Presentación de libro "Tigre 1797. Cañonazos en Santa Cruz"

 
A cargo de Carlos Hernández Bento  (Palabras pronunciadas el 24 de julio de 2014 en la presentación del libro Tigre 1797. Cañonazos en Santa Cruz, de C. Miranda y V. Bidart, en la sede de MAC, Casa Elder, Santa Cruz de Tenerife).
 
 
          Señoras y señores, buenas noches.
 
         Conocí a mi tocayo Carlos Miranda haciendo exactamente lo mismo que yo: presentando su libro a los niños del colegio de La Salle de Santa Cruz de Tenerife. Él lo hizo justo antes y en la misma sala.
 
         En los cinco o diez minutos que duró el cambio de público infantil, entraban unas clases y salían otras, fue capaz de presentarse y de hablarme de su libro, mientras se leía la reseña y las solapas del mío (un libro de investigación histórica sobre un ataque naval contra La Gomera) y le daba un ávido repaso a su interior.
 
          Esto le bastó para alzar la voz de repente, en cuanto los chicos estuvieron preparados, e improvisar una presentación, que me vino de maravilla. La fulgurante escena de diez minutos, me dijo muchas cosas buenas de él: extroversión, generosidad y disposición a la ayuda, interés por la cultura y dinamismo. En tan corto espacio de tiempo había conocido a una persona de un solo golpe y "grosso modo".
 
          Carlos Miranda es el creador de Bruno y Tigre, los personajes principales de la novela ilustrada que hoy les venimos a presentar: Tigre, 1797. Cañonazos en Santa CruzEs licenciado en Bellas Artes por la Universidad de La Laguna y diplomado en Animación Comercial en la VanArts School de Vancouver.
 
          Desde que uno lo conoce se da cuenta de su enorme inquietud, frenética actividad y de su mente llena de proyectos, capaz de compaginar la realización de fabulosas ilustraciones con la de guiones y gráficos para contenidos interactivos.
 
          Como dibujante ha hecho de todo, destacando por sus caricaturas para prensa y la infinidad de trabajos de publicidad que tiene a sus espaldas.
 
         Por si esto fuera poco, Carlos ha sido impulsor de varios proyectos de animación, destacando el cortometraje A mano (2005), que fue galardonado en el “2D or not 2D Animation Festival” de Estados Unidos. Siendo, además, el creador del Curso de Animación Tradicional y Digital, el mayor proyecto docente para formar animadores que hay en Canarias, desarrollado en colaboración con La Mirada Producciones.
 
          Ha coescrito esta maravillosa historia de Tigre y Bruno, de la que además es ilustrador, junto a su compañero argentino Víctor Bidart, personaje multifacético, con cuya presencia no hemos podido contar hoy.
 
          El Santa Cruz de Tenerife de 1797 en el que se ven atrapados Bruno y su ingobernable perrito, Tigre, era por entonces la única plaza fuerte de Canarias, una población, tranquila y de aspecto agradable, que no llegaba a los 8.000 habitantes, los cuales se aglutinaban en torno al castillo de San Cristóbal, la iglesia de Ntra. Sra. de la Concepción y los desembarcaderos; el más importante de los cuales, el muelle, estaba construido en piedra basáltica. También destacaban como referentes urbanos, la iglesia del Pilar y varias ermitas, dos hospitales, dos conventos y dos paseos públicos: la Alameda, que estaba junto a la playa del muelle, y la plaza principal, que se extendía tras el castillo y estaba adornada con una cruz, un monumento a la virgen de Candelaria y una pila, que daba nombre al espacio.
 
          Las casas de la creciente burguesía mercantil solían ser de dos plantas y contrastaban con la sencillez de las más humildes. El conjunto de 800 a 900 viviendas que conformaba Santa Cruz, estaba organizado en calles bien trazadas, pero de defectuoso pavimento. Destacaban por su rectitud e importancia la del Castillo que, partía de la fortaleza que le daba nombre y suponía el comienzo del ascenso en dirección a La Laguna, y la de San Francisco, que corría por la costa en dirección Norte, sirviendo de observatorio sobre el Océano.
 
          Abrigada de los vientos por las montañas de Anaga que se levantan a su espalda, la bahía acogía la mayor parte del tráfico comercial del Archipiélago y la gran cantidad de comercios que había abiertos en 1797, da idea de la vitalidad que tenía por entonces. Además de esto, en la ciudad radicaban las oficinas Reales de la Aduana y era la sede del comandante general del Archipiélago canario, que a la sazón era don Antonio Gutiérrez de Otero.
 
         La defensa del territorio estaba encomendada a las Milicias provinciales, integradas por gentes del país, y por el Batallón de Infantería de Canarias, que, creado en 1792, estaba conformado por soldados profesionales, los cuales aparte de defender las Islas, tenían la misión de preparar e instruir a los milicianos que se le agregasen. Los hombres de este Batallón, serían los únicos con alguna experiencia bélica con los que contó Gutiérrez durante la defensa de Tenerife.
 
          Por otra parte, el armamento era escaso o anticuado y no estaba en las debidas condiciones de uso: cañones con las cureñas defectuosas o con los ejes inutilizados y casos de piezas de artillería que llegaron a reventar al hacer fuego. En las fechas del ataque solamente dispusieron de armas unos 500 hombres y el resto de los combatientes tuvieron que conformarse con garrotes, picas o rozaderas.
 
          Las aventuras de Bruno y su perro Tigre transcurren en este escenario, cuya descripción completa ha sido construida con mucho esfuerzo por generaciones de investigadores históricos, gracias a la obtención y el contraste continuo de datos objetivos.
 
          No es mi intención hacer teoría sobre las fronteras que hay entre investigación histórica y novela histórica, pero sí que me gustaría expresar que a mi parecer la Literatura empieza donde lo deja la Ciencia (histórica), siendo un intento de satisfacer la humana curiosidad de ir más allá del dato frío que ofrece el historiador.
 
         A través de sus personajes, la imaginación literaria y artística de Carlos se empeña en conversar y convivir con aquellas gentes que nos precedieron. No nos basta con saber cuáles eran sus oficios, de qué hablaban, qué hacían a diario, cómo vestían, qué comían o cómo era ese Santa Cruz que les tocó vivir. Queremos hablar con ellos, comunicarnos y tener anécdotas que contar. En suma… ¡El sueño de tantos historiadores! ¡La Máquina del Tiempo!
 
        Independientemente de que sea un libro para niños, es una obra a través de la que todos podemos aprender algo sobre “la más alta ocasión que vieron los siglos de la Historia de Canarias”, parafraseando a Cervantes, el mejor novelista de siempre, cuando habló de su participación en la batalla de Lepanto de 1571.
 
          Si hablamos de su técnica narrativa, es una novela que admite varios desarrollos argumentales que puede ir eligiendo interactivamente el propio lector, y que tendría una referencia de alta escuela en la novela Rayuela (1963) del argentino Julio Cortázar, y otra más cercana a la gente de mi generación y de andar por casa, constituida por las obras de la Editorial Timunmas (de los años 80 y 90), que tanto nos entretuvieron en su momento. La única diferencia es que Tigre, 1797, no tiene múltiples finales y que sus protagonistas son espectadores de lujo de los sucesos históricos, pero nunca parte determinante o influyente en los mismos.
 
          En mi humilde opinión, me parece un libro bien escrito y de verbo fluido -lo cual tiende a confundirse con “de fácil elaboración”-, que sabe mantener la tensión del lector hasta el final y que se ve que ha sido bien asesorado por historiadores, lo que habla del buen hacer y de lo cuidadosos que han sido sus autores.
 
          Sus dibujos son parte fundamental de la narración y convierten el libro una obra que entra por los ojos, haciéndola mucho más atractiva si cabe.
 
          Este conjunto de características lo acercan a la recurrida máxima de Horacio, el gran poeta de la Antigua Roma: “Aut delectare, aut prodesse est (enseñar deleitando)”.
 
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -