Una manera de ser (y 2). (Retales de la Historia - 194)

 
Por Luis Cola Benítez  (Publicado en La Opinión el 11 de enero de 2015).
 
 
 
          Hay quien piensa que todo tiempo pasado fue mejor. Sin embargo era en tiempos pasados cuando se padecían terribles hambrunas que castigaban especialmente a las islas orientales, hasta el punto de que se veían obligados sus moradores a una forzosa emigración hacia las de mayores recursos, especialmente Tenerife, adelantándose al actual fenómeno de las “pateras”. En alguna ocasión se trató de una auténtica avalancha y sólo por El Sauzal llegaron en un día más de seiscientos necesitados de aquellas islas, remitidos a Santa Cruz y alojados en conventos y casas particulares, llegando a repartirse con considerable esfuerzo y las aportaciones de los vecinos hasta unas 1.500 raciones diarias de comida.
 
          Ni la duda ni la indiferencia han sido disculpas para que Santa Cruz dejara de prestar  ayuda en cuantas ocasiones ha sido necesaria, dejando constancia a lo largo de los siglos de su vocación de servicio y de su benéfico ánimo con el prójimo, tal como lo acreditan los títulos que la adornan.
 
          Tal vez sea esta manera de ser derivada de la más profunda idiosincrasia de este pueblo atlántico, secular escala obligada en las rutas intercontinentales. Siempre se ha dicho que Santa Cruz se distinguía por ser una ciudad abierta a todos: al Mundo; pero este decir sólo parecía referirse a la hidalguía de su espíritu de acogida, a su hospitalidad, al hecho de que -como escribió el lagunero Luis Álvarez Cruz-, “moje sus pies en el mar para dar su amable bienvenida a cuantos a su suelo llegan”. Y sólo pensar en sus cualidades de anfitrión no deja de ser un error, o al menos una visión parcial de su verdadera naturaleza. Santa Cruz ha sido y es, además y especialmente, una ciudad que se proyecta hacia el exterior del territorio que ocupa, comenzando por la isla y continuando hacia los demás, sin más límite que un horizonte que más se agranda cuanto más se avanza. Este es el  espíritu de universalidad que animó, entre otros, a los fundadores del Gabinete Instructivo, de la Institución de Enseñanza, del Museo de Bellas Artes, del Ateneo Tinerfeño o a los promotores de “Gaceta de Arte”, y es lo que la diferencia, esencialmente, de otras ciudades.
 
          En otras ciudades han prevalecido históricamente factores convergentes, cuyos impulsos y voluntades confluyen hacia un solo punto hasta convertirse en gran polo de atracción, que envuelve tentacularmente y aglutina cuantos centros de actividad política, socioeconómica o cultural se pueden dar en su ámbito de influencia. Estos impulsos convergentes, son consecuencia de una dinámica que puede calificarse de “centrípeta”.
 
         Por el contrario, Santa Cruz ha sido fuente de impulsos divergentes que, emanando de su propia idiosincrasia, se abren en abanico hacia el resto de la isla, del conjunto de ellas, y aún más allá. Cuando se viene desde el exterior de la isla nadie dice “voy a Santa Cruz”, sino “voy a Tenerife”, porque en Santa Cruz -ya lo dijo la tacorontera María Rosa Alonso- “ningún tinerfeño se siente forastero, porque Tenerife es una suma de pueblos en la que todos nos sentimos chicharreros”. A lo largo de una vida con personalidad propia, nunca ha tenido problema en permitir que los polos de atracción se establecieran fuera de su jurisdicción y de su más inmediata influencia, pensando en ocasiones ingenuamente que lo que convenía o era bueno para el conjunto, también lo era para sí. Se evidencia así, claramente, que la actitud vital de Santa Cruz responde a una dinámica “centrífuga”.
 
          Existen, es cierto, otras razones y otros componentes de origen histórico y social que habría que tomar en cuenta, como sería el temprano minifundismo de Tenerife frente al tradicional latifundismo de otras islas. Pero ocurre que esta actitud, como pauta de conducta colectiva, no sólo comporta un “estilo” sino que, además, conlleva una filosofía que precisa de una voluntad de acción ante las situaciones que se le plantean, de lo que muchas veces Santa Cruz de Tenerife no ha sido plenamente consciente.
 
          Sin embargo, y que no se tome por victimismo pues son hechos históricamente contrastados, cuando ocasionalmente Santa Cruz ha tratado simplemente de defender sus derechos, pocas veces le han sido reconocidos sin más y precisaron de insistentes y laboriosos trabajos. No obstante, al pensar en Santa Cruz forzosamente hay que ser optimistas. Así se desprende repasando su historia de adversidades y de luchas, de solidaridad y heroicidades, que a la par de constituir su gloria han devenido en crisol forjador de su carácter como comunidad, y de las irrenunciables raíces de la población que durante más de un siglo, fue Capital única de las Islas Canarias, nombramiento del que se cumplen ciento noventa y tres años el próximo martes, día 27 de este mes de enero.
 
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