Dar posada al peregrino (Retales de la Historia - 251)

 
Por Luis Cola Benítez  (Publicado en La Opinión el 14 de febrero de 2016).
 
 
          Dar posada al que necesita un techo para guarecerse, es una de las más beneméritas entre las obras de misericordia. Santa Cruz demostró siempre el caritativo espíritu de sus vecinos y nunca pusieron trabas para aceptar hacerse cargo a su llegada de funcionarios o militares, incluso antes de que oficialmente le fuera concedido el título de Muy Benéfica. Pero una cosa era albergar personas aisladas o grupos reducidos y otra muy distinta el disponer de los medios precisos para acoger a un batallón. 
 
          En 1770, en una época de grandes escaseces y miserias que sufría el pueblo, llegó el Regimiento de América compuesto de dos batallones de 700 soldados cada uno. Si grande fue la dificultad para buscarles alojamiento, mayor lo fue para hacer frente al enorme gasto que representaba su manutención, que mermaba las ya precarias disponibilidades del ayuntamiento para atender las más perentorias necesidades del pueblo. El regimiento, se argumentaba, venía para defender la isla, pero razón tenía Lope Antonio de la Guerra cuando exponía que “es más temible que sea vencida sitiada por hambre, que por falta de valor y resistencia de sus naturales.”
 
          Finalizando el siglo XVIII, en 1795, es alquilado  el Hospicio de San Carlos para acuartelamiento de tropas y los allí acogidos, por orden del comandante general José Perlasca, pasaron a ocupar una casa del presbítero Carlos Bignoni Logman, también en régimen de alquiler por 140 pesos al año, situada en la plaza de la Iglesia y de la que curiosamente se hace constar,” con ventana trasera hacia el barranquillo.” Ahora bien, el arrendamiento del hospicio comprendía sólo el edificio, pues el cultivo de la huerta anexa era una apreciable ayuda para el sustento de los acogidos, y cuando la tropa empezó a utilizar aquel espacio para sus ejercicios se produjeron lógicas protestas del alcalde Andrés Oliver, que pidió al comandante general que ordenara cerrar los accesos.
 
          En 1818 se repitió la historia al ser destinado para guarnecer las islas el Batallón  Ligero 1º de  Cataluña. Era preciso acondicionar San Carlos, ocupado por fuerzas de  Milicias, para alojar a la nueva unidad y el comandante general Rodríguez de la Buria pidió  el  viejo cuartel de San Miguel  para trasladar  las Milicias  mientras  se hacían las imprescindibles obras,  a lo que el ayuntamiento accedió con carácter provisional,  pues en San Miguel iban a acogerse los enfermos del Hospital civil,  en cuyo edificio se proyectaba crear una Escuela de Cirugía, que nunca llegó a ser realidad. Pero el costo de las obras dejó paralizados a los regidores: la rehabilitación de San Carlos ascendía a 30.216 reales y prepararlo para alojar tropas 21.483 reales más. Ante la imposibilidad de asumir tales cifras, se acordó hacer sólo lo más imprescindible.
 
          Pero no se acabó así el problema pues el general pidió también alojamiento para 34 ó 36 jefes y oficiales. Se nombró una comisión que presentó presupuesto al intendente pero este contestó que debía ser por cuenta de los vecinos a lo que el ayuntamiento se negaba, alegando que así estaba estipulado en caso de urgencia, que no era el presente, y que muchos de los jefes y oficiales venían con sus familias, por lo que todo tenía que ser por cuenta de la Real Hacienda. El intendente se mostró inflexible y recordó al alcalde que en este caso sólo estaban exceptuados el obispo y los párrocos. Estaba claro que no había forma de librarse. El caso se repitió en 1823 con la llegada del general Ramón Polo y un grupo de jefes y oficiales que hubo que alojar en casas particulares, así como en este mismo año cuando llegó la fragata francesa Venus en su famoso viaje y el general pidió alojamiento para 14 oficiales. Se ofreció una casa desocupada de José de Monteverde y los ediles y varios vecinos se comprometieron a dotarla de camas y lo demás necesario, dejando claro que era por deferencia hacia el nuevo comandante general pues no existía norma alguna que obligara a hacerlo. Pero las hubiera o no, siempre se favorecían las situaciones conflictivas.
 
          En 1825 el brigadier Isidoro Uriarte arrestó a dos diputados por negarse a dar alojamiento a 81 oficiales procedentes de América en la fragata americana Porcia, rumbo a la Península después de la derrota de Ayacucho en el Perú, alegando los ediles que ya tenían alojamiento en el buque surto en la bahía en el que seguirían su viaje. El militar fue reconvenido, y también el ayuntamiento, pero los fiscales calificaron el incidente como “golpe militar”.
 
         Hasta en las casas consistoriales en el suprimido convento franciscano se alojaba tropa por orden superior, lo que indujo al alcalde Francisco Meoqui a declarar que “no siendo correspondte. con el alto decoro y dignidad de esta Corporación municipal el salir en Cuerpo por entre las cuadras de los soldados que se hallan alojados en este edificio… se acuerda no concurrir a ninguna función mientras sirva de cuartel.”
 
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         Para los lectores que me preguntan, en vista de que el editor suprime la numeración que llevan los artículos, este es el Retal número 251 de la serie.
 
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