El viejo puente, otra vez (y 2) (Retales de la Historia - 184)

 
Por Luis Cola Benítez  (Publicado en La Opinión el 2 de noviembre de 2014).
 
 
          Rebasada la primera mitad del siglo XIX el ayuntamiento se veía impotente para arbitrar medios que le permitieran solucionar el problema del puente del Cabo, pero no era ajeno a proyectos que entonces parecían pura fantasía. Por ejemplo, desde 1864 se pensaba hacer un nuevo puente a inmediaciones de la nueva Maestranza de Artillería -se decía-, el que sería el Galcerán sesenta y cinco años más tarde.
 
          Para las pequeñas reparaciones se recurría a todo lo que permitiera reunir algún efectivo que siempre resultaba escaso, desde pedir por el pueblo puerta por puerta, hasta vender la madera de unas gradas que se habían instalado en la plaza de San Francisco para una exhibición de lucha canaria. Pero el 20 y 21 de diciembre de 1879 las lluvias, y por consiguiente los daños en el puente, que prácticamente quedó destruido, fueron tan considerables que el barrio de El Cabo quedó incomunicado. Se convocó a los vecinos y se abrió suscripción entre el comercio y se pidió que hicieran prestación personal en los trabajos los que no podían contribuir con dinero. Pero era imposible seguir así y el alcalde Eladio Roca se decidió a pedir presupuesto para un puente de hierro por mediación de la casa Davidson y Cª. Su costo 12.500 pesetas; peso total 45 toneladas en tres tramos; flete calculado 2.500 pesetas; se enviaría un técnico para el montaje.
 
          Pero este presupuesto rebasaba las posibilidades municipales. Todo siguió igual y continuaron los trabajos para instalar de nuevo un puente de madera, que el arquitecto municipal Manuel de Cámara proyectó colocar medio metro más alto que el anterior para dejar mayor espacio al paso de las aguas. El alcalde accidental Federico Úcar consultó con el técnico provincial Manuel de Oráa, cuyo dictamen fue contrario al de Cámara, por lo que se intentó consultar con un tercero, el ingeniero jubilado del cuerpo Francisco Clavijo, quien declinó presentar el dictamen. La consecuencia fue la dimisión de Manuel de Cámara y la paralización de la obra cerca de un año. Al final, en 1882, no quedó más remedio que hacer rampas de acceso desde las calles al puente, con las consiguientes protestas de algunos vecinos que consideraban que se perjudicaban las casas que poseían en la zona. La polémica se aireaba en los periódicos y en alguno se llegó a decir irónicamente que el público opinaba que “o se baja el puente o se sube el Hospital”.
 
          En agosto de 1883 se sacaron a subasta las obras para terminar la instalación, subasta que se repitió cerca de una docena de veces sin que se presentaran licitadores, siendo la última de que tenemos noticia en enero de 1886. Según el Boletín Oficial nº 8 de dicho año, el presupuesto reformado por el arquitecto Manuel de Oráa era de 8.883,75 pesetas. Pero tampoco se presentaron licitadores y el ayuntamiento siguió atendiendo como mejor podía las reparaciones más imprescindibles en una estructura que hacía años que se consideraba ruinosa.
 
          Por fin, siendo alcalde José Calzadilla, en 1892, se vuelve a plantear pedir presupuesto de un puente de hierro a cargo de una partida extraordinaria que se hiciera ex profeso. Llegaron ofertas de Londres y Barcelona, decidiéndose por esta última, cuyo importe, una vez montado, se estimaba en 25.000 pesetas. En noviembre de este mismo año se acordó pedir al Arsenal Civil de Barcelona un puente capaz de soportar el paso de carros de hasta 14 toneladas, cuyo costo en origen era de 17.600 pesetas. El nuevo y flamante puente quedó colocado el 12 de julio de 1893. La primera consecuencia fue que las procesiones no podían salir por la puerta principal de la parroquia de La Concepción debido a la nueva rasante dada a la calle. Este es el motivo de que la cota de la iglesia matriz se encuentre a menor altura que las calles circundantes, con lo que ello representa en caso de lluvias.
 
          Llega el siglo XX y comienza la construcción de una Avenida Marítima, para lo que era necesario sanear y desaguar el Charco de la Casona y encauzar el barranco a partir del puente del Cabo, para cuyas obras se convocó concurso en mayo de 1925. El arquitecto Antonio Pintor, siempre acertado, expresó su temor de posibles inundaciones por el insuficiente espacio previsto para la evacuación de las aguas y por la mayor altura dada a la rasante de la Avenida, a lo que el ingeniero Luis Díaz de Losada contraponía que ello se obviaba con las nuevas rasantes de las calles circundantes, añadiendo que la importancia de la nueva vía marítima bien merecía las reformas necesarias en el barrio más antihigiénico y pobre en edificaciones. El tiempo ha demostrado quién tenía razón.
 
          En junio de 1929 se procedió a la recepción definitiva de las obras de encauzamiento del barranco de Santos entre el puente del Cabo y el nuevo puente de la Avenida Marítima, vía que se abrió al tráfico el 27 de octubre de 1930.
 
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