La calle del Castillo (Retales de la Historia - 173)

 
Por Luis Cola Benítez  (Publicado en La Opinión el 10 de agosto de 2014).
 
 
          A la vista del primer plano de Santa Cruz, levantado por Leonardo Torriani en 1588, hay que darle la razón a Cioranescu cuando dice que la primera calle del poblado debió ser la de la Caleta, que aproximadamente corresponde hoy con la General Gutiérrez. Esta calle unía el desembarcadero con el primigenio barrio de la Iglesia y era el inicio del camino hacia el interior de la isla, cruzando el barranco de Santos por el antiguo puente de El Cabo. Todavía no existía la plaza principal, ni tan siquiera se vislumbraba ladera arriba el trazado de la calle del Castillo.
 
          Hay que llegar a 1701 para que en el plano de Tiburcio Rossel se aprecie ya con claridad la plaza del Castillo, que pronto sería conocida como de la Pila, y la calle de rectilíneo trazado que a partir de ella se dirigía al Oeste, y que sólo alcanzaba hasta poco más arriba de la calle del Norte, hoy Valentín Sanz. Poco después llegó a la calle del Chorro o Corazón de Jesús, actual Teobaldo Power y, a partir de este punto, la prolongación de la calle del Castillo era un proyecto que respondía a un ferviente deseo de las sucesivas corporaciones, pero que quedaba fuera de sus posibilidades. El problema, además de la falta de recursos, era que desde el llamado callejón de La Gloria -actual Juan Padrón- hacia arriba se habían construido casas sin plan alguno, al libre albedrío de los propietarios de huertas y eriales de aquel sector. En 1810, Juan Primo de la Guerra decía de su casa de la calle San Roque, hoy Suárez Guerra, que le gustaba la situación como en el campo. Todavía en 1874 el rectilíneo y completo trazo de la calle del Castillo hasta el llamado Campo Militar que figura en el plano de la Brigada Topográfica, respondía más a lo proyectado que a la realidad de entonces.
 
          En la primera mitad del siglo se habían reparado las atarjeas que bajaban por esta calle y se habían cubierto con losas. Eran las que conducían el agua a la Pila, al aljibe del castillo principal, a la Alameda y a los caños de la aguada del muelle, y que a su paso surtían a los vecinos, pues sólo en la calle del Castillo eran diez las casas que disponían de aljibe, pero precisaban continuas reparaciones por el daño que le ocasionaban los carros. El propio ayuntamiento propiciaba la construcción de casas en la parte alta de la calle, cediendo en ocasiones terrenos a los vecinos dispuestos a edificar, con la condición, se decía, “de que las hojas de puertas y ventanas no abran para afuera.” En 1836, pensándose en planificar el alumbrado público, se le calculaba a la calle unas 500 varas de longitud, para las que se preveían 11 faroles. Treinta años más tarde Antonio Alfaro, padre del pintor Nicolás, pedía se nivelara la calle junto a su casa, entre La Gloria y San Roque, por resultar casi intransitable, al tiempo que el ayuntamiento pedía al arquitecto municipal proyecto de alineación del lado Sur.
 
          En 1868 Pedro M. Ramírez presentó la iniciativa de prolongar la calle, pero hasta cinco años después el arquitecto no hizo los planos para alargarla hasta la plaza del Hospital Militar, hoy plaza Weyler, aunque había que buscar los medios que permitieran la expropiación de varias casas que impedían el proyecto, comisión que recayó en el síndico Fernando Padrón y el concejal Américo Poggi. La corporación se reconocía impotente para hacerlo por su cuenta, en las actuales circunstancias en que se halla agobiada de impuestos. Mientras, se solicitó permiso al capitán general para plantar algunos árboles en el campo frente al Hospital Militar, por tenerse entendido -se decía- pertenece aquel terreno a la Hacienda militar.
 
          Pero la otra hacienda, la más cercana, la municipal, no daba para más y se recurrió, como otras tantas veces en Santa Cruz, a la colaboración de los vecinos, y se solicitó al comercio que aceptara hacer un anticipo del impuesto de Consumos por un montante de 21.500 pesetas, con el seis por ciento de interés, reintegrable por décimas partes, para poder pagar las expropiaciones que eran imprescindibles para la realización del proyecto. Esta cuantía se incrementó subastando los materiales aprovechables de las casas expropiadas y los solares que resultaban sobrantes de la nueva alineación de la calle.
 
          Por fin, el 25 de julio de 1875, bajo la alcaldía accidental de Rafael del Campo y Tamayo, pues el alcalde elegido Luis Segundo Román y Elgueta no había tomado posesión del cargo, se celebró la solemne inauguración de la prolongación de la calle del Castillo con asistencia de la corporación en pleno. Se contribuyó con 500 pesetas del capítulo de Imprevistos para la adquisición de un "árbol de faroles" a colocar al final de la nueva calle.
 
          Cuatro años más tarde el capitán general Valeriano Weyler invitaba a la corporación al acto del primer golpe de piqueta para el derribo del viejo hospital castrense, lo que permitiría la construcción del Palacio de Capitanía.
 
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