvo lugar hasta enero de 1906, bajo la alcaldía de Pedro Schwartz. Este mismo año se pensó en cubrir hasta el puente de Mandillo, que cruzaba el cauce a la altura de la entonces llamada Rambla 11 de Febrero, pero todo se paralizó al conocerse que el coste del proyecto ascendía a 35.657 ptas., entre protestas de los vecinos de Costa Grijalba, Jesús María y Viera Clavijo que pedían rapidez en la ejecución por razones sanitarias. Tres años después se iniciaron los trabajos. 
 
          Hasta los años veinte no se logró llegar a la calle Salamanca, cuando en 1926 se aprobó un crédito de 60.000 ptas. para el desvío del barranquillo al barranco de Santos, incluyendo el encauzamiento de las aguas de las laderas de Las Mesas, obra adjudicada a Herman Dait, y que fue recibida oficialmente en 1932, después de buscar la forma de abonarle las 16.978 ptas. que aún se le adeudaban.
 
 - - - - - - - - - - - - - - - - - - -