Arte y utensilios guanches (Los guanches - 3)

 
Por Alastair F. Robertson  (Publicado en inglés en Tenerife News, en su número 489, el 1 de diciembre de 2013). Traducción de Emilio Abad. 
 
 
          El arte de los guanches de Tenerife está considerado como el más primitivo al compararlo con el de los habitantes de las otras islas, lo que tampoco quiere decir gran cosa, porque estos no fueron mucho más sofisticados. Gran Canaria, donde se ha encontrado grabadas en piedras algunas letras del alfabeto bereber, se considera que fue la más avanzada, culturalmente hablando, del Archipiélago, aunque también se hayan localizado letras bereberes en El Hierro, La Gomera y Tenerife. En La Palma se han encontrado, grabados en rocas, espirales y dibujos circulares muy parecidos a los que aparecieron en Northumberland y otras partes de Gran Bretaña y en la costa occidental del continente europeo. El arte en Tenerife no pareció evolucionar desde los tiempos del Neolítico. Aparte de los que parecen ser ejemplos de grabados de figuras humanas, pescados, tortugas e incluso barcos, aunque estos pertenecen seguramente a los últimos tiempos, el arte mural de Tenerife se reduce a líneas rectas y rejillas, apenas arañadas en la superficie de las rocas, lo que difícilmente se puede considerar arte. Quizás los pastores, en sus momentos de ocio, estaban tan solo garabateando, al igual que hacemos nosotros con una pluma y un papel.
 
          Por lo que respecta a la alfarería guanche, se puede clasificar tanto de industria como de arte. Las piezas encontradas son casi exclusivamente recipientes, llamados “gánigos”. Se han localizado por toda la isla, y su uso parece que fue exclusivamente funcional, con un mínimo casi total de decoración, fabricados para cocinar o almacenar comida y líquidos. No parece que los guanches conocieran la rueda, de modo que aunque los potes fueran más redondos que cuadrados, se les dio la forma a mano. La decoración se limita, generalmente, a pequeñas muescas o incisiones alrededor del borde, o a alguna que otra raya, que en sí misma sería también funcional, quizás para ayudar a sostener el cacharro. Los jarros son algo raros para los europeos del Norte, porque aunque su forma básica es similar a la de las vasijas encontradas en Gran Bretaña, presentan con frecuencia dos asas, opuestas diametralmente, con forma de pitorro, función que desempeñaban algunas veces, aunque no la mayoría (parecen intentos fallidos). En raras ocasiones se han encontrado cucharas y platos, pero pudiera ser, simplemente, que estos utensilios no hayan sobrevivido lo suficiente como para ser descubiertos en nuestros días. Es extraño que no haya indicios de evolución en el estilo de la alfarería, lo que hace difícil poner fecha a las vasijas, como sucede, por ejemplo, en la alfarería romana. El diseño más común parece similar al que estaba de moda en el Norte de África en tiempos no anteriores al segundo siglo después de Cristo. En el pequeño Museo del Puerto de la Cruz hay una bonita muestra de alfarería, en la que se explican las diferentes categorías y usos de los utensilios, pero, si lo visita, puede ser una buena idea que lleve consigo una linterna, porque la última vez que fui la luz de la mayoría de los expositores no funcionaban.
 
          Se han encontrado muchas cuentas de barro, tanto esféricas como cilíndricas, lo que prueba que, pese a todo, los guanches poseían alguna sensibilidad estética. Las cuentas se han localizado con las momias guanches, ensartadas formando collares, pulseras y ajorcas. Las cuentas de los collares se fabricaban también con conchas, espinas de pescados, huesos de animales -como las vértebras- y madera. Una gama de objetos que aún intriga a los investigadores está constituida por unas pequeñas piezas planas, de forma triangular o rectangular, de barro cocido y en las que aparecen grabados una amplia variedad de dibujos. Se cree que serían una especie de sellos que se utilizarían empapados en algún tinte, para marcar pieles o para realizar tatuajes en el cuerpo humano. Ha llegado también hasta nuestros días una pequeña cantidad de sencillas tallas de madera en forma de varas o “anepas”, que eran símbolos de autoridad, y que se identifican por un abultamiento esférico u oval en su parte superior, así como unas jabalinas o lanzas llamadas “banot”. Es posible que estos utensilios no fuesen hechos por cualquiera; hay indicios de que los alfareros y los carpinteros eran especialistas a los que se pagaba en especie sus productos, en una muestra de economía de trueque.
 
          La pieza artística (si es que se trataba de arte) más enigmática es la piedra “zanata”, en forma de pez, encontrada en 1992 cerca de Icod de los Vinos, y que ahora se exhibe en el Museo de la Naturaleza y el Hombre, en Santa Cruz. Los signos alfabéticos grabados en esta pequeña piedra son el único ejemplo de este tipo encontrado en Tenerife, aunque en otras partes de la Isla  se hayan localizado letras. Parecen constituir la excepción a la regla de que Tenerife sea la isla más primitiva del Archipiélago, y constituyen el eslabón más claro de relación entre los guanches de Tenerife y el pueblo bereber. Esta especial piedra es un misterio en sí misma, y hace que nos preguntemos acerca de su significado. ¿Qué nos estaba diciendo quien la hizo?
 
          Los guanches, al igual que otros pueblos del Neolítico, vivían una vida muy sencilla, aunque semi-nómada. Algunos meses se asentaban en las partes altas y el resto del año cerca del mar. Como eran pastores, tenían que cuidar sus rebaños, de modo que cuando una zona de pasto estaba bastante explotada, con sus animales y sus familias se trasladaban a lugares donde la hierba fuese abundante, permitiendo así que el territorio anterior se recuperase. Esta práctica, llamada trashumancia (una encantadora palabra que suena un poco como a ciencia-ficción), fue común en el Norte de Inglaterra hasta finales del siglo XVI. Por esta razón, los guanches no necesitaban una gran cantidad de herramientas y utensilios, y los que poseían eran fácilmente transportables. El cultivo de la tierra, cuando se hacía, era realizado utilizando herramientas muy simples, ya que los nativos hacían el mejor y más inteligente uso de los materiales que tenían a mano. Los aperos consistían en azadas y rastrillos con largos mangos de madera, y cuyas puntas o dientes se fabricaban a partir de cuernos de carneros o cabras. Quizás, si en la isla hubiesen existido metales la historia hubiera sido diferente.
 
          De igual manera, las comodidades hogareñas de los guanches eran muy básicas. Dado que no disponían de lino o de algodón, la ropa de vestir y de cama se confeccionaba en base a pieles de cordero o de cabra muy cuidadosamente cosidas. La habilidad de los nativos en la costura - empleando agujas hechas con espinas de pescados o huesos de animales- queda patente en las envolturas de las momias que han llegado hasta nuestros tiempos.
 
         El utensilio más complejo de que disponían los guanches, lo más cercano a algo parecido a una máquina, era un molinillo constituido por dos piedras que girando una sobre otra molían el grano para hacer “gofio”. Aunque este artilugio demuestra que entendían el movimiento circular, los nativos no conocían la rueda. Su alfarería circular, como dije antes, se hacía a mano, sin la rueda o el torno del alfarero. De todas formas, los vehículos con ruedas hubieran tenido un empleo muy limitado y una corta vida en una isla sin carreteras y con un terreno tan áspero y rocoso.
 
         En general, los guanches eran un pueblo típicamente “primitivo”, que tomaba y usaba únicamente lo que necesitaba, sin polucionar o desfigurar el entorno, a diferencia de nosotros, la gente “civilizada” de hoy en día (Aquí se abre el debate).
 
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     Por cierto, ha habido un comentario sobre mis artículos referentes a los guanches que, aunque reconoce que están escritos con buena intención, resalta que en ellos aparecen varios errores. Fui consciente, cuando empecé a tratar este tema, de que me adentraba en un territorio peligroso, pues sé poco acerca de las numerosas investigaciones académicas más recientes. De modo que lo único que puedo hacer es pedir excusas y repetir la advertencia, que hice en alguna parte de lo ya escrito, de que soy el único culpable de todos los errores. Confío en que las críticas no sean demasiado malas y en que los lectores de estos, no muy serios y ligeros, pero informativos artículos, se sientan movidos a descubrir por sí mismos más detalles de esta misteriosa raza, acudiendo a libros que recogen concienzudas investigaciones. Y, quizás, alguien en Tenerife pueda publicar, en inglés, una obra seria y actualizada sobre el tema.
 
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