Leopoldo O'Donnell y la memoria histórica (Retales de la Historia - 204)

 
Por Luis Cola Benítez  (Publicado en La Opinión el 22 de marzo de 2015).
 
 
          Preguntémonos qué se pretende dar a entender con la expresión “memoria histórica”, tan utilizada con aromas de parcialidad en tiempos recientes, puesto que la memoria de una persona, de un pueblo, de un país, es su propia Historia en total plenitud, sin recortes, incluyendo lo bueno, lo regular y lo malo, sin olvidar que lo que para unos puede ser bueno tal vez para otros no lo sea tanto.
 
      Tan elemental reflexión viene a cuento porque a veces este pueblo tiene memoria para algunas facetas de su trayectoria y, en otras, olvida hechos, acontecimientos, personajes que deberían ser auténticos hitos de su memoria. De su historia. Así ocurre con la figura de un tinerfeño que ocupó varias veces la más alta jerarquía del gobierno: Leopoldo O’Donnell Joris, Duque de Tetuán, Conde de Lucena y Vizconde de Aliaga, laureado en tres ocasiones y otras tantas jefe del Gobierno de España.
 
          Nacido en Santa Cruz de Tenerife el 12 de enero de 1809, era hijo del teniente de Rey Carlos O’Donnell y Anethan, quien el año anterior, ante los sucesos ocurridos frente las fuerzas francesas en la España peninsular y las tensas relaciones con el comandante general marqués de Casa-Cagigal, se hizo cargo del mando. La situación se trató de disimular o al menos suavizar y, cuando en julio de 1808 se organizaron en Santa Cruz actos en apoyo  de Fernando VII, Cagigal disculpó su asistencia y comunicó al Ayuntamiento que no podría acudir por encontrarse “desazonado”. El día 11 Carlos O’Donnell publicó un bando anunciando que se había “encargado interinamente del mando militar a consecuencia de la indisposición del Sor. Comte. Gral.”.
 
        El nuevo comandante interino residía aquí desde 1799 por lo que ya estaba integrado en la sociedad tinerfeña. Tal es así que cuando el alcalde Nicolás González Sopranis le pidió en 1809 que prohibiese las máscaras y disfraces en los carnavales, O’Donnell le contestó que sería contraproducente tal prohibición “pues este es un pueblo pacífico y bastará que algunas patrullas celen y guarden el orden”, de lo que parece deducirse que el militar conocía mejor que el propio alcalde la idiosincrasia del pueblo llano. No obstante, Sopranis publicó el bando de prohibición y pidió al comandante auxilio militar en el caso de que fuera necesario. Seguro que, como ha ocurrido en tiempos más recientes, las máscaras salieron a la calle a pesar de la prohibición.
 
         Leopoldo nació en el mismo centro de Santa Cruz, en la casa, hoy desaparecida, que formaba la esquina de la calle San Francisco con la del Castillo, en la parte alta de la que entonces era plaza de la Pila, luego de la Constitución y hoy de la Candelaria, frente a la cruz de mármol, hoy situada en la plaza de la Iglesia. Aquella casa, en cuyo solar se alza actualmente la sede de una entidad bancaria, era propiedad de Pedro de Franchi a quien en 1813 se la alquiló el Ayuntamiento para establecer en ella el consistorio, lo que obligaba frecuentemente al propietario a reclamar alquileres atrasados. Tratando de evitarlo, ante la penuria de las arcas municipales, el Ayuntamiento realquiló a su vez algunas salas a la Diputación y a una firma comercial.
 
         Santa Cruz no se olvidaba de su ilustre hijo y en 1855 le felicitó  “por la parte tan activa qe tomó en la revolución de julio”, en 1860 por “los triunfos obtenidos en la campaña de África”, lo que agradeció O’Donnell el 9 de marzo desde el campamento de Tetuán, y el año siguiente por haber salido ileso de un atentado. Fallecido O’Donnell en 1867, en 1874 se puso su nombre a una calle de la ciudad y el alcalde García Álvarez propuso colocar una lápida en su casa natal, costeada por suscripción pública, con máximo de 10 reales por persona. En la placa se podía leer: “En esta casa nació el Capitán General D. Leopoldo O’Donnell y Joris, Primer Duque de Tetuán en doce de Enero de mil ochocientos nueve.” Hasta que en 1880 la firma Buchle y Lemaitre demolió la vieja casa para construir una nueva, y se le recordó que repusiera la placa, lo que volvió a recordársele tres años más tarde, sin que tengamos noticia de su reposición.
 
          En 1894 Lorenzo García del Castillo propuso un monumento a O’Donnell, petición que repitió en 1901 Pedro Schwartz, sugiriendo pedir a las Cortes el bronce necesario por medio de los representantes de la provincia. El 29 de marzo de 1906, a las once y media de la mañana, en la Plaza de los Patos y presente S. M. Alfonso XIII, se colocó la primera piedra del monumento, que se acordó “proteger con verja”, y se abrió suscripción a nivel nacional. El Ministerio regaló al Ayuntamiento un busto del ilustre tinerfeño, y una reproducción del mismo se ha colocado recientemente en un inadecuado y anodino rincón del parque García Sanabria, en condiciones que producen sonrojo y lástima, más que honra. Y nada más se ha hecho.
En este caso, la “memoria histórica” no ha funcionado debidamente.
 
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - -