El mobiliario institucional (Retales de la Historia - 249)

 
Por Luis Cola Benítez  (Publicado en La Opinión el 31 de enero de 2016).
 
 
          No hay constancia de que antes de 1813 el ayuntamiento de la que desde  hacía pocos años era Villa exenta dispusiera de sede propia, pues en las actas de las juntas se dice que se celebraban en las salas del señor alcalde, que hacen de consistoriales. Fue en el citado año cuando se alquiló la casa de la calle San Francisco esquina a la del Castillo, en la parte alta de la plaza de la Pila y haciendo frente a la Cruz de Montañés, en la que había nacido el general Leopoldo O´Donnell. Esta fue la primera sede del ayuntamiento.
 
          Sin embargo antes de la fecha citada hay indicios de que se disponía de algún otro lugar para celebrar las sesiones, lo que explicaría que en 1806 José Guezala regalara al ayuntamiento la madera de pino necesaria para hacer dos bancos “para la sala en la que se celebran las reuniones del concejo”. Esta forma de expresarse no parece la más apropiada si las reuniones se celebraban en casa del alcalde. Los bancos, que comenzaron a utilizarse en 1810, no debían ser poca cosa pues provistos de las correspondientes alfombras fueron tapizados con tachuelas doradas y cada uno llevaba bordado el escudo de la Villa, todo lo cual, según cuenta firmada por los regidores Matías del Castillo y Henrique Casalon, costó nada menos que 2.715 reales de vellón.
 
          Llama la atención el hecho de que transcurridos cuatro años fuera necesario restaurar el mobiliario, la mitad de cuyo importe lo pagó el alcalde Matías del Castillo más lo recaudado por multas y la otra mitad por prorrateo entre los regidores. Pero hay más, pues transcurridos otros cuatro años otro alcalde, José Sansón, dice que los bancos grandes están “indecentes por haberse roto el damasco” y encarga el arreglo a Rafael Carta, “cuyo costo se le reintegrará”. La cuenta ascendió a 4 pesos y 4 reales de vellón.
 
        La verdad es que los dichosos bancos llevaban una vida bastante ajetreada que puede explicar su frecuente deterioro, pues cada vez que tenía lugar alguna función eran llevados a la iglesia y luego devueltos a la sede municipal. La  carga y descarga y los viajes en algún destartalado carro contribuirían  al lógico estropicio. Conocemos datos de 1821, año en el que los bancos hicieron una docena de viajes de ida y vuelta entre la parroquia y el  consistorio: el 2 de febrero  por la Candelaria, en la predicación de las Bulas, el aniversario de la Constitución el 13 de marzo, el Domingo de Ramos, Jueves y Viernes Santos, aniversario del 2 de mayo, 3 de mayo día de la Cruz, 1 de junio por San Fernando, el 31 día de los Mártires de la Libertad, Corpus Christi, Santiago el 25 de julio y la Inmaculada Concepción en diciembre. En todos los casos se anotan en las cuentas 4 reales, “por llevar los bancos a la Iglesia y devolverlos al Ayuntamiento”.
 
          Pero además de los bancos la corporación precisaba de otro mobiliario representativo que agenciaba como buenamente podía. Por ejemplo, el mayordomo de la Cofradía del Santísimo Sacramento ofició al Ayuntamiento diciéndole que si deseaba  usar en las funciones el nuevo dosel de terciopelo esperaba que contribuyera con alguna cantidad y se acordó aportar 240 reales. El año siguiente, al saberse que la Diputación iba a dejar de usar el dosel que había sido del Tribunal de la Inquisición, ante la total carencia de fondos “para adornar su sala con la decencia que le es debida”, se pidió que le fuera cedido. Al volver los frailes a su convento el comisionado del crédito público pidió el dosel de terciopelo para devolverlo a los dominicos.
 
        En 1823 el Ayuntamiento sigue en casa alquilada y de nuevo los bancos de las salas capitulares están destrozados “en términos que es indecoroso á la decencia que es debida y corresponde á la Corporación”. Se encarga al regidor Gregorio Asensio Carta que compre cortinas de damasco para forrarlos y que se haga un arca de tres llaves para guardar los fondos municipales, todo a pagar del impuesto sobre el aguardiente de caña.
 
          Se usaban también cuatro bancos y una silla de terciopelo que habían sido del extinguido Tribunal de la Inquisición, cuya devolución pedía el administrador de Amortización. En 1828 se forraron los dos bancos grandes con “terciopelo de seda a 3 ptas. y 3 rs. de plata la vara.” Los comisionados, Matías del Castillo y José Mª de Villa, presentaron cuenta por 1.914 rs. vn. y 22 mrs. En 1841 se repusieron las alfombras que se colocaban delante de los bancos en las funciones. El estado del mobiliario seguía siendo lamentable y el procurador síndico denunciaba el desaliñado estado de la sala de sesiones, “bancos destrozados y casi inservibles, colgaduras y cortinas desgarradas, cubierta de la mesa hecha pedazos que aún en casa del más infeliz harían  un triste papel, desaparecido el clarín que cubría la araña que regaló la señora de Forstall y” -por si fuera poco- “la escalera la prestó el portero y se ha perdido”.
 
         En 1848, siendo alcalde José Librero, el gobierno político reclamó cuatro bancos de la extinguida Inquisición y se contestó que nada se sabía y se creía que estaban en la sala de audiencia del Juez de 1ª instancia.
 
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