La Fuente de Isabel II (Retales de la Historia - 154)

 
Por Luis Cola Benítez (Publicado en La Opinión el 30 de marzo de 2014).
 
 
           Santa Cruz de Tenerife posee en su patrimonio urbano cuatro fuentes históricas que proveían de agua a sus vecinos realizadas en piedra basáltica del país: la Pila, que dio nombre a la plaza principal; la de Morales, junto al actual Centro de Museos; la de Santo Domingo, cercana al Teatro Guimerá; y, por último, la dedicada a la reina Isabel II, al inicio de la calle de la Marina Alta, que nació por la necesidad de sustituir a la primera y más antigua de todas.
 
          Cuando el Ayuntamiento se instaló en la casa alquilada de la calle San Francisco en esquina con la del Castillo, los ediles estimaron que el bullicio y lodazal que junto a la Pila se propiciaba en la plaza frontera, no eran el más adecuado entorno para la máxima institución de la entonces villa y decidieron su traslado a la huerta del castillo de San Cristóbal. Allí se mantuvo desde 1814, hasta que deteriorada por el uso se pensó primeramente trasladarla a otro lugar y, luego, sustituirla por una nueva y así nació la fuente de Isabel II. 
 
          El problema estribaba en que la antigua Pila suministraba, además de a los vecinos, al aljibe del castillo, al riego de la Alameda y a los caños y chorros de la aguada para el suministro de los barcos -en el recodo que formaba la playa de la Alameda con el muelle-, servicios que el nuevo emplazamiento debería también atender, por lo que el asunto tenía que estudiarse detenidamente. El regidor y técnico de obras públicas Pedro Maffiotte, encargado del traslado, no sólo recomendó el lugar en el que debía situarse, junto la muralla que se estaba construyendo frente al castillo de San Pedro y que configuraría la rampa de la calle de la Marina, sino que presentó el proyecto de una nueva fuente y de la obra a realizar.
 
          El presupuesto previsto para preparación del terreno, desvío y construcción de los nuevos canales o atarjeas y de la propia fuente superaba los 10.000 reales, cifra entonces inalcanzable para la municipalidad. La Junta de Fortificaciones, por el interés militar del servicio que la fuente prestaría, estuvo dispuesta a adelantar el dinero, pero al saber que el Ayuntamiento sólo podría asignar a amortizar el préstamo unos 500 reales al año, pidió además las dos terceras partes de la sisa del vino, lo que no pudo aceptarse.
 
          Al final, el costo total de la obra alcanzó los 32.629 reales y pudo terminarse gracias al alcalde del agua y encargado de los trabajos, el regidor Bartolomé Cifra, que adelantó gran parte del dinero. Al cabo de los años aún se le debían 12.000 reales y, ante la imposibilidad de pagarle, el Ayuntamiento le cedió la renta de la casa de la Plaza de la Iglesia que había servido de consistorial y estaba alquilada a un particular, por el tiempo necesario para resarcirse. La fuente se inauguró en agosto de 1845, aún sin concluir los trabajos, el día de la Infanta María Luisa Fernanda de Borbón y se le puso el nombre de Isabel II.
 
          El estilo y diseño de esta fuente es evidente que mejora las anteriores, pues Maffiotte, profesor de la Escuela de Bellas Artes y de la de Náutica, concibió al conjunto dentro del estilo del neoclásico tardío y no cabe duda de que contó para su ejecución con un buen maestro cantero como se desprende de la calidad del labrado. La fuente se alza sobre un graderío que realza el conjunto y sobre el amplio receptáculo para recoger el agua seis columnas toscanas separan las cabezas de león por las que manaba el líquido. Sobre el frontón puede leerse, labrado en la roca, Reinando Isabel II, y todo coronado por las armas de la ciudad. 
 
          A espaldas del monumento se situaba el depósito -hoy desaparecido- que surtía tanto a la propia fuente como al punto de suministro a buques, riego de la Alameda y otras necesidades que antes abastecía la antigua Pila. El servicio de aguada fue arrendado durante bastante tiempo al comerciante Juan Cumella, hasta que las atarjeas y cañerías se fueron instalando directamente hasta el muelle, cuyas obras de prolongación ya se estaban iniciando.
 
           Como en otras fuentes históricas de la ciudad, se echa de menos una esmerada restauración, con texto explicativo de su origen e historia, que se les dote de iluminación especial y del agua para la que fue proyectada, al menos para mantener el sentido ornamental, al tiempo que debería dotársele de un espacio ajardinado que la respetara y ennobleciera, no permitiendo la ocupación de su entorno por elementos extraños y agresivos a la armonía del conjunto.
 
          No disponemos de un catálogo de espacios y elementos patrimoniales demasiado extenso, razón por la que deberíamos cuidar al máximo, mimar incluso, aquellos que nos han sido legados y que son testigos históricos de nuestras raíces como comunidad. Respetémoslos.
 
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