La limpieza pública (y 2). El desafío del Palmetum (Retales de la Historia - 134)

 
Por Luis Cola Benítez  (Publicado en La Opinión el 10 de noviembre de 2013).
 
 
          Desde la segunda mitad del siglo XIX Santa Cruz luchaba con el problema de la acumulación de las basuras en unos eriales de Los Llanos de Regla, al Sur de la población y cerca del antiguo Lazareto, que se habían destinado a vertedero. El problema, lejos de estancarse o disminuir, era cada vez mayor, sin que los responsables municipales acertaran, ni siquiera vislumbraran, una posible solución. En 1911 el alcalde Juan M. Ballester solicitó al Ministerio de Guerra que permitiera la adquisición de terrenos para dedicarlos a vertedero, aunque fuera en zona polémica, petición que fue denegada, por lo que no quedó más remedio que continuar utilizando el solar de Regla.
 
          No había forma de eliminar la creciente acumulación de desechos de los que el ayuntamiento trataba de desprenderse por todos los medios y, así, en 1917, por dos veces se sacaron a subasta sendas partidas de 1.000 carros de basura, lo que de todas formas no representaba demasiado alivio para la situación. Entretanto, en 1922 se adquirieron los dos primeros vehículos automóviles de la marca Ford para la recogida, mientras se establecía el parque para materiales en la antigua batería de la Concepción, que cuando se proyectó la construcción del edificio de la Delegación de Hacienda hubo de trasladar al polvorín de Regla. Y no fue hasta la década de los cincuenta, bajo la alcaldía de Heliodoro Rodríguez González, cuando se adquirió “un camión regadera”, popularmente conocido como “María la bigotuda”, para la limpieza de las calles, y cinco camiones para la recogida. Hay que señalar que al mismo tiempo también se adquirió un Mercedes para la Alcaldía.
 
          El vertedero de Regla aumentaba año tras año ante la impotencia municipal, que casi no podía hacer otra cosa que desear con todo fervor que no soplara el aquí conocido como “viento Sur”, que arrastraba y esparcía sobre la ciudad los más concentrados efluvios del inmenso basurero. Hasta que, por fin, con la creación del Plan Insular de Residuos Sólidos (PIRS), el vertedero de Regla o del Lazareto pudo clausurarse en 1983. Pero allí quedaba una enorme montaña de basuras y escombros de 12 hectáreas de extensión, que se alza 42 metros sobre el nivel del mar y, lo que era más grave, en el corazón del área litoral de la más moderna expansión urbana, junto a una de las principales vías de entrada a la ciudad, lindando con las instalaciones turísticas del Parque Marítimo, con los  históricos castillo de San Juan y casa de la Pólvora y el Auditorio de Tenerife. La montaña de basura, la única artificial de Canarias, que por tanto no es de origen volcánico, constituía todo un reto urbanístico y ambiental.
 
          No hemos averiguado de quién fue la idea primigenia del proyecto, aunque sí se conocen sus ejecutores, a todos los cuales se debe y hay que agradecer el resultado de una obra ingente que, aún sin concluir totalmente, es ya una espléndida realidad: el Palmetum de Santa Cruz, el mayor espacio verde de la ciudad.
 
          Los 120.000 metros cuadrados de su superficie se reparten, casi al cincuenta por ciento, entre la meseta superior, más o menos llana, y los taludes o laderas que la sustentan. Todo, salpicado entre senderos de zonas húmedas, riachuelos y cataratas, está aprovechado al máximo para las distintas especies de acuerdo con la orientación climática de los espacios, que se reparten en áreas biogeográficas: Antillas, Sudamérica, Hawai, Australia, África, América Central, Madagascar, Borneo, Filipinas, Nueva Guinea, entre otras, y un amplio sector, cerca de la entrada, dedicado al Bosque Termófilo de Canarias, con vocación de convertirse en un auténtico Jardín Botánico Canario. Allí, se encuentra la mayor colección de palmeras de Europa -unas 300-, entre un total de 3.600 ejemplares de diferentes vegetales, que comprende unas 1.600 especies diferentes, 70 de ellas  amenazadas. Hay un aspecto paisajístico que rebasa al propio jardín botánico, como son las inéditas y sorprendentes panorámicas de la ciudad que se nos brindan desde la altura de la montaña, desde el inmediato Parque Marítimo hasta la cordillera de Anaga y, hacia el Sur, de todo el litoral hasta la cumbre.
 
          El reto que representó en su momento la solución al inmenso basurero, está a punto, ya casi está, sólo es cuestión de algún tiempo más después de casi cinco lustros de aceptado, totalmente solucionado. Así queda el visitante convencido escuchando las apasionadas explicaciones del botánico Carlos Morici, que no puede ocultar su enamoramiento hacia el proyecto que vive desde sus inicios, desvelando ante el extraño, sin el más mínimo pudor, los más íntimos secretos del objeto de su enamoramiento: El Palmetum, enclave ecológico que desafía desde su altura a la inmediata industria contaminante. 
 
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